EL MURO
Beauty
is truth, truth beauty, that is all
Ye
know on earth, and all ye need to know
John Keats
Caspar David Friedrich (1774 –
1840). Pintor alemán. Paisaje con muro
I
Un muro en la tarde,
y en la hora
una línea blanca,
indefinida
sobre el campo verde
y bajo el cielo.
II
Un pájaro -en hoja y
viento-
ha puesto su canción más
bella
sobre el muro.
III
Enlutado de su propia
existencia
-detenida entre su breve
sombra
y su destino-
un zamuro, bello por la
distancia y por el vuelo,
infunde angustia en el
alma profeta:
una fría angustia, cuando
certero, como vencida
flecha
-oscura flecha que aún
conserva su impulso inicial-
cae tras el muro.
IV
La vida es una constante
y hermosa destrucción:
vivir es hacer daño.
V
Pero el muro,
el silencioso y blanco
muro
parece que nos dice:
«hasta aquí llegan tus
ojos,
menos agudos que tu
instinto.
Yo separo tu vida de
otras vidas
pequeñas; pero grandes
cuando el ocaso,
el oro insinuante del
ocaso llega».
VI
Acaso tras el muro,
tan alto al deseo como
pequeño a la esperanza,
no exista más que lo ya
visto en el camino
junto a la vida y la
muerte,
la tregua y el dolor
y la sombra de Dios
indiferente.
VII
Dios -muro frente a
recuerdos y visiones-
está solo, íntimamente
solo
en nuestros ojos
y en el menudo nombre
que lo ata a las cosas;
a la seda del canto del
canario
fraterno
y a la noche que vuela en
el zamuro:
fúnebre, pulido estuche
de cosas ayer bellas
o tristes
que habrán de serlo
nuevamente
del lado acá del muro,
con el temor reciente de
volver al origen.
VIII
¿Morir?…
Pero si nada hay más
bello en su hora
-frente al muro-
que los serenos ojos de
los moribundos,
anegados por su propio
silencio;
perdido ya, por entre
frescas espigas encontradas,
el temor de morir,
y de haber vivido, como
hombre, entre hombres,
que apenas -oscurecidos
en su existir-
los comprendieron.
IX
Entonces el muro
parece allanarse entre el
olvidado rencor
y la esperanza:
Es súbito camino, no
límite de sombra y canto,
ante un nuevo Dios que nos
aguarda
-que nos aguarda siempre-
y no conoceremos
a pesar de que marcha en
nuestras huellas;
que nos llega de lejos,
del lado de la luz,
y que vamos dejando en el
camino,
como algo, que no es
tierra,
atado, sin embargo, a
nuestros pies.
X
El muro en la tarde,
entre la hierba, el canto
y el fúnebre vuelo:
presencia del dolor de
vivir
y no morir;
consuelo de volver, en
tierra y oro,
con la inquietud de haber
sido;
polvo y oro que regresa
eternamente,
como la muerte cotidiana,
bajo el granado trigal de
la noche insomne,
rumorosa de viento alto
y de luceros.
El sediento corazón
siente leticia:
el corazón y las
queridas, tímidas palabras
huelen, como el muro en
la tarde,
a cielo y tierra
confundidos,
cuando el morir es cosa
nuestra
y, como nuestro, lo
queremos.
Lo queremos pudorosos,
en silencio, sin
violencias,
mientras los otros temen
-aún distantes-
la sensitiva soledad
naciente
para el hombre, no
humano, y su destino
confuso.
XI
Porque no hay muerte sino
vida
del lado allá del canto,
del lado allá del vuelo,
del lado allá del tiempo.
XII
Vaga intuición de
perdurar
frente a la muerte
ambicionada
y oscura…
Porque la muerte, imagen
de nosotros
y criatura nuestra,
es distinta a la no vida
que jamás ha existido.
Ya que el verbo de Dios,
que todo lo ha dispuesto
en la conciencia del
hombre, no pudo crear la muerte
sin morir El y su callada
nostalgia
de pensar y sufrir
humanas formas.
XIII
El muro de la tarde
-atardecido en nuestra tarde-,
apenas una línea blanca
junto al campo
y junto al cielo.
Misteriosa cruz que sólo
muestra
su brazo horizontal.
Unida, por la oscura
raíz,
a la tierra misma de su
origen confuso;
y al cielo de la fuga
por el canto y el ala:
la noche impasible del
zamuro
y el camino de oro del
canario
hacia el ocaso.
XIV
¡EI muro!
Cuánto siento y me pesa
su silencio
-en mi tarde-
en la tarde del musgo
y la oración
y el regreso.
XV
Sólo sé que hay un muro,
bello en su calada
soledad de cielo y tiempo:
y todo, junto a él, es un
milagro.
XVI
Sólo temo en la tarde -en
mi tarde- de oro
por el sol que agoniza; y
por algo, que no es sol,
que también agoniza en mi
conciencia,
desamparada a veces
¡y a veces confundida de
sorpresas!
Sólo temo haber visto
algo:
¡lo mismo!
el campo, el césped;
la misma rosa sensual que
recuerda unos labios
y el mismo lirio exangüe
que vigila la muerte.
XVII
Y sólo siento frente a
Dios y su Destino,
haber pasado alguna vez
el muro
y su callada espesa
sombra,
del lado allá del tiempo.
De:
El
otro lado del tiempo (1971)
Fernando
Paz Castillo
(Caracas,
1893 – 1981) Poeta venezolano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario