viernes, 24 de junio de 2011

TU FU






 






EUGENIO MONTEJO


PAISAJE FUGAZ



Danielle Richard. Pintora canadiense-  Brigitte sous l'abre. 2007


Palpo y no descifro. Corro y me atormento.
Ya no hay tiempo en la tierra para verte despacio,
se apresuran las rosas, tus senos, los arroyos,
van de prisa los vientos, las nubes, tus cabellos,
nuestro amor es un vértigo.
A tu lado se aleja el paisaje que parte y no vuelve,
el que borra tu huella y me llama a lo lejos,
apurando las horas sin término.
El paisaje que se vuelve deseo
y nunca se alcanza:
piernas que van no sé dónde, lejos de su sombra,
ojos que son y no son de esta tierra,
boca de voces que huyen, de  adioses que parten…
Paisaje de un cuerpo en su propio relámpago,
más fugaz que la chispa de su alta centella,
más fugaz que las horas sin horas del mundo.


De: Papiros amorosos

 
Eugenio Montejo
Poeta venezolano (1938 – 2008)


REYNA RIVAS






 





jueves, 23 de junio de 2011

LUIS ENRIQUE BELMONTE


LA ANTORCHA DEL BARQUERO


 
Alexander Litovechenko (1835 – 1890). Pintor ucraniano. Caronte llevando las almas a través de la laguna Estigia



Vamos hacia la otra orilla, cruzando la frontera.

Resistimos haciendo muecas, despotricando,
riendo a carcajadas.

Los cuerpos tiritan, es turbio el tránsito.

Mientras las olas nos bambolean, entrechocamos puños y copas,
celebrando la travesía.

Ya comienza a arder la leña de las pailas
en donde se prepara un suculento caldo de amapolas.

Los tripulantes soñamos con dormir o lanzarnos al vacío.

De vez en cuando alguien pronuncia un nombre,
pero ese nombre se nos pierde
entre los remos del barquero.

En este tránsito no valen las invocaciones
ni las salutaciones.

Estamos cruzando el Gran Río y no lo sabemos.
Nos dijeron que era una ronda nocturna con caldo de amapolas.

Nos dijeron que íbamos de paseo
a visitar a los que se quedaron tarareando
la canción de los amnésicos.

Somos rostros alumbrados
por la antorcha del barquero.


DE: Vendrá otra larga travesía (2006)


Luis Enrique Belmonte
(Caracas, 1971) Poeta y médico psiquiatra venezolano.


MARIA ANTONIETA FLORES



AGAR



Stomer Matthias (1600 – 1650). Pintor holandés. Sara ofrece Agar a Abraham, 1637-1639




hacia dónde me llamas
hacia qué cumbres
dónde la piel renace
para la lluvia




junto a los árboles de Mambré
la miel se hizo intensa en estos ojos de esclava






File:Pieter Pietersz. Lastman 001.jpg
Pieter Lastman (1583 – 1633).  Pintor holandés. La despedda de Agar, 1612




no volvería
fue justa la despedida
las ofrendas
mis palabras
mis miradas
lo intenso








un instante en la palma de mi mano
cada punta de mi dedo ungida por tu deseo
el collar de esclava cae
tiembla esa nube roja
el desierto se detiene




asi inicié los pasos
en sentido contrario
desandando
borrando
olvidando





más ciego que el dolor
mis pasos
mi cautivanía
el amor






Giovanni Battista Tiepolo (1696 – 1770). Pintor italiano. Agar e Ismael en el desierto, 1732



con esa carga
he ido más lejos
expulsada de la tierra prometida
ando sin saber rumbo





los lechos se perfuman con tierras sagradas y deseos
de persistente amor
también con gotas
para que la esperanza abra un trecho
para que el agua abunde en su fertilidad
los lechos se perfuman con el amor de los cuerpos
el crujido que les dejan es inacabable
mientras florecen los mástiles y el silencio
mientras se descubre lo interminable






y mi espalda se desliza
hacia los rincones claros del deseo






es terrible el pozo de Lajai-Roy
de allí vengo
bajos los ojos
no pude escapar de la esclavitud
(ni de ti)



De: Agar (1996)




Maria Antonieta Flores
(Caracas, 1960) Poeta y ensayista venezolana.


        

martes, 14 de junio de 2011

HANNI OSSOTT



LA NOCHE EN QUE MURIÓ BORGES

 

A Laura Sardi Pérez-Matos

Durante la larga noche en que murió Borges yo estaba en mi estudio. Revisaba qué libro de poemas podría leer en ese momento. Recorrí toda mi biblioteca y me detuve ante sus Obras completas editadas por Emecé Editores. Las coloqué sobre mi mesa de trabajo y me dirigí a la ventana para ver la Noche. En ese instante sentí que una gran bola de fuego cruzaba el Universo, de manera elíptica, para encontrarse con otra gran bola de fuego, en una suerte de beso de amor.

Me dije: ése es Borges, ha muerto y va a encontrarse con Heráclito. Uní mis manos en actitud de rezo y recité:
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche,
Nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado…


Borges había muerto. Nada del mundo exterior me lo había confirmado. (Al día siguiente salió en la Prensa) Sentí el viaje de la bola de fuego en mi corazón. Luego la fusión de Heráclito y Borges. Algo se había cumplido. Emocionada abrí el libro al azar. Me salió el poema «El Tango». De inmediato me puse a leerlo, en alta voz, con fervor:

En los acordes hay antiguas cosas:
El otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
El Sur guarda un puñal y una guitarra).

Recé «El Tango», con voz ronca y con ritmo. Mi marido se despertó. Me dijo: ¿Qué haces Hanni? Leo a Borges—le contesté. No le dije que Borges había muerto, ni que yo rezaba. Recibí su regaño con pasividad.

No puedo explicarme este hecho sino por la palabra consustanciación… ¡He amado tanto a Borges! Recuerdo que una vez casada, con mi primer marido, él me manifestaba sus celos de Borges. Y es que leía en la cama una y cien veces «Las Ruinas Circulares». Un cuento grande. A través de ese cuento me inauguré en el ensayo junto al gandul de Douglas Palma. Recuerdo que José Balza era nuestro profesor, nuestro profesor de Borges. No otro. Él nos introdujo con rigor en esa pasión. Nos hacía observar la tensión de su escritura, las estructuras de los demás cuentos, sus viajes circulares.

José elegía después los mejores trabajos de sus discípulos y generosamente los llevaba al Papel Literario de El Nacional. A raíz de ello nos creíamos estrellas. Habíamos comprendido a un autor difícil. Eso otorgaba un poco de felicidad y tranquilidad. José era el maestro, Borges era un dios.

Mis pretensiones con Borges son exageradas y teatrales. En El oro de los tigres (p.1102) aparece un poema que se llama «H.O» y pienso que está dedicado a mí. Dice así:

En cierta calle hay una cierta firme puerta
Con su timbre y su número preciso
Y un sabor a perdido paraíso,
Que en los atardeceres no está abierta
A mi paso. Cumplida la jornada,
Una esperada voz me esperaría
En la disgregación de cada día
Y en la paz de la noche enamorada.

***


Viendo todo esto a cierta distancia, pienso ahora que lo más importante es cuidar a un poeta, mimarlo, secretamente. Rezar por él al paso de las Noches. Para que se nos aparezca, no sólo como un fantasma, sino con el aliento y la fuerte voz que da el coraje. Y con esto poder decir después que una ha dormido en paz con él. Abrazada. En amor.

Sólo una cosa hay. Es el olvido.

Borges y H.O.




 
Hanni Ossott
(1946-2002). Poeta venezolana.


Texto tomado del prefacio de la obra “El circo roto” de Hanni Ossott.