DEBUSSY
La brisa pasa
por
el agua de un solitario río
eriza la piel tersa
y parece que la vida
latiera más a prisa
en su cuenca oscura
en su vientre de tinieblas
para sumergirse luego
en el silencio.
Una estrella de mar
emerge
se mira en el cielo
y después
se hunde entre las sombras.
La luna ilumina de pronto
un pez,
una hoja desprendida,
una estrella, una loza
gastada por años de intemperie,
los cabellos transparentes
de una niña de lino,
la torre de coral de una catedral de agua,
unas manos enlazadas,
la sortija
que de golpe brilla más
que su propia luz fría.
Todo sucede sin prisa.
Aquí, allá
alguien llega, algo canta
alguien calla
sentimos su presencia
alejándose
sin haberse ido
del todo.
Una voz nos alcanza,
dentro
y hay quien le responde.
Se agita
gime
extiende manos
para apresar el aire
el aire
sólo el aire.
Y el aire escapa
y desconocemos su huella
y no sabemos
sino de un peso en el corazón
de un suceso pequeño
una muerte pequeña
que de tan pequeña
apenas
nos importa
pero que conmueve todo
en su girar de hojas de otoño
desprendidas, desprendidas,
desprendidas…
Entonces
diciembre sopla sus flautas de octubre
y un paisaje olvidado
--que sólo el corazón recuerda—
empieza a salvarse
comienza a vivir
a aprender de nuevo
rostros
nombres
palabras
cosas y gestos
rescatados
cuando ya la muerte
ronda los atardeceres,
acecha,
vigila,
sin que podamos evitar
ese súbito arder de leños en los poros
y duele en la sangre
con golpe desacompasado.
Árboles caídos
se levantan
brazos se estiran
después de sueños y más sueños,
habitantes dormidos
en las palabras
despiertan y gritan.
Pero nada se detiene.
Y otro recuerdo golpea
impaciente
como si le faltara tiempo
para asomarse
y otro
y otro
y otro
y todo es apresurado enjambre
aguas rápidas
trenzando
un ir y venir
de ondas que empiezan
y no acaban
y no acaban
y no acaban…
Y sin embargo, Debussy,
cuánta quietud de cosa ida
en tu música
qué engañosa dulzura
de mariposa herida
qué olor a casa antigua
clausurada con cinco llaves
para que nos silencie
su tristeza.
Pero abajo
dentro
un mundo submarino
vive
socava
desespera
quiere inútilmente detener
las horas
guardar el instante feliz
el tiempo del amor
la poesía
que pasa sin pasar.
Buscamos sus huellas
sin hallarlas,
el eco no responde a la voz.
Todo sucede sin prisa.
Aquí, allá
alguien llega, algo llega
alguien llega.
Pero al extender las manos
sólo encontramos aire
el aire
sólo el aire.
De: Concierto sin Música
Beatriz Mendoza Sagarzazu
(1926-2016). Poeta venezolana.
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