martes, 17 de enero de 2012

GABRIEL MANTILLA CHAPARRO





Giorgio de Chirico (1888 – 1978). Pintor italiano. Los adioses del poeta, 1923






1.- La poesía es un acto de fe, un intento tenaz y ardoroso por penetrar el sentido del universo, de las cosas, de lo intangible, del alma humana. Quiere el poeta sumergirse en el centro del enigma para lograr la verdad, o una parte de ella... pero que esa verdad debe conservarse siempre velada,  en gran parte, no lo que se encuentra en él.

2.- El poeta está consciente de sus límites, pero también conoce su fuerza, sus ímpetus, nada le es imposible, todo puede transponerlo por vía de la imagen y la metáfora; tiene un modo particular de asumir la vida, diferente, incluso, al de los demás poetas; sus sensaciones son intransferibles, mas pueden comunicar la potencia en que ellas se generan.

3.- El hombre es el único ser que escribe poesía, el único que puede desentrañar e interpretar los cauces y las motivaciones de esa “fuerza” que es la poesía. Él conoce auténticamente los detalles actuales para que esa “energía” logre expresarse. El poeta es una alquímica unidad de razón, imaginación, pasión y riesgo. Con estas herramientas abstractas trata de concretar una fecunda comunicación consigo mismo, busca conocerse e interpretar en lo más hondo... Con ellas penetra en la poesía.

4.- El poeta es una amasijo de corrientes y sensaciones, un territorio desbordado de motivos grandes y pequeños, está asido al atavismo, el deseo de libertad, de la vivencia, a la permanente tentativa por lo imposible, experimenta su vértigo, construye oraciones íntimas, le interesa el conocimiento, la emoción, el instinto, lo tradicional, lo moderno, lo teológico, lo obsceno, lo demoníaco, lo polémico, lo frecuentemente lírico, lo didáctico, es sentimental y duro, siente adicción al símbolo, navega en el sueño (Onirismo), linda en lo místico, es espontáneo, sensual, afiebrado, terrible, excéntrico, exótico, nostálgico, alegre, triste o ensimismado; lo carcome el sentimiento de la derrota o se nutre de una posibilidad esperanzadora... Busca el poeta, hurgar en la muerte, la locura, el sueño; se hunde en el piélago del vicio; define su vida, su amor y su dignidad... o lo arriesga todo, cavila en la evocación y la fantasía; permanece sereno o desaforado en la observancia atenta de lo que lo rodea, es panteísta o monoteísta, a la vez que sostiene una acalorada vigilia de la forma, del lenguaje, de lo estético... un poeta es un hombre.

5.- Un poeta puede ser un hombre solo, y la fuerza de esa gran soledad desbordará en sus escritos, no sólo como una desgracia ineludible y dolorosa. No necesariamente deberá ser la soledad un heraldo que no trae aflicción, que nos impone una condena o nos purga de entre la multitud. Lo importante es respetar y comprender el sentido pleno de la soledad, no como el simple hecho de que se está solo, sino que la soledad es hoy un verdadero privilegio; la soledad auténtica consiste en no estar solo, es querer estar solo.

6.- En este sentido, existe el poeta que se aparta del mundo, el que se va a la montaña, el ermitaño que se encierra en una cueva agreste y convive con los animales salvajes, con el clima, con las más altas manifestaciones de la naturaleza, el que se baña desnudo y sin perjuicio en el río, bajo el silbo y la atenta mirada de los pájaros, el que educa su oído para oír los más inaudibles e inauditos sonidos del silencio, el que conoce el día mejor que mil relojes de cuarzo.
Existe también el poeta que se encierra en CUBO en el medio de la ciudad y hace su obra con gran devoción y el más férreo anonimato, el que piensa que cada contacto con el mundo exterior es un valioso tiempo robado a su obra en gestación; el que escribe como si fuese el último día.
Hay algo común en ellos; la soledad. Y otra cosa...escriben para sí.
Puede el poeta ser místico y buscar mundos tangibles, elevados, paradisíacos, umbilicales, con base en los cuales gira su nostalgia, su melancolía, su gracia... 
Ya no una nostalgia por un mundo perdido sino por un mundo anhelado, sentido en el futuro y fuera de estas dimensiones estrechas que percibimos.
Puede ser hedonista irremediable, disfrutarlo todo, hasta el fracaso mismo, convertirlo en una energía revivificadora (hay derrotas con las que se gana), inflamar los sentidos, el alma, enamorarse de todo lo que pertenece al sexo, a la acción y a la noche; juntar cuerpos, palabras, canciones y borracheras, como Rubén Darío, el Magnífico.
Puede ser un idealista, que se deshace en el anhelo por un mundo imposible para sí y para su prójimo y combatiente de su vida por ello.

7.- Lo cierto es, que aun por falsa y tupida que la vida sea, el alma del poeta abre bien los ojos y avanza pertinaz hacia su propio encuentro. Busca lo que los japoneses llamaban antiguamente el “Oh-Kagami”, el “Gran Espejo”.
Ningún crepúsculo acobarda a quien sólo vive esperando el Alba de la vida. Nada tendrá suficiente fuerza, argucia o poder para desviar un poeta de su verdadero propósito. La Poesía, ese himno que surge vivo en la mente y lo satisface por encima de todas la cosas; ningún mármol en cualquier cementerio del mundo podrá decir lo grande que se siente su corazón en el idioma universal del poema; ningún instrumento podrá medir con exactitud la intensidad y la fuerza de su río interno; nada borrará sus antiguos caminos ni le desviará de los nuevos; un ciclón atroz no podrá derribar sus hojas altas; ningún mago maligno oscurecerá la centella de su infancia rediviva.

8.- El poeta entra en el poema, en su “realidad”, en asombro y goza esa inclusión: se introduce en el ancho oleaje del poema, remueve escombros, redescubre cosas olvidadas, admira paisajes no vistos o que pasaron desapercibidos en su momento, oye voces familiares en los recodos de su espíritu, ve cuerpos conocidos y desde la lejanía las admira... reconoce al padre doblado segando, a la madre frente al horno, a su perro echado en el zaguán, olfatea el humo de la chimenea, encuentra el saludo a distancia de los campesinos pasaje ros, siente la fuerza de los adioses en la estación... o encuentra a la niña que amó... revisa su casa, el viejo baúl, se entretiene con los pájaros, disfruta el dulce olor de la miel y las frutas, el sonido del río, se sienta en el mueble preferido y observa desde allí a los tíos ebrios que cantan y ríen, felices de su sencillez, sin pretensiones intelectuales, contentos de su simple pasar.

9.- El poeta lleva al poema, a la creación, todo lo que acopia de lo humano. Siente el amor, el sueño, el tiempo, la vida y la muerte, como cataratas inmensas que lo invaden, que despiadadamente lo inundan y pugnan en su interior.
Un hombre es un poeta de cualquier manera... es imposible no serlo.





De: Vivir a pulso (Fundecem, Mèrida, 2005)




Gabriel Mantilla Chaparro
Poeta, ensayista y profesor universitario venezolano, nacido en Cali, Colombia, 1954. Profesor de la Escuela de Letras, Departamento de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Los Andes, Mérida. Magíster en Literatura Latinoamericana en Pontificia Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá.



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