ACCIDENTE
Me pasa un tren por encima;
lo lamento
por el maquinista,
que se inclina sobre mí
y me susurra en el oído
que es inocente.
Me limpia la frente
y sacude la ceniza
de mis labios.
Mi sangre se evapora
en el aire de la tarde
y empaña sus anteojos.
Susurra en mi oído
los detalles de su existencia,
tiene esposa
y un hijo que adora,
siempre ha sido
maquinista.
Sigue hablando
hasta que un rayo de luz
nos ilumina,
se levanta,
sacude
su chaqueta
y echa a correr.
Los maderos se rompen
bajo sus botas,
el aire frío
y espeso
en sus mejillas.
De regreso a casa,
se sienta en la cocina
mirando la oscuridad,
el rostro ruborizado
sus manos presionadas
entre las rodillas.
Me observa, tendido
e inmóvil
al lado de los
rieles
mientras
mi abatido aliento
es arrastrado;
el campo
se curva bajo
las pesadas sábanas
del viento
y los pájaros se dispersan
en el maderamen de los árboles.
Sale corriendo
de la casa,
carga en sus brazos
los restos de mi cuerpo
y me trae de regreso.
Yazgo en la cama.
Coloca su cabeza
al lado de la mía
y me dice que todo
estará bien.
Una pálida luz
brilla en sus ojos.
Escucho el viento golpeando
con fuerza la casa.
No puedo dormir
no puedo estar despierto,
las persianas hacen ruido,
ha comenzado el fin de mi existencia.
Mark Strand
(1934). Poeta estadounidense.
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