jueves, 13 de febrero de 2014

AMEDEO MODIGLIANI POR ANNA AJMÁTOVA



 
Amedeo Modigliani (Livorno, 1884 – París, 1920). Pintor y escultor italiano.


Creo a quienes lo describen diferente a como lo conocí, porque, en primer lugar, sólo pude percibir algunos aspectos de su esencia luminosa. Además, yo era sencillamente una extraña y, tal vez en su momento una mujer incomprensible de veinte años y extranjera.

En segundo lugar, pude notar en él un gran cambio cuando volvimos a encontrarnos en 1911. En cierta medida, él lucía más delgado y moreno.

En 1910 lo vi tan solo algunas veces. Sin embargo, él me escribió durante todo el invierno. No me dijo que escribía poesía.

Ahora entiendo que, más que todo, le impresionó mi facultad de adivinar pensamientos, ver sueños ajenos y otras menudencias a las cuales, los que me conocen se habían acostumbrado hace tiempo. Él repetía constantemente: On communique. Con frecuencia decía: In n’y a que vous pour realiser cela.


Amedeo Modigliani. Anna Ajmátova (1911)

Seguramente ninguno de nosotros dos comprendía algo esencial: todo lo sucedido hasta entonces, era la prehistoria de nuestras vidas, la de él muy corta y la mía muy larga. El aliento del arte no había transfigurado aún nuestras existencias. Este era un momento ligero, claro, crepuscular. Pero el futuro, el cual, como es sabido, arroja su sombra mucho antes de salir, tocó la ventana, se escondió tras los faroles, atravesó los sueños y sorprendió con el terrible París baudeleriano que se ocultaba en algún lugar cercano. Todo lo divino en Modigliani se escondía en una especie de tiniebla. Él no se parecía a nadie de este mundo. Su voz se quedó para siempre en mi memoria.

Amedeo Modigliani
Lo conocí miserable. Inexplicablemente subsistía. Como artista no tenía ni la sombra de la fama.

Vivía entonces (en 1911) en Impasse Falguiére. Era tan pobre que en el Jardín de Luxemburgo no sentábamos siempre en banco y no en las sillas alquiladas, como era costumbre. No se quejaba en lo más mínimo, ni de su evidente situación precaria, ni de su igualmente evidente falta de reconocimiento público.

Sólo una vez, en 1911, dijo que en el invierno anterior había estado tan mal, que ni siquiera había podido pensar en lo más valioso para él.

A mí me parecía que lo rodeaba un fuerte anillo de soledad. No recuerdo que se haya inclinado ante nadie en el Jardín de Luxemburgo, ni en el Barrio Latino, donde todos se conocían. No le escuché pronunciar el nombre de ningún amigo, conocido o pintor. Tampoco una broma. Nunca lo vi ebrio, ni exhalaba olor a vino. Evidentemente se dio a la bebida más tarde, pero el hachís ya figuraba en sus cuentos. No se le conocía por entonces ninguna compañera de vida. Jamás contó historias sobre algún romance anterior (cosa que, ¡ay!, hacen todos). Conmigo no hablaba de nada terrenal. Era cortés, pero no como consecuencia de la educación del hogar, sino por la elevación de su espíritu.

En ese tiempo él trabajaba una escultura en el patiecito situado junto a su taller. En el callejón ciego y desolado se escuchaban los golpes de su martillo. Las paredes del taller estaban llenas de retratos de gran dimensión. A mí me parece ahora que eran tan altos como las paredes.

No he visto reproducciones de ellos, ¿Sobrevivirían?

Llamaba a su escultura «la chose». Creo que fue expuesta en Independants en 1911. Me pidió que fuera a verla, pero en la exposición no se acercó a mí, porque yo no estaba sola, sino con algunos amigos. En los tiempos de mis grandes pérdidas desapareció hasta la fotografía que él me regaló junto a su obra.

En esa época Modigliani deliraba por Egipto. Él me llevó al Louvre a ver el salón egipcio. Aseguraba que el resto [tout le reste] no era digno de atención. Dibujó mi cabeza con adornos de reinas y bailarinas egipcias. Parecía cautivado por el arte egipcio antiguo. Evidentemente, Egipto fue su última pasión. Ya muy pronto él se haría tan original, que no quisiera recordar nada más al mirar sus lienzos. Ahora a esta etapa de Modigliani la llaman Période nègre.

 Amedeo Modigliani. Desnudo con gato.


El decía de mis collares africanos: Les bijoux doivent etre sauvages  y me dibujaba con ellos puestos. Me llevaba por las noches a ver el vieux París derriere Pantheón a la luz de la luna. Conocía bien la ciudad, sin embargo, una vez nos extraviamos. Él dijo: J`ai oublié qu`il y a une ile au milieu. Me estaba mostrando el París auténtico.

En cuanto a la Venus de Milo, decía que las mujeres perfectamente proporcionales, a las cuales vale la pena pintar, siempre parecen torpes cuando están vestidas.

Cuando llovía (en París llueve con frecuencia), Modigliani andaba con un paraguas negro, enorme y viejo. Algunas veces nos sentábamos bajo este paraguas en algún banco del Jardín de Luxemburgo. Caía una tibia lluvia estival. Al lado, el antiguo palacio italiano dormitaba, mientras nosotros recitábamos Verlaine a dos voces. Recordábamos las mismas cosas y nos divertíamos por ello.

En una monografía americana leí que probablemente Beatriz X, la misma que lo llamara «perla y cerdo», había ejercido una gran influencia sobre Modigliani. Puedo y considero imprescindible testimoniar que Modigliani era igualmente culto mucho antes de conocer a Beatriz X, es decir, en el año 1910. Y dudosamente una dama que llame cerdo a un gran pintor, sea capaz de ilustrar a alguien.

La gente mayor nos mostraba por cuál vereda del Jardín de Luxemburgo paseaba Verlaine, con un séquito de admiradores desde «su café», donde él declamaba diariamente, para después almorzar en «su restaurante».

Pero en 1911,por esta vereda ya no andaba Verlaine, sino un caballero alto con levita impecable, sombrero de copa y una banda de la «Legión de Honor». La gente murmuraba: ¡Henri de Régnier!

A nosotros este nombre no nos sonaba en lo más mínimo. Sobre Anatole France, Modigliani (como otros ilustrados parisinos, por cierto), no quería escuchar nada. Le contentó que a mí tampoco me gustara. Verlaine existía en el Jardín de Luxemburgo sólo como monumento, el cual había sido develado aquel mismo año. Y sobre Hugo, Modigliani decía: Mais, Hugo—c`est declamatoire?

Amedeo Modiglianien su estudio, 1915. Fotografía, Paul Guilliaume.
Una vez, seguramente por un mal entendido, pasé por Modigliani, no lo encontré y decidí esperarlo durante algunos minutos. Yo tenía en las manos un manojo de rosas rojas. Las puertas del taller estaban cerradas, pero la ventana estaba abierta. Como yo no tenía nada que hacer, comencé a tirar flores por la ventana, hacia adelante. No esperé a que Modigliani llegara y me fui.

Cuando nos encontramos, él expresó el malentendido: cómo había podido yo entrar a la habitación cerrada, si él tenía la llave. Le expliqué cómo había sido. «No puede ser. Las flores estaban hermosamente dispuestas».

Modigliani amaba deambular por París en las noches, y con frecuencia, al sentir sus pasos en el soñoliento silencio de la calle, yo me acercaba a la ventana, y a través de la celosía, vigilaba su sombra, dilatada bajo mis ventanas.

Lo que era París en aquella época, ya a comienzos de los años veinte se llamaba vieux París o París avant guerre. Los coches prosperaban en gran cantidad. Los cocheros tenían sus tabernas, las cuales se llamaban Au rendez-vous de cochers, y aún estaban vivos mis jóvenes contemporáneos, quienes morirían pronto en Marne y Verdún .

Todos los pintores de izquierda, con excepción de Modigliani, eran reconocidos. Picasso era tan famoso como hoy, pero entonces hablaban de «Picasso y Braque». Ida Rubinstein interpretaba Shejerezade, se estableció la refinada tradición de los Ballets russes de Diáguieliev (Stravinski, Nizhinski, Pávlova, Karsavina, Bakst).

Ahora sabemos que el destino de Stravinski tampoco se quedó clavado en los años diez, sino que su obra se convirtió en una de las experiencias musicales más elevadas del espíritu del siglo XX. En aquella época aún no podíamos saber esto. El 20 de junio de 1910 se estrenó El pájaro de fuego. El 13 de junio de 1911, Fokin montó Petrushka con Diáguieliev.


Amedeo Modigliani.
El trazado de los nuevos bulevares a través del cuerpo vivo de París (descrito ya por Zola), no estaba terminado aún (Bulevar Raspail). Vernier, amigo de Edison, me mostró en la Taverné de Pantheón dos mesas y dijo: «Estos son vuestros socialdemócratas: aquí están los blocheviques y allá los mencheviques». Las mujeres, con éxito relativo, trataban de llevar algunas veces pantalones [jupes-culottes], otras, las piernas casi fajadas [jupes-entravées]. La poesía estaba en completo abandono y la compraban sólo por viñetas de pintores más o menos conocidos. En aquel entonces, comprendí que la pintura parisina se había devorado la poesía francesa*.

René Gil predicaba la «poesía científica», y sus así llamados discípulos, usaban el metro con gran desgano. La iglesia católica había canonizado a Juana de Arco.

Et Jehanne, la bonne Lorraine,

Qu´Anglois brulerent a Rouen […]

Recordé estos versos de la balada inmortal, viendo las estatuillas de la nueva santa. Eran de un gusto muy dudoso, y comenzaban a venderlas en las tienditas de objetos religiosos.


Modigliani lamentaba mucho no entender mis versos y sospechaba que en ellos se ocultaban algunos milagros, y estos eran sólo mis primeros intentos (por ejemplo, los de Apolo del año 1911). De las pinturas de Apolo (El Mundo del Arte), Modigliani se burló sinceramente.

Me asombraba que encontrara hermosa a una persona notoriamente fea, y se salía con la suya. Yo pensaba entonces: «Él seguramente ve todo de una manera muy distinta a la nuestra».

En todo caso, eso que en París llaman moda, adornando esa palabra con exuberantes epítetos, no era tomado en cuenta por Modigliani para nada.


Amedeo Modigliani. Nude (Anna Ajmátova) c. 1911
No me dibujaba al aire libre, sino en su casa. Me regaló esos dibujos. Eran dieciséis. Me pidió que los enmarcara y los colgara en mi habitación. En los primeros años de la revolución se perdieron en la casa de Zárskoie Sieló. Se salvó sólo aquel en el cual, menos que en el resto, se presiente su futuro neu.

Conversábamos sobre todo de poesía. Ambos conocíamos muchos poemas franceses de Verlaine, Laforgué, Mallarmé, Baudelaire. Nunca me leyó a Dante. Puede ser porque yo entonces, todavía no sabía italiano.

Una vez me dijo: J`ai oublié de vous diré que je suis juif.

Casa natal de Modigliani en Livorno.
Pero me dijo enseguida que había nacido en Livorno y que tenía veinticuatro años, aunque tenía veintiséis.

Decía que le interesaban los aviadores (ahora pilotos), pero cuando conoció a uno de ellos, se desilusionó: ellos eran sencillamente deportistas. (¿Qué esperaba él?).

En esa época los primeros livianos, como todos saben, eran parecidos a un estante y volaban sobre mi oxidada y torcida contemporánea (1889), la Torre Eiffel, la cual me parecía un candelabro enorme, olvidado por un gigante en medio de la capital de los enanos. Pero esto es ya algo de Gulliver.

…y alrededor se alborotaba el apenas triunfante cubismo, ajeno a Modigliani. Marc Chagall ya había traído a París su mágico Vitebsk y, por los bulevares de París paseaba, en calidad de joven desconocido, el astro que aún no había ascendido, Charles Chaplin. «El gran mudo» (como entonces llamaban al cine) aún callaba expresivamente.

«Pero lejos en el Norte…» en Rusia morían Lev Tolstói, Vrúbel, Vera Komissarzhevskaia. Los simbolistas anunciaban su crisis y Alexandr Blok vaticinaba:

Oh niños, si hubieran conocido

El frío y la oscuridad

De aquellos días venideros.

Los tres pilares sobre los cuales descansa el siglo XX, Proust, Joyce y Kafka, no existían aún como mitos, aunque vivían como hombres.

En los años siguientes, cuando yo, segura de que una persona así debía brillar, pregunté por Modigliani a los que venían de París, la respuesta fue siempre la misma: no sabemos.

Sólo en una ocasión, N.S. Gumiliov lo llamó «borracho espantoso» o algo por el estilo cuando por última vez fuimos juntos a ver a nuestro hijo a Bezeck, en mayo de 1918, y yo recordé el nombre de Modigliani. Dijo que en París ellos habían tenido un altercado, porque Gumiliov en una reunión estaba hablando en ruso y Modigliani protestó. A ambos les quedaban más o menos tres años de vida, y a ambos los esperaba una enorme fama póstuma.

Modigliani trataba a los viajeros con desprecio. Él consideraba que el viaje era una sustitución del movimiento auténtico. Constantemente  llevaba en su bolsillo Les chants de Maldoror. En aquel entonces, este libro era una rareza bibliográfica. Él contaba cómo había ido a la iglesia, ya que le gustaban las ceremonias pomposas, y cómo algún «caballero importante» (seguramente de una embajada) había besado tres veces la cruz.

Por mucho tiempo pensé que nunca más escucharía nada sobre él…Y he escuchado mucho.

A principios de la NEP (Nueva Economía Política), cuando yo era miembro de la dirección de aquella Unión de Escritores, conversábamos con frecuencia en la oficina de Alexandr Nikoláievich Tíjonov (Leningrado, Mojovaia, 36. Editorial Literatura Universal).

En aquellos días se restableció la correspondencia con el exterior y Tijonov recibía gran cantidad de libros y revistas extranjeros. Alguien, durante una reunión, me dio un número de una revista francesa sobre arte. Yo la abrí: la fotografía de Modigliani…una cruz…Una gran reseña necrológica por la cual supe que él era un gran pintor del siglo XX (recuerdo que allí lo comparaban con Boticelli) y que había monografías sobre él en inglés y en italiano. Después de los años treinta, Eremburg, quien le había dedicado un poema en su libro Poemas de vísperas y lo conoció en París después que yo, me contó mucho acerca de él. Leí sobre Modigliani en el libro de Carco, Desde Montmartre hasta el Barrio Latino, y en una novela trivial, donde el autor lo une a Utrillo. Con seguridad puedo decir que este híbrido no se parece al Modigliani de los años diez y once. Lo que hizo este autor pertenece a la categoría de los procedimientos prohibidos.

Hace poco Modigliani se convirtió en el héroe de una película francesa bastante vulgar, Montparnasse, 19.

¡Esto es sumamente amargo!


 
Anna Ajmátova
(1889 – 1966). Poeta rusa.
Foto, N. Gumilyo.


Bolshevo, 1959 – Moscú, 1964



Traducción del ruso: Belén Ojeda

De: Algo acerca de mí (Ediciones Bid & Co, 2009)



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