LA CASA DE PEPE Y SANTIAGO
René Magritte (1898 - 1967). Pintor belga. El imperio de la luz, 1954
En medio de esta
horrible cosa que es la vida en Caracas, tengo dos amigos que me ofrecen una oportunidad
de quietud, serenidad y perfección Espiritual.
Ellos son Pepe y Santiago. Pepe Sellán es un joven poeta español que ha dado
bastantes vueltas por el mundo y ha venido a dar con sus huesos
—que es casi lo único que tiene— a Venezuela, y aquí trabaja en el
negocio de libros. La mejor parte de este negocio me la llevo yo, porque Pepe
me regala todos los libros que no puede vender, de modo que se ha convertido en
mi aprovisionador particular y gratuito. Santiago Pallini es escultor y pintor,
es igualmente joven y viene de la Argentina. Se pasa el día entero esculpiendo
y pintando, y a veces da clases de su especialidad. Es su negocio (si puede
llamarse así a lo que realmente es ocio, lo contrario del negocio); y como de costumbre,
la mejor parte del negocio me toca a mí, porque
recibo clases gratuitas de arte escultórico, in vivo e in vitro, y de
vez en cuando soy obsequiado con alguna pieza. A cambio, yo les escribo palabras
a Pepe y Santiago, que ellos reciben con una alegría tal que me compensa de
todos los dolores de ser poeta en esta ciudad y en este país.
Santiago y Pepe
viven en una casita situada en el área del Country Club; debe de ser la
casa más modesta de esa región hipebórea.
La pagan entre los dos y la mantienen como una especie de isla apartada de todo
bullicio. En torno de la casa sólo hay verdor. En el terreno adyacente, Pepe y
Santiago han sembrado chayotas, rabanillos, auyamas y otras cosas que ellos
consumen cuando les da hambre, que es muy pocas veces. Sus necesidades físicas
son muy pocas. No consumen alcohol sino muy de vez en cuando. Su desayuno es
una taza de café, bebido en unos pocillos que ellos mismos hacen.
En esa casa sin
ruidos, el único sonido que se oye es el de la música: Mozart, Orff, Gluck,
Beethoven...
Lo único que yo oí fue el
Requiem de Mozart, ese que escribió antes de morir y que dejó inconcluso:
Una casa encendida
por dentro
con golpes de
cincel
en el torso del
tiempo,
y un poeta que
alumbra una morada
donde brillan
callados los recuerdos,
donde el ángel de
Mozart
vuela como un
espectro
y cuatro soledades
se conjuran
para decir
cantando el Réquiem nuestro
y el dolor de la
vida no se siente
sino como un rumor
que va por dentro.
Casa, casa
encendida
entre límites
verdes y serenos,
no me dejes morir
entre la vida,
no me dejes vivir
como los muertos;
que tus ladrillos
dancen en la tarde
como piedras
cantadas por Orfeo,
que tus muros se
muevan en la noche
como un pueblo de
sueños
y que los cuatro
conjurados vivan
toda la eternidad
en un momento.
Cosas así puede
uno ingenuamente escribir cuando pasa una tarde donde Pepe y Santiago. Allí no
se dice una sola palabra de política. Las únicas palabras que se oyen, o bien
son los martillazos de Santiago sobre el rebelde mármol, o de otro modo son el
rumor casi inaudible de la conversación de Pepe, hecha de la más delicada poesía
del mundo.
En medio de esa
tranquilidad, caigo yo con todo el peso de mi vida, mis angustias, mis vicios
innumerables, mis costumbres antiguas de ciudadano habituado a las grandes
urbes podridas. Llevo mis nepentes, y Pepe y Santiago sonríen: a ellos les
gusta porque me consideran igual a ellos, aunque mis costumbres sean distintas.
Tienen razón. Los poetas forman una familia indestructible. Las diferencias
tienen su razón de existir gracias a la semejanza. Yo les digo mis poemas,
ellos me dicen los suyos y así nos alimentamos de cosas distintas a las que se
venden en los mercados.
(Texto tomado del libro “Filosofía
de la Ociosidad”)
Ludovico Silva
(Caracas, 1937 – 1988). Poeta,
escritor, filósofo, y ensayista venezolano.
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