Habré de contaros
de los temblores
que estremecen mi
piel.
Pobre árbol que
es mi cuerpo
atorado de sol,
de vientos, huracanes.
Otoño
enceguecido, nido abandonado
soy.
Apenas si,
florecida sombra
que se acuesta sobre la tierra húmeda.
Hojas
cayendo, gajo de convulsas palabras,
la tristeza herida se destiñe y cae.
Brote fogoso,
la nostalgia sube
por mi cuerpo
y oprime mis senos.
Ánfora de viejos recuerdos
cuelga de mí como
frustradas raíces.
Posada de mis
sueños se desfleca en colores.
Es entonces
cuando habré de deciros
de las profundidades, no de las mías,
nunca he llegado
a ellas.
Aspiro recorrer
el vértice de mi angustia
en mi apogeo de
alma montañosa ,
caminar
por el sendero, serena alfombra,
por donde corre
el río que seduce mi cuerpo.
Árbol que soy,
cuando cae la lluvia,
crujo de
alegría, reposo es sereno
sobre las hojas
húmedas.
Habré de cabalgar
entre la
turbulencia del dolor
y la alegría imprecisa.
Libre de
amuletos,
forjaré mi verbo.
Inquieta estancia,
siento en mí,
la ausencia del sol.
A veces, como un ojo volcánico
me estremece su euforia
invoco su inmensidad,
pero no cabe en
mí.
Me asfixia la
lejana sombra,
diadema que
me cubre los ojos.
Beber el agua de
la infancia
no tiene nada de
sencillo.
Mi sonrisa será
el aleteo
de mi alma en fuga,
crucial intento,
nada más.
Cuando ya sea la
tarde
y el mundo de mis sueños repose,
mi angustia quedará dormida
en las campanas
de la vida.
En el instante exacto despertará el sonido,
cuando
alguien descubra un posible
planeta
les hablaré nuevamente del asombro.
He llenado de versos el estanque
donde deja la fuente sus secretos.
He colmado de
sonidos leves y profundos
los violines del
alma.
Sé cómo suena la
colmena,
cuando la miel
exhibe dulces hilos,
mientras este
pequeño globo, ateneo de la vida,
atardece mi voz.
María Lourdes Hernández de Martín
(1947). Poeta venezolana.
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