LOS SILENCIOS SÚBITOS
De la herida
manaba cristalina presencia,
oveja y música a un tiempo
en la cárdena mano del olvido.
Olía a campo domeñado y verde.
A viejo campanario melancólico
rodeado de blanquísimas doncellas
en danza y brisa conmovidas.
Era como si de pronto el bosque todo
comenzara a vibrar y despertara sus ecos
pastoriles.
Se estremecía la luz. Y la carne violeta
de la tarde desbordaba su natural dominio.
Todo estaba allí como esa lámpara
que llena de nostalgia las paredes
mientras la sombra crece como un hongo.
Todo, sollozo fulgurante
y mar agónico de verdes puñaladas.
Al fondo, sonaba la tarde
y olía a pan conquistado
y doloroso. A intimidad tremante
resplandeciendo en la mano del hombre.
La despedida cabía en el puño de la mano.
Y no era necesario mirarse a los ojos
para saber que estábamos ciegos de amor
y enamorados, en un afán de súbitos
impresionantes silencios.
Oh almas comunicantes
ceñidas por el tiempo y la distancia
en reverberente condición humana.
De: Los círculos del hombre, 1959
Pedro Francisco Lizardo
(Bejuma, Carabobo, 1920-2001). Poeta
venezolano.
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