II
A mi cuerpo.
Te mueves, enarbolas tu sangre y tus
cabellos,
bestia mía dorada que fluyes en la sombra.
¿Qué palidez obliga tus pesados corales
y llena de presagios tu limitada forma?
Te mueves anegado en tu propia espesura,
de la madre a la muerte y del pez a la
llama.
¡Qué lentitud de calles y de luna redonda
arboriza tu llanto y el humo de tu casa!
El agua detenida en morenas vasijas
copia los pasajeros tintes de tu materia,
te escuchas en el denso fuego de tus
rodillas
y en la luna creciente de tu vientre de
cera.
Ignoras la pequeña vertiente de tu espalda
y persigues tu piel en todos los espejos;
te buscas en la inmóvil sonrisa del
retrato
y te palpas la cal modelada del hueso.
Te he visto recoger amapolas y arenas
debajo del bramido y del árbol insomne;
te he visto revivir antiguas madreselvas
y retener paisajes de música en la noche.
¡Qué misteriosa lumbre cruzas para mirarte
en el hijo rizado de otra sangre y
penumbra!
el amado te llena de tibios universos
por el aire silvestre que ronda tu
cintura.
Vuelve sobre tus pasos de corazón y doma
los altos ruiseñores que gimen en tu
pecho.
Te ignoras y te llenas de profundos
rumores,
bestia mía dorada que fluyes en la sombra.
De: AL NORTE DE LA SANGRE (1946)
Ana Enriqueta Terán
(Valera, 1918). Poeta venezolana.
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