SILVIA
Denis Núñez Rodríguez (1967). Pintor cubano. Después del final
Las mujeres que me amaron
de seguro han muerto.
Ellas pertenecían a una raza distinta.
La atmósfera de llama necesaria a sus cuerpos
desapareció una noche con los astros.
Y sólo pueden ahora reposar sus cabelleras
sobre la ilusión de resplandor sagrado
que es la lejanía.
En el tiempo del sol
yo podía reconocerlas
por el solo movimiento de sus sombras.
Entonces me invadía el ímpetu
de correr descalzo sobre el agua transparente.
Y eras tú Silvia
–nada más que tu mirada mágica
quien lograba abrillantar la arena
donde me tendía para huir de la noche.
Eras tú quien al pasar hacía
recobrar su juventud llameante a cada parque.
Y al abandonarnos al embrujo de las calles más altas
frente a las ventanas oscuras
eras tú quien invocaba y ponía a nuestros pies
los habitantes de la sombra.
Una noche enterraste en el césped una perla.
Fue en homenaje a los hermosos días de diciembre.
Y cuando percibiste la presencia
de los vagabundos que espiaban nuestra ofrenda
postergaste el nacimiento del árbol que nos uniría.
Desvaneciste la posible rosa
cuyo aroma igualaría en peso
y consistencia a nuestra sangre.
Porque a partir de entonces
–a partir de aquel gesto
tú me hubieras ayudado a salvar
esta doble apariencia que nos aprisiona.
Este doble llamado que nos requiere a un tiempo
y nos deja inmóviles en el mundo
vacío de sus diferencias.
Después vi en tu rostro por primera vez el llanto.
Vi en tus manos las piedras que arrojaste a la noche:
El mundo estaba solo.
Me hablaste de los seres desaparecidos.
De los mares desaparecidos.
De cierta estrella como única mansión
en donde muerte y vida, amor y odio
eran hechos que lograban apenas
amenizar la caída de una tarde.
Y fuimos desde entonces fantasmas
–nada más que fantasmas.
Tú me amaste Silvia. Yo amé en ti el desafío
a la sombra que se antepone al bosque.
El desafío al bosque se antepone al cielo.
Nos amamos y era allí en el amor donde comenzará
esta desaparición que nos anula.
El amor en mis manos es una fuerza
que distancia las cosas que acaricia.
Tú habrás desaparecido. Estarás en tu raza
–en tu astro donde sopla la llama.
Sin embargo sé que existes aún. Sé que existes.
He vuelto a contemplar los árboles.
A palpar las flores.
He caminado mucho porque un día
–lo sé bien– en un mar que no conozco.
En la gran lejanía hecha como está de arena azul
de pequeñas piedras y frutos que han caído
–en un amanecer fuera de tiempo he de verte
he de oírte cantar desde tu vida.
Sé que existes. Y un día serás tú Silvia
–nada más que tu mirada mágica
quien logre abrillantar la arena
dolorosa que me hago.
Quien haga recobrar su juventud llameante
al parque más antiguo del mundo que ahora soy.
De lo contrario sabrás que soy del mundo
y habré de maldecirte y estaré llorando
porque el odio me entregará a la noche que me llama
para nutrir conmigo sus túneles hambrientos.
De: Superficie del Enigma (1968)
El Poema Silvia fue escrito en Bogotá la madrugada del 23 de enero de 1954, en la casa del poeta Juan Sánchez Peláez.
Hesnor Rivera
(Maracaibo, 1928 – 2000) Poeta, crítico, ensayista, periodista, fundador del grupo “Apocalipsis” y profesor universitario venezolano.
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