viernes, 2 de diciembre de 2011

LUZ MACHADO / JUAN LISCANO



ENTREVISTA A ORILLAS DE UN VIAJE (1949)
(Luz Machado entrevistada por Juan Liscano)

Ciudad Bolívar  (Postal antigua)




–La imaginación ha sido un desastre para mí…Siempre me ha arrastrado.

–Será que en usted obran los demonios de su nativa Guayana, tierra de embrujamientos.

–La conozco tan poco; dejé Ciudad Bolívar a los quince años cuando me casé.

–¡A los quince años!

–No he ido más allá de los alrededores de la ciudad.

–¡Cuán joven se casó usted!

–Ha sido siempre en mi vida, propósito nunca cumplido, el de recorrer mi tierra natal antes de salir al extranjero. Y ya ve usted…He recorrido casi toda Venezuela con mi marido y me voy ahora sin conocer Guayana, sin descubrirla, sin haberme enfrentado a ella todavía.

–Hay mundos que pueden ser conocidos de muchas maneras. Quizás Guayana que tiene tanto mito, de tierra signada por lo fabuloso, pueda ser intuida.

–Estoy de acuerdo con usted. Muchas veces he tenido la intuición sobrecogedora de mi tierra nativa y la he como descubierto espiritualmente. Es un aliento  de toda ella que me traen el sol, el aire, las hojas, las plantas, las aguas…

–A lo mejor  usted lleva consigo a su maravillosa Guayana como una herencia de sangre.

     Hemos mirado con atención a nuestra interlocutora, aprovechando el silencio y el ensimismamiento  momentáneo que en ella siguieron a sus palabras.

    Sin dejar lugar a dudas su presencia física constituía un hecho considerable. Espléndido tipo de mujer latina amasada en morenez criolla. Altiva cabeza de frente despejada, de abundante cabellera oscura, de tajante perfil, de acentuados rasgos, un tanto duros, pero extrañamente nobles, con cierto hieratismo enigmático. Mirándola, un nombre de mujer que no podíamos precisar, sumergido como estaba en nuestra memoria, afloró de pronto a nuestra mente, en la plenitud de sus sílabas sonoras: Maigualida.

     Callamos, el descubrimiento, pero ya sabíamos. Maigualida, el extraordinario personaje de la novela “Canaima” cuya grave y radiante belleza  madura quiso describir Gallegos con un lujo de palabras pocas veces usadas en su obra parca en eso de pintar mujeres.

     Maigualida cuya hermosura enlutada imponía respeto.


Y como en apoyo de la evocación no formulada, mientras hojeábamos el álbum de recortes, caímos sobre un poema dedicado a ella. Rezaba la dedicatoria: “A la señora Luz Machado de Arnao, tan bella, tan triste, tan adorablemente triste”.

–¡Qué original dedicatoria! Ese poema me fue dado a raíz del acto de Clausura del primer Congreso de Mujeres, en 1938, donde me correspondió el discurso.

     Sus ojos cálidos vagan sobre el recuerdo.

–Eso era recién llegada yo a Caracas. Traía una emoción, una frescura, un ansia de redención de la humanidad, un amor por los seres, por las cosas…

 –¿Y ahora?

–Pues ahora, sabe usted, ya no se tienen veinte años. Hay tantas cosas que se rompen, tanta sombra que cae.

–¿La intención de su viaje tiene algo que ver con esa melancolía?

–No. No me voy de huida ni me voy para olvidar. Mi viaje ha sido elaborado y planeado calmosamente en mi hogar, en medio de todas mis obligaciones domésticas, de los pequeños acontecimientos diarios, en perfecta concordancia con todo lo que ha constituido una vida dedicada a la doble tarea de levantar una familia y de alzar esas circunstancias hasta las nobles expresiones de la poesía.

– ¿Lleva usted muchos proyectos?

–Muchos: ver, comprender, vivir ese estupendo fenómeno que es el Arte de Italia, en sus formas pasadas y presentes.

– ¿Tan sólo irá a Italia?

–Si puedo, intentaré llegar a Francia y un poquito más allá: a España.

–Hará algún estudio formal?

–No sé. Todo está sujeto a ese orden de cosas a que uno se ve sometida cuando ya tiene obligaciones definitivas y primordiales.

–Se refiere usted a sus hijos?

–Sí. La madre debe pensar primero en los demás.

–Entonces ¿se trata tan sólo de unas vacaciones?

–Nuestras vacaciones—y le hablo ahora en madre—no son más que una tregua en la actividad doméstica y un motivo más para la vigilancia sobre el espíritu.

– ¿Con este viaje cree encontrar usted un ambiente más propicio para la creación?

–La creación poética es un fenómeno que se produce en cualquier circunstancia geográfica o espiritual, cuando se es poeta. Aquí en mi país, como en cualquier otra parte, siento que podría crear poesía.

–En verdad, usted misma ilustra tal afirmación puesto que ha ido escribiendo poemas un poco por toda Venezuela.

–Mi obra la he hecho toda, hasta ahora, en mi tierra. Mal podría pretender un viaje por urgencia de encontrar dentro de mí la voz poética.

–Permítame formularle una pregunta indiscreta: ¿la vida de hogar en su sentir, es o no propicia a la creación poética?

–Más que indiscreta su pregunta es inútil refiriéndose a mí, puesto que en condición de mujer casada y en medio de mis hijos es cuando escribo mis libros. Pero quiero añadir algo más en lo que se refiere a mi caso particular. En mi marido he encontrado siempre apoyo definitivo para cuanto ha tenido que ver con mi labor creadora. Al punto de haber seguido estudios de Bachillerato y Cursos universitarios de Derecho y Filosofía –interrumpidos por razones de salud—sólo y exclusivamente por sentirme comprometida con él por la forma en que ha auspiciado siempre mi vocación. En cuanto a los hijos; le diré que cuando se lleva la función maternal al concepto de lo universal, nunca se pierde valor.

–Gracias. Tiene usted razón, la pregunta es obvia. Ahora quiero…

–Está usted procediendo como si se tratara de un interrogatorio judicial.

–Deformaciones profesionales. Luz: una vez más tiene razón. Los periodistas, cuando entrevistamos a alguien, solemos proceder como detectives tras una pista.

–Y frecuentemente dan pistas falsas.

–Eso forma parte del oficio y de las contingencias.

–Y del objetivo de hacer vender los periódicos también. ¿No es cierto?

–No lo crea. Más bien del deseo de informar exactamente al público.

–Pero hay cosas que ustedes escriben las cuales no interesan al público.

–El interés del público, se lo digo confidencialmente, lo creamos nosotros.

–O lo deshacen.

–Para complacerla me dejaré de preguntas sobre sus viajes con ésta última: ¿Qué hay de ese Congreso Humanístico al cual usted aludió en una entrevista anterior?

Florencia, Italia

–Esa nueva pista no ha de conducirlo a ninguna solución sensacional. En Roma y en Florencia, durante la segunda quincena de septiembre y la primera de octubre, se efectuará un Congreso de Filosofía y Humanidades. La Dra. Ana de Montagu de Filippone, profesora de nuestra Universidad, ha sido invitada y ese Instituto le ha dado credenciales amplias para representar a Venezuela en el congreso. Yo, que tenía preparado mi viaje desde hace algún tiempo, he pensado efectuarlo con ella. Quizás asista al congreso, cumplidas ciertas fórmulas, En calidad de observadora.


     El aire húmedo de la calle, recién lavada por la lluvia, invadió la sala. Nuestro diálogo sufrió una pausa. Luz Machado se ausentó un momento para atender quehaceres de la casa. Volvimos a hojear el álbum de recortes. Notas bibliográficas sobre sus libros: Ronda (1941), Variaciones en Tono de Amor (1943), Vaso de Resplandor (1946), (Premio Municipal de Poesía); artículos, prosas, versos, reportajes, entrevistas. Lentamente del viejo álbum empezaron a surgir recuerdos, a animarse huellas, a tomar cuerpo presencias pasadas. A medida que volvíamos las páginas se iba haciendo consciente en nosotros la noción de la amplia labor literaria y venezolana cumplida por esta mujer. De pronto caímos sobre dos sonetos escritos por el que es hoy su esposo. Llevaban fecha de febrero de 1931. Le iban dedicados y uno de ellos hacía referencia a su nacimiento, el cual aconteciera en medio del aura misteriosa de un eclipse de sol. El soneto aludido concluía don este terceto:

El sol, hermana Luz—y no te asombre
te dejó claridad hasta en tu nombre
y todo el fuego suyo en las pupilas.


Luz regresaba ya.

–¿Qué quieren decir estos versos sobre el día de su nacimiento y un eclipse de sol?

     Ella sonrío. Nos explicó que había nacido el día de un eclipse de sol, en pleno mediodía.

–Las gentes creían que nacería con una mancha.

–Aunque se dude de la Astrología resulta muy sugerente el panorama de su cielo natal.

     Callamos. Y una vez más pugnó en nosotros la intuición de un extraño destino en torno a esa mujer que se adelantaba desde su fabulosa Guayana, recortada sobre un oscuro cielo de eclipse. Nos parecía que alguien, en la tarde, trazaba un horóscopo magnífico.

–En torno a usted parecen amontonarse signos cabalísticos y extrañas predicciones. Se llama usted Luz, nace el día de un eclipse y viene de una tierra donde la leyenda situaba el dorado. Hábleme un poco de su infancia, de lo que recuerda, de su tierra natal. Quisiera situarle mejor en mi sentimiento.

     Sobre el rostro de Luz pasó como una sombra remota, apenas perceptible.

     ¿Memorias del ayer?  ¿Presencias de hoy?

–Lo que usted quiere es que le trace el mapa de mi vida. Tendría que hablarle de un mundo que tiene por cuatro puntos cardinales al Norte, el Orinoco; al sur, la Selva; al Este, el Sueño; al Oeste, –hizo una pausa lenta–el Otoño que me llega…

–al Norte, el Orinoco y la Esperanza. Al Sur, la Selva y la Soledad…siga usted, siga.

–Dijimos: Al Este, el Sueño, la Poesía…

–Siga preguntando o contestando, al Oeste…

–No quisiera…

–¿Por qué?

–Por el Otoño.

–Preferiría que se lo dictara.

–Quizás.

–Y su voz, honda, trémula, húmeda de resonancias delineó las palabras en medio de la penumbra naciente:

–Al Oeste, esta interrogante que me llega dorada en el umbral de un otoño ebrio.

     (Hemos pensado vertiginosamente que así debía oír Gabriel Ureña la voz de Maigualida, en las tardes de la visita casera, allá, en Guayana de los Aventureros y de las fuerzas perdidas, cuando curado ya de las inquietudes viajeras de la adolescencia, del hechizo de las palabras mágicas, arribaba al puerto de una plenitud sentimental adulta).

“…Maigualida…Más brillantes cada vez los cálidos ojos negros, más viva la tersa piel trigueña, a punto ya de perfección la línea del rostro donde los años venían estilizando el interesante rasgo indio que había adecuado su nombre sugestivo, coronado casi en todo su cuerpo armonioso la obra con que la voluntad de la especie decora las moradas de su perpetuación”.

–Nací a orillas de un gran río. Recibí una estricta educación familiar, de ésas que ya no se estilan sino en la provincia. Me recuerdo niña, en estado de ardimiento imaginativo constante, quizás no tanto por la educación misma como por el carácter. Iba a la Plaza Bolívar con un pañuelo y un abanico casi siempre y en otras corría y corría porque las ganas me sobraban, aunque temía sudarme. Papá era un gran lector, —la afición a la literatura y a la música me viene por herencia—, y yo solía pasar horas en la estancia, seducida por los títulos. Dos sobre todo me atraían. Ya no recuerdo uno de ellos; pero el otro era La Divina Comedia. Mi padre me decía que estaba muy niña para comprender esos libros.

Glevert Harold Sanchez Cadavid - Atardecer en el Orinoco

Al atardecer, como en un rito, eran los paseos con papá a lo largo del río. Mamá me entregaba la merienda. Cuando el Orinoco venía lleno, llevaba una varita de pescar e inclinada sobre el malecón jugaba a pescar. El río lleno me fascinaba, con su gran arrastre de agua y las innumerables cosas que traía consigo…Me ponía de rodillas sobre el borde del malecón y entonces sentía el tirón de la faldita que me daba papá. ¡Oh, ese tirón de la falda para que me apartara! Lo sentía como la quiebra de algo muy profundo. Quizás por eso mismo padecía la atracción del abismo. Inclinábame sobre las aguas como si pudiera leer en ellas algún dibujo, algún signo oculto. Me atraía la imagen de inmersión dentro de un mundo diferente, siempre en profundidad, en hondura, en verticalidad. El Orinoco me llamaba hacia adentro y su ciego fluir horizontal me dejaba indiferente.

Leo Matiz, fotógrafo colombiano (1917 - 1998) - Atarraya

     He intentado posteriormente revivir para mí estas imágenes de puertos, de atarrayas, de barcazas, de río crecido, de piedras blancas, de troncos flotantes, de aguas raudas que siempre pasan como rutas de esperanzas, en unos cuentos que no he publicado aún.

     El Orinoco me aventó luego por Venezuela. Dejé Guayana a raíz de mi matrimonio. Después fue la lucha por la vida, abandonada la maravillosa infancia, traspuesta apenas la adolescencia. Los cuentos a los cuales hago referencia me devuelven la revelación de aquellos tiempos. Y ahora, aquí me tiene usted, detenida en la puerta de oro de aquel otoño que le he dicho.


Alexis Pérez-Luna (1949). Fotógrafo venezolano. Serie / Esculturas de Alejandro Colina.

     Mientras hablaba Luz Machado, todo un mundo maravilloso había crecido ante los ojos de nuestro espíritu, en el que se mezclaban la fábula y la realidad, con un personaje niña-mujer trascendental inclinado sobre el agua hoy como ayer—en busca de un oculto tesoro de profundidades.:

“El agua torturada por su destino de fugas y tropiezos
se  ha detenido absorta en un remanso de silencios azules”

     Los versos de aquel octavo poema de Variaciones en tono de Amor tornaba más profunda la evocación. Y siempre del mismo libro, este otro guardado en la memoria: “estás en mí, como el navío chiquito…”

     Mujer de agua, como las sirenas, como María Lionza del mito aborigen, como la Venus Afrodita nacida de la espuma del mar, como Morgana, nacida del agua, como Melusina, el hada de los acuáticos dominios. Siempre la imaginación popular y los mitos han asimilado la mujer, el eterno femenino, con ese “destino de fugas y tropiezos” que es el agua. El agua que corre y fecunda la tierra, también mujer.

–Ahora empieza su viaje, Luz hacia Italia que dora el tierno sol del Mediterráneo, mítico mar, mar de Venus; Italia será el umbral dorado que usted dijo.

Vaso de Resplandor, entonces será Italia –añadió con cierta sonrisa burlona.

–Vaso de Resplandor es usted.

(El Nacional: 21 de agosto de 1949)

Luz Machado 
(1916 - 1999). Poeta venezolana.


Tomado del libro: “Lecturas de poetas y poesía” de Juan Liscano.
Academia Nacional de la Historia (79)
Caracas, 1985        

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