miércoles, 14 de marzo de 2012

ARMANDO ROJAS GUARDIA



CONJURO


 
Frans Snyders  (1579 - 1657) y Theodore van Thulden (1606- 1669). Pintores flamencos. Orfeo



Al poeta le es dado, como a Orfeo
(cuya estirpe continúa y multiplica),
amansar a las fieras con su canto.
Ésta es una de las puertas más recónditas
por donde entrar, recientes, en el mito
y hospedarnos de nuevo en sus imágenes.
Amansar a las fieras: consecuencia
del arte misterioso de la lírica,
que perpetuamos hoy a la intemperie,
sin conciencia sacra, sin rituales.

Pero podemos intentar, temblando, repetir
esa función chamánica del vate
(reducir la fiereza a la quietud)
para allegarnos a aquel alba,
verbal y melódico a la vez,
de los vírgenes metros cuyo logro
era una sosegadora hipnosis,
el sortilegio apaciguador del lobo y la pantera.

¿Qué fieras me devuelven estos versos
--acordes de una ancestral estrofa única--
con el fin de atraerlas, hechizarlas,
tornar amnésico el instinto,
provocar el abandono de unos hábitos,
domar la compulsión, calmar lo hosco,
pacificar la terquedad, ya indoblegable
como la repetición de un vicio?
Diré cuáles son esas temibles asechanzas
que mi poema debe transformar obedeciéndose:
la primera:
el apego a lo accesorio y lo superfluo, que me impide
ser sólo imantada convergencia;
la segunda:
un arte egotista, ese narciso
que masturba , en Occidente, a la palabra;
la tercera:
el olvido de Tebas, la sagrada,
bajo la arena sepulcral de una escritura
donse se eclipsen los dioses y los éxtasis;
la cuarta:
la rebuscada necesidad de esperar lo extraordinario
y no la magnífica revelación del mundo
que trae un solo día circunstancial, anónimo, cualquiera.

Estas cuatro fieras me circundan
y frente a ellas sólo tengo la música feliz
del poema levantándose a sí mismo
como un conjuro anciano que ahora puede
convertir su amenaza en Paraíso,
su ferocidad al acecho, espiritual,
en resurrección interior, paz sin fronteras.


DE: El esplendor y la espera




VÍSPERAS



Francisco de Goya (1746 – 1828). Pintor español. La aguadora, 1810



Qué silencio
cuando madura el día
allá entre los montes
crepitando

Siento entonces tu olor
y vengo junto a Ti, que suenas
como una melodía,
y hablas y es brillante tu voz
sobre el cansancio, sobre el sol
que se pudre entre la hierba,
y sobre tanto amor trabajo juego
que terminan

Qué alegría
cuando llego
y te doy el agua fresca
de todas mis húmedas vasijas
y te miro beberla-¡con qué gusto!-
y saborearla

Suelto las grandes palabras,
las de oros magníficos,
las palabras oídas a los hombres solemnes
en el círculo rojo de la gran ceremonia.
Yo las dejo salir,
perderse sobre el césped

A ti, lo más liviano de la carga
los pasos de las aves, los dedos
verdes de la hierba, las palabras
que pueden penetrar lo más humilde
y lo más ínfimo
Y río, y llegamos a una tierra abrasadora
Me toca un Tenso Verano
De pronto Tú empiezas a hablar
en el ardor interminable
de los astros





RECUENTO


Johannes Vermeer (1632 – 1675) Pintor neerlandés. El Astrónomo.  



He visto los mares, los bruscos desiertos,
unas calles oblicuas conduciéndome.
He avistado islas vírgenes que no pisaré
y enormes llanuras bajo cielos prohibidos.
He mirado de frente a verdugos futuros.
He cometido cientos de delitos risueños,
incontables errores cotidianos,
miserables asombros que no puedo explicar.
He malgastado alegrías y exhumado terrores.
He dormido con fieras en tundras distantes
y aún tengo jadeos que son de animal.
He olvidado a propósito los gestos propicios
y no añoro acordarme de números claves.
He sido arrestado en madrugadas insomnes
y apedreado por lento (lo harán otra vez).
Han entrado a caballo en mi cuarto de astrólogo
donde mido tranquilo el cielo estrellado.
Han sancionado mis pactos pueriles,
mi orgullosa liturgia, mi áspero rito.
Me preparo al suplicio con fresca insolencia
porque hirsuto y exhausto he sido feliz.





LA PALABRA Y YO


Pablo Ruiz Picasso (1881 – 1973) Pintor español - Retrato de Josep Cardona (Hombre con lámpara)



Debería ser
no digo ya mi esposa fiel,
pero sí mi amante,
por lo menos;

sin embargo,
lo confieso –es hora
de que se sepan estas irregulares relaciones
para evitar un escándalo
más tarde–
es imposible conquistarla,

me traiciona:

se va por temporadas,
luego vuelve
cuando quiere,
no cuando la llamo,
cuando le grito la busco
o le hago señas;
la sorprendo con otros
cuando la creía más mía
y lo peor es
que a veces
luce mejor con ellos
que conmigo;

en ocasiones la maltrato,
la castigo la golpeo
para que me deje poseerla
o si no
me maltrato yo mismo
en su presencia,

me someto a autocastigo,
a disciplina,
para ver si se conmueve
pero nada;

a ciertas horas como ésta
es casi fácil seducirla
y es muy intenso el goce,
la redondez brillante
del abrazo;

también es fácil perdonarla
entonces
por la vida que me hace llevar
al lado suyo:

pero no tardará en irse
de nuevo,
la conozco.


DE: Del mismo amor ardiendo


 
Armando Rojas Guardia
(Caracas, 1949) Poeta y ensayista Venezolano.


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