miércoles, 30 de noviembre de 2016

OLGA OROZCO


EN TU INMENSA PUPILA



 Edward Burne Jones (1833 - 1898). Pintor Inglés. Noche, 1870





Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como una falsa ciega,
o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y quién la endechadora.
Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de sumergirme hasta donde se acaba el mundo
y perder la cabeza en cada nube y a cada paso el suelo debajo de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu hijastra preferida,
esa que se adelanta sin vacilaciones hacia la trampa urdida por tu mano,
la que muerde el veneno en la manzana o copia tu belleza del espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil de la casa cuando tú pasabas
para que no me fuera cada vez tras tu flauta encantada de ladrona de niños,
y fue a expensas del día que confundí en tu bolsa la blancura y la nieve,
                                                                                           los lobos y las sombras.
Ahora es tarde para volver atrás y corregir las horas de acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes tinieblas,
de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del lado  del abismo
                                                                                    y alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par en par las puertas del evidente mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo invisible. Tú no concedes pruebas.
Tú aconteces, secreta, innumerable, sin formular,
como una contemplación vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso
y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias.
Tú me vigilas desde todas partes,
descorriendo telones, horadando los muros, atisbando entre fardos de penumbra;
me encuentras y me miras con la mirada del cazador y del testigo,
mientras descubro en medio de tus altas malezas el esplendor de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde siguiendo las variaciones de la tentación inalcanzable,
probándote los rostros extremos del horror, de la extrema belleza,
la imposible distancia de los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan hasta donde te alcanza la oscuridad que tengo,
hasta donde comienzas a rodar muerte abajo con carruajes, con piedras y con perros.
Pero yo no te pido lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección de luz,
como no le reclamo al agua por la llama ni a la vigilia por el sueño.
O habría de confiar menos en ti que en las duras, recelosas estrellas?
¡Hemos visto tantos misterios insolubles con sus blancos reflejos, aún a pleno sol!
Basta con que me lleves de la mano como a través de un bosque,
noche alfombrada, noche sigilosa, que aprenda yo lo que quieres decir,
                                                                                          lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa.






Olga Orozco
(1920 – 1999). Poeta argentina.

domingo, 20 de noviembre de 2016

WILLIAM BUTLER YEATS



NO UNA SEGUNDA TROYA


 
Edmond Aman-Jean (1858 - 1936). Pintor simbolista francés. Venezia Bella, Regina del Mare, 1893




     ¿Por qué debería culparla por colmar mis días
     de miserias, o últimamente haber
     enseñado a hombres ignaros vías muy violentas,
     o lanzado al pequeño contra el grande,
     si aquél tenía valor comparable a su deseo?
     ¿Qué podría haberla pacificado, con una mente
     que la nobleza volvía simple como un fuego,
     una belleza semejante a un arco tenso, una índole
     poco natural en una época como ésta,
     al ser altiva, solitaria y muy severa?
     Porque, ¿qué podría haber hecho, siendo como es?
     ¿Acaso había otra Troya para que ella la incendiase?



De: El yelmo verde y otros poemas, 1910

Traducción: Delia Pasini



NO SECOND TROY



     Why should I blame her that she filled my days
     With misery, or that she would of late
     Have taught to ignorant men most violent ways,
     Or hurled the little streets upon the great,
     Had they but courage equal to desire?
     What could have made her peaceful with a mind
     That nobleness made simple as a fire,
     With beauty like a tightened bow, a kind
     That is not natural in an age like this,
     Being high and solitary and most stern?
     Why, what could she have done, being what she is??78
     Was there another Troy for her to burn?







William Butler Yeats
(Irlanda, 1865 - Francia, 1939). Poeta irlandés. Premio Nobel de Literatura 1923.

sábado, 19 de noviembre de 2016

TED HUGHES



 UN VESTIDO DE LANA ROSA






Con tu vestido de punto y lana rosa
antes de que nada hubiera manchado nada
llegaste al altar, Bloomsday.

Lluvia. Así es que aquel paraguas recién comprado
era el único de mis enseres
con menos de tres años.
Mi corbata—con ese clásico, especial y tenue negro de la RAF_
era un gastado símbolo de corbata.
Mi chaqueta de pana, tres veces teñida de negro, consumida,
apenas lograba sostenerse.

¡Era un útil yerno de posguerra!
No llegaba a Príncipe-Rana. Quizás al Porquero
robando los sueños de alcurnia de esa hija
desde el fondo de la atalaya iluminada de su futuro.

Ninguna ceremonia podía alistarme
fuera de ese uniforme. Llevaba mi vestuario entero.
Excepto las pocas prendas duplicadas y mínimas.
Mi boda, como la Naturaleza, buscaba esconderse.
Sin embargo, si debíamos casarnos
mejor hacerlo en la Abadía de Westminster. ¿Por qué no?
El Decano nos dijo que por qué no. Así supe
que tenía parroquia.

San Jorge de los Deshollinadores.
Así que finalmente nos enfundamos en el matrimonio.
Tu madre, valiente incluso en la apuesta
con el departamento de Asuntos Exteriores USA,
representó a las damas de honor y a los invitados,
incluso_magnánimamente_ también
a mi familia
que no sabía nada de todo eso.
Sólo había invitado a los antepasados.
Ni siquiera había confiado tu secuestro
a un amigo íntimo. Como padrino_el escudero
que sujeta los anillos durante el acto_
solicitamos al sacristán. El colmo del ultraje:
estaba metiendo niños en un autobús
para llevarlos al zoo, ¡bajo aquel aguacero!
Los animales encerrados debieron tener paciencia
mientras nos casábamos.
                                                 Estabas transfigurada.
Tan esbelta y nueva y desnuda,
asertiva esencia de lilas húmedas.
Temblabas, sollozabas de alegría, eras la profundidad del océano
colmada de Dios.
Dijiste que habías visto abrirse el cielo
y mostrar riquezas, prestas a caer sobre nosotros.
Levitando a tu lado, permanecí sometido
a un raro tiempo verbal: el futuro hechizado.

En aquel altar de entresemana con ecos sombríos,
te veo
luchando para contener las llamas
en tu vestido de punto y lana rosa
y en las pupilas de tus ojos, fantásticas joyas talladas
emitiendo lacrimosas llamas, como verdaderas joyas
sacudidas en un cubo de dados y luego arrojadas hacia mí.



De: Cartas de cumpleaños






Ted Hughes
(1930-1998). Poeta inglés.