PAISAJE AL FONDO DE UN ESPEJO
Jesús Navarro (1952). Pintor español. Espejo y mar |
Estaba exhausta del
paisaje eterno:
el mar, una cigarra, una
columna,
yo, asomada a las aguas
del espejo.
(La cornucopia era una
crencha rubia).
Mirándome la frente y el
pañuelo
en ascención a las
pupilas húmedas
por la trémula escala de
los dedos;
mirándome en la luna,
en el claro de luna del
espejo.
A su charco avancé, clara
y desnuda.
Alrededor hallé el
paisaje eterno:
el mar, una cigarra, una
columna…
Oí la voz del mar en el
silencio;
la voz de la cigarra en
la penumbra;
enlacé la columna con mi
cuerpo
y al fondo del espejo vi
una ruta,
los árboles y el cielo.
Era un jardín no visitado
nunca.
Vi estatuas maceradas
cuyos senos
caían a la yerba como
frutas,
vi fugaces destellos
de fuentes moribundas,
y una flor columpiada por
el viento
volaba en el cristal
ajada y mustia.
Oí la voz del mar en el
silencio:
El jardín se derrumba...
Sé amarán las estatuas,
los espectros
de mármol que se ocultan
a la sombra de un pino o
en el denso
caracol de una gruta.
Se amarán las estatuas y
sus besos
serán huecos sonidos en
la tumba
de sus cuerpos sin vida,
de los miembros
que en lápida marmórea
los sepultan.
Caerá el amor sobre la
piedra, muerto.—
Y me habló la cigarra en
la penumbra:
—La salvación es el
viviente gesto
que se alza de tu ser
como una lluvia.
¡Riegue tu surtidor el
campo yermo!
El jardín se derrumba…
Te preparan las hojas
blando lecho.
¡Abandona la rígida
columna!
Cruza el radiante y
virginal sendero,
toca la misteriosa
cerradura.—
Me encaminé al espejo,
llamé a las puertas de
cristal; rotunda
pronuncié mi palabra de
consuelo.
El mar sonó a lo lejos...
mas ninguna
voz respondió a mi
acento.
Volví a tocar... llamé al
amor de nuevo;
pero las puertas
continuaron mudas.
Ni resonancia ni eco
callaron mi pregunta.
Y llamé largo tiempo...
Y me enlacé al espejo con
angustia.
Hubo tormento
y lucha
hasta que un brusco y
singular estruendo
llenó la mansa alcoba de
iracundia.
Vi descender, agónico, el
espejo
y le tendí mis dedos como
brújula.
Pero el naufragio se
cumplió. Fragmentos
de paisajes clavados en.
mis uñas
miré y aún miro en el
temblor sangriento
de mis manos convulsas:
un hilo de agua, un
pedestal desierto
en que una estatua
levantó su espuma,
y una flor azotada por el
viento
que en una arista de
cristal se mustia.
Mientras el mar suspira
en el silencio
y llora la cigarra en la
penumbra.
De: La vara mágica, 1948
Ida Gramcko
(1924 – 1994). Poeta
venezolana
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