MEMORIA DE UNA POÉTICA
A Manuel Caballero
A José Luis Vethencourt
Geografía del alma
Escribir una memoria poética es diferente a una simple
biografía intelectual. Se trata de una
geografía del alma. Allí entran la infancia, la educación para el sentir
poetizante, el trabajo de la lengua, la conciencia de la música, el amor por el
arte, las enfermedades, los fracasos.
Nadie puede sentarse a escribir un poema como si fuese un
documento. Uno acumula experiencias, se llena de todo lo que ve y contempla,
posee una memoria que como vasija guarda visiones, rachas de sentimiento,
tensiones, imágenes. Esos sedimentos brotan en nosotros, surgen como chispazos,
anunciaciones; ellos son los que van a conformar el primer estadio de un poema,
la materia prima. Junto a ella la luz de la conciencia iluminará aquello que en
un primer momento puede aparecer como crepuscular. La luz de la conciencia
organiza ese material psíquico en lenguaje. Pero antes de ello debemos
escuchar. La poesía es escucha y receptividad. La imagen suena, es palabra
sonora. Algo en nosotros asciende y quiere hablar. De lo profundo del
inconsciente surgen materiales arcaicos. La memoria del inconsciente nos habla.
A veces no es posible expresar la imagen o las imágenes que ascienden en
nosotros. El hecho poético es también un proceso de maduración. No todas las
imágenes que vienen a nosotros son inmediatamente comprensibles, maduras para
su expresión. Pero si hay una imagen madura, claramente perceptible y audible
el poeta la sigue con palabras, la hace lenguaje y resonancia. Esas imágenes
son cargas que el vivir acumula, sedimentos, rachas de memoria. Cada libro
nuestro es una experiencia, un lapso que se expresa del vivir, un momento nunca
definitivo. Eso nos distancia a veces del libro técnico. Lo tecnológico alberga
la fantasía de lo definitivo, lo completo. La poesía no se halla en casa en lo
completo ni en lo definitivo sino en el tanteo de lo provisional. Ella explora
y destruye, emerge y aniquila. Sus descubrimientos, porque pertenecen a la zona
crepuscular del ser humano, no pueden ser definitivos. La pasión, el error, la
errancia la signan. Creo que he escrito desde esta perspectiva: el error, la
errancia y el esplendor. Lejos del genio y cerca del “duende”; es decir, cerca
del toque dionisíaco, como diría Rafael López Pedraza.
Hay momentos secos, sin “duende” ni magia en que queremos
escribir porque el cuerpo lo pide como un amor y uno busca cualquier forma de
suscitación. Esto sólo quiere decir que estamos enjaulados en cuerpo de poeta.
Y todo en nosotros quiere expresarse a toda costa. Cuando escribimos así las
cosas no salen bien. Escuchamos, sí…pero escuchamos mal. Hay un tiempo para la
escucha, a veces se nos presenta muy inconscientemente.
Creo que la poesía es una entrega al tanteo. Al tanteo de lo
que llega. Cuerpo y alma están allí abiertos. El hecho poético entra también
por la piel. Se trata a veces de una efervescencia, una fiebre, un calor
súbito, una enfermedad. “Yo soy otro” decía Rimbaud.
La otredad nos llega. Esto es magnífico. Se trata de la
fiesta del poeta. Y allí debe congregar su máxima atención. Cuando en mí llega
la otredad yo doy a cambio la palabra, los rezos, la letanía, los ritmos…sólo
para saber qué es. Solo para hacerla hablar.
Me hace más feliz poder escribir que publicar lo escrito.
Escribir pertenece al cuerpo y al alma, y produce más dicha. Me gustaría
escribir siempre sólo porque anhelo la dicha de las revelaciones que producen
en nosotros una alta tensión, un enervamiento eléctrico, una pasión contenida…
sin embargo, sé que no es posible para la poesía esa continuidad. Los dioses no
se posan con sus gracias para nosotros todos los días. Debemos vivir nuestra
lentitud.
La poesía es tensión, arco y lira. La cuerda alzada
esperando caer, en el preciso momento. Allí toda la embriaguez debe volverse
luminosa y contraerse. No se trata del extravío. El poeta debe atajar en el
preciso momento el instante poético.
Hay mucho material poético que perdemos en el vivir. Lo
vivimos sin más, para la memoria. Por ello el recogimiento, el apartamiento y
la soledad son lo más importante. Allí se macera, se cuece lo vivido y alcanza
su máxima tensión.
Hay quienes opinan que se nace poeta. No estoy segura de
este prejuicio. He tratado de enseñar poesía. Y he recibido contactos
reveladores. Tampoco se nace para el amor, se es seducido. En la poesía hay
rapto. No violación sino lenta seducción. La lentitud para el mirar y el
contemplar. La lentitud para ofrendarse a la palabra del poeta. A sus bellezas.
La lentitud para entregarse al eros de la poesía, que no es tiempo sino
duración, un instante irreal que se prolonga en la carne y en el alma como una
maravilla.
El instante poético no es necesariamente beatífico, el
horror, la complejidad pueden aparecer. Y esto es enseñable. En el aula, en la
conversación íntima, desde el amor. Siempre que haya disposición. Pasividad
femenina del alma. Ánima.
La poesía se escribe con el ánima, no con el logos, no desde
el animus. El tiempo de la poesía es el tiempo del ánima. Allí los recovecos,
el hilo de las pasiones. Las afirmaciones contundentes carecen de jerarquía en
ese ámbito. Lo impreciso y dubitativo se hacen lugar y cuerpo en el escenario
del ánima. La poesía tiembla, dice sí o no. La casa del ánima es siempre
incierta y está como en asombro. Su lenguaje es circular, no rectilíneo.
En el lenguaje del ánima hay como un primer buscar sin rumbo
fijo. Se busca y no hay sitio. Se trata de dar vueltas sobre sí, un rumiar. Las
ventanas de las casas se presentan como
revelaciones. Lo femenino irrumpe. La largura. Como si el cosmos entero en una
cosa pequeña se posara sobre nosotros.
Lo femenino en poesía es ver una filigrana. El borde de una
página al trasluz. Como por nada. Ese hecho de la gratitud es asombroso. Nadie
ni nada nos paga por ello. Lo vivimos. Su duración es una eternidad. Una
entrega.
De: Cómo leer la poesía
Hanni Ossott
(Caracas, 1946 – 2002). Poeta,
ensayista, traductora y docente universitaria venezolana
1 comentario:
Hola, acabo de encontrarla y la amé.
Saludos en tensión.-
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