domingo, 15 de septiembre de 2013

TED HUGHES



LA VIDA LITERARIA



 
Marianne Moore (1887–1972. George Platt Lynes (1907–1955). Gelatin silver print, 1935.




Subimos la escalera estrecha de Marianne Moore,
hasta su alcoba en Brooklyn, un nido como un cajón de sastre.
La más delicada reliquia de americana.
Su conversación, un alfiler
incansable zurciendo sin parar
una cota de malla con flores de estambre,
pájaros y peces del arrecife
en el fosfórico alambre de latón.
Su cara, una minúscula madeja americana
sobre un huso.
Su voz, el ronroneo intermitente de una rueca.
Luego la obligatoria moneda
para el metro
de vuelta a nuestra dura vida cotidiana.
¿Por qué o habríamos de quererla?

Le enviaste copias al carbón de algunos de tus poemas.
Todo en ellos
—la penumbra fantasmal, la constricción,
el aire acondicionado del la Campana de Cristal—hizo que
le faltara el aire y la alegría. Te los devolvió.
(Quien tenga su carta tiene sus exactas palabras.)
«Como parecen ser copias de valor
(algo ensuciadas) no las copiaré.»
Recibí el impacto de aquel «copiaré»
tan preciso, como una brizna de cristal
partida y clavada en mi pulgar.
Te echaste a llorar
y te arrojaste uno o dos pisos
más allá del Empíreo.
En mis brazos, te subí de nuevo.
Y ella, Marianne, envarada, brusca,
dura y limpia como una hormiga,
se deslizó en el segundo o tercer círculo
de mi Infierno.

Una década después, en su visita última a Inglaterra,
presidiendo la corte, en una fiesta, estaba sentada
y encorvada sobre sus rodillas, su cara,
bajo el pétalo fláccido de su enorme sombrero,
delicada y brillante como una escama de confeti.
Quería hacerme saber, insistió
(era lo único que quería decir)
con aquella aguja de Missouri dando precisas
puntadas en mi oído,
que tu breve y casi póstuma memoria
«OCEAN 1212»
era «tan maravillosa, tan luminosa, tan maravillosa».

Se inclinó tanto que tuve que arrodillarme. Me arrodillé
y acerqué mi cara a su cara vuelta
que parecía más diminuta que nunca.
La estudié, como a través de una mirilla.
Sus labios me recordaron el monedero de una niña
hecho con piel de lirón.
Su mejilla, como si hubiese espolvoreado la arrugada seda
del ala de un murciélago.
Y escuché, serio como un cementerio,
mientras ella buscaba la tumba
donde depositar su pequeña corona de flores.



Traducción de Luis Antonio de Villena



We climbed Marianne Moore´s narrow stair
To her bower-bird bric-á-brac nest, in Brooklyn.
Daintiest  curio relic of Americana.
Her talk, a needle
Unresting—darning incessantly
Chain—mail with crewel—work flowers,
Birds and fish of the reef
In phosphor—bronze wire.
Her face, tiny American treen bobbin
On a spindle,
Her voice the flickering hum of the old wheel.
Then the coin, compulsory,
For the subway
Back to our quotidian scramble.
Why shouldn´t we cherish her?

You sent her carbon copies of some of your poems,
Everything about them—
The ghost gloom, the constriction,
The bell-jar air-conditioning—made her gasp
For oxygen and cheer. She sent them back.
(Whoever has her letter has her exact words.)
´Since these seem to be valuable carbon copies
(Somewhat smudged) I shall not engross them.´
I took the point of that ´engross them.´
I took the point of that ´engross ´
Precisely, like a bristle of glass,
Snapped off deep in my thumb.
You wept
And hurled yourself down a floor or two
Further from the Empyrean.
I carried you back up.
And she, Marianne, tight, brisk,
Neat and hard as an ant,
Slid into the second or third circle
Of my Inferno.

A decade later, on her last visit to England,
Holding court at a party, she was sitting
Bowed over her knees, her face,
Under her great hat-brim´s floppy petal,
Dainty and bright as a piece of confetti—
She wanted me to know, she insisted
(It was all she wanted to say)
With that Missouri needle, drawing each stitch
Tight  in my ear,
That your little near—posthumous memoir
´OCEAN 2012´
Was ´so wonderful, so lit, so wonderful´—

She bowed so low I had to kneel. I kneeled and
Bowed my face close to her upturned face
That seemed tinier than ever,
And studied, as through a grille,
Her lips that put me in mind of a child´s purse
Made of the skin of a dormouse,
Her cheek, as if she had powdered the crumpled silk
Of  a hat´s wing.
And I listened, heavy as a graveyard
While she searched for the grave
Where she searched for the grave
Where she could lay down her little wreath.




De: Cartas de cumpleaños




  
Ted Hughes
(1930-1998). Poeta inglés.



















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