APUNTES SOBRE EL TIEMPO
Y LA POESÍA
El arte parece ser el empeño en descifrar o perseguir la
huella dejada por una forma perdida de existencia. Testimonio de que el hombre
ha gozado alguna vez de una vida diferente. Pero en esta persecución las artes
de la palabra parecen encerrar la clave más que las plásticas, siempre más de
este mundo, más adaptadas a la realidad que se nos ofrece. La razón no es
difícil de encontrar; las artes plásticas tienen menos que ver con el tiempo;
su apariencia, por el pronto, es espacial y no sucesiva; su goce no es a la par
una realización.
Y en la vida humana
lo decisivo es el tiempo. Más, el tiempo en que vivimos parece ser ya el
producto de una escisión. De ahí el irresistible afán, nacido de la nostalgia,
de ese tiempo perdido, que si en algún arte se refleja es en la poesía porque
ella parece procurar su posible resurrección, dentro de este tiempo en
decadencia.
La poesía primera
que nos es dado conocer es lenguaje sagrado, más bien el lenguaje propio de un
periodo sagrado anterior a la historia, verdadera prehistoria. Palabras sagradas
que hoy oímos todavía en las fórmulas de la Religión; pero ellas para el
creyente no son poesía sino misteriosa verdad. La palabra sagrada es operante,
activa ante todo; verifica una acción indefinible, porque no es un acto
determinado y concreto, sino algo más; algo infinitamente más precioso e
importante, acción pura, libertadora y creadora, con lo cual guardará
parentesco siempre la poesía. Toda poesía tendrá siempre mucho de este primer
lenguaje sagrado; realizará algo anterior al pensamiento y que el pensamiento
no podrá suplir cuando no se verifique.
En el lenguaje
sagrado la palabra es acción. Son fórmulas que hacen abrirse un espacio antes
inaccesible. La acción de lo sagrado es la que parece proporcionarnos este
espacio, verdadero «espacio vital», pues es la posesión de nuestro tiempo y la
manera de que las diferentes clases de seres y cosas entren en contacto con
nosotros; es la accesibilidad de las diferentes maneras de la realidad. De ahí la imagen inveterada de unas puertas que se
abren ante una fórmula sagrada o ante un conjuro mágico, remedo de la verdadera
acción. Hay un libro venerable que por tantos motivos puede ser considerado el
origen de la poesía: EI Libro de los Muertos, de Egipto. La momia perfecta se
presenta ante sus jueces; al final de cada examen son pronunciadas las palabras
sagradas, sacramentales: «Pasa; eres puro» y le es franqueada una puerta, espacios
cerrados hasta ese instante, espacios de los que entra en posesión al par que
de su libertad; zonas de una realidad hasta entonces oculta, vedada. Y este
espacio y esta realidad si pueden ser gozados tienen que haber sido sentidos en
su privación, por ese «eros», apetito que no se dirige a cosa alguna en
particular, sino a una realidad presentida en el recuerdo.
Poeta es el hombre
devorado por la nostalgia de estos espacios, asfixiado más que ningún otro por
la estrechez del que se nos da, ávido de realidad, de intimidad con todas sus
formas posibles. La poesía pretende ser un conjuro para descubrir esa realidad,
cuya huella enmarañada encuentra en la angustia que precede a la creación.
Arthur Rimbaud |
Hay un momento
peligroso para la existencia y suerte de la poesía: el de la épica. Cuando el
hombre se lanza hacia su historia, cuando inaugura el modo de vivir histórico
que conocemos, la poesía le acompaña. Es cuando nace la poesía propiamente
dicha, cuando independizándose deja de ser lenguaje sagrado para ser poesía, lenguaje
humano. Será entonces memoria; memoria que guarda la imagen de una Edad de Oro
y que atesorará las hazañas del tiempo histórico, mediadora entre estos dos tiempos; el
histórico y el de la Edad Dorada o Paraíso Perdido. Y mientras la razón se
dirigirá ante todo, al porvenir, de esencia previsora, la poesía será ya para
siempre memoria; memoria, aunque invente. Y esta memoria dignificará la
historia real, y será una forma de piedad que compense de la crueldad del
recién llegado, de las nuevas generaciones que suben a la vida. Memoria piadosa
del antepasado que domará al recién venido.
Alphonse Osbert |
En esta vida que da
nacimiento a la Elegía el problema del tiempo aparece más agudizado que nunca.
Es como si solamente se viviese en lo pasajero, consumido por el espectáculo de
su paso, gozando de la realidad justamente lo que en ella sin cesar se
marchita. La poesía lo llora; luego recordando, intentará crear la imagen
mágica del tiempo sagrado por una forma de lenguaje activo, creador. Seguirá
buscando la inocencia de la palabra, y lo hará ahondando más y más en el
interior de nuestra hermética vida hasta encontrar un cierto espacio, lago de
calma y quietud; ese punto, ese centro desde el cual es posible poseerlo todo,
sin perderlo ya más. Es, será cada vez más, su ilusión. La palabra se volverá
hacia lo que parece ser su contrario y aun enemigo: el silencio. Querrá unirse
a él, en lugar de destruirle. Es «música callada», «soledad sonora», bodas de
la palabra y el silencio. Pero al retroceder hasta el silencio ha tenido que
adentrarse en el ritmo; absorber, en suma, todo lo que la palabra en su forma
lógica parece haber dejado atrás. Porque solamente siendo a la vez pensamiento,
imagen, ritmo y silencio parece que puede recuperar la palabra
su inocencia perdida, y ser entonces pura acción, palabra creadora.
1-
El
respeto al «sagrado desorden» de su espíritu no es la complacencia en el
desorden del «enfant terrible»— como sugiere Cocteau en su caricatura del poeta—.
Cocteau ofrece la versión para la burguesía—sin riesgo—del poeta sagrado y
maldito a lo Rimbaud.
De: Hacia un saber sobre el alma (Alianza Literaria).
María Zambrano
(1904-1991). Filósofa y ensayista
española.
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