domingo, 27 de enero de 2013

GONZALO ARANGO



LA CORONA EN EL MONTEPÍO


Odilon Redon (1840-1916). Pintor francés. Cabeza de martir posada sobre una copa, 1877.



Me gustan los héroes cuando son olvidados, en el ocaso de su gloria, cuando las hojas de laurel de su corona se arrugan como una col. Entonces es un hombre reducido a su pequeña y exacta dimensión humana, a la soledad sin futuro, con todo su ser arrastrando un pasado cuyo esplendor se extingue y se hunde en el olvido. Su vida es un presente recuerdo. El general vive de su batalla, el político del poder, el campeón de su hazaña y el redentor de sus profecías que  no salvaron a nadie pero que lo libraron a él del martirio. La gloria del héroe es efímera y risible. Lo trágico es que al coronarlo para inmortalizar su aventura, su corona pesa como una lápida y eclipsa el sol de su gloria. A partir de entonces los buitres de la publicidad que se alimentaban de él, abandonan su presa a la indiferencia, y la pobre carroña se pudre en el olvido, sin fotógrafos, sin un micrófono para decir su última opinión, que por lo demás a nadie interesa. A su última hazaña que es morirse no asisten los periodistas, muy ocupados en devorar al sucesor de moda. En el mejor de los casos una mujer de luto pondrá una flor anónima sobre su tumba, símbolo de un amor imposible, del que no queda sino un álbum de recortes que cierra una nota de defunción, cuya estupidez es indigna hasta de un perro. Y sin embargo, hay poetas que suspiran a la luna por ser coronados, y sin duda lo merecen, por perros.



De: Café y confusión



Gonzalo Arango
(1931-1976). Poeta y escritor colombiano.


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