Creo a quienes lo describen diferente a como lo conocí,
porque, en primer lugar, sólo pude percibir algunos aspectos de su esencia
luminosa. Además, yo era sencillamente una extraña y, tal vez en su momento una
mujer incomprensible de veinte años y extranjera.
En segundo lugar, pude notar en él un gran cambio cuando
volvimos a encontrarnos en 1911. En cierta medida, él lucía más delgado y
moreno.
En 1910 lo vi tan solo algunas veces. Sin embargo, él me
escribió durante todo el invierno. No me dijo que escribía poesía.
Ahora entiendo que, más que todo, le impresionó mi facultad
de adivinar pensamientos, ver sueños ajenos y otras menudencias a las cuales,
los que me conocen se habían acostumbrado hace tiempo. Él repetía
constantemente: On communique. Con frecuencia decía: In n’y a que vous pour
realiser cela.
Amedeo Modigliani. Anna Ajmátova (1911) |
Seguramente ninguno de nosotros dos comprendía algo
esencial: todo lo sucedido hasta entonces, era la prehistoria de nuestras
vidas, la de él muy corta y la mía muy larga. El aliento del arte no había transfigurado
aún nuestras existencias. Este era un momento ligero, claro, crepuscular. Pero
el futuro, el cual, como es sabido, arroja su sombra mucho antes de salir, tocó
la ventana, se escondió tras los faroles, atravesó los sueños y sorprendió con
el terrible París baudeleriano que se ocultaba en algún lugar cercano. Todo lo
divino en Modigliani se escondía en una especie de tiniebla. Él no se parecía a
nadie de este mundo. Su voz se quedó para siempre en mi memoria.
Amedeo Modigliani |
Lo conocí miserable. Inexplicablemente subsistía. Como
artista no tenía ni la sombra de la fama.
Vivía entonces (en 1911) en Impasse Falguiére. Era tan pobre
que en el Jardín de Luxemburgo no sentábamos siempre en banco y no en las
sillas alquiladas, como era costumbre. No se quejaba en lo más mínimo, ni de su
evidente situación precaria, ni de su igualmente evidente falta de
reconocimiento público.
Sólo una vez, en 1911, dijo que en el invierno anterior
había estado tan mal, que ni siquiera había podido pensar en lo más valioso
para él.
A mí me parecía que lo rodeaba un fuerte anillo de soledad.
No recuerdo que se haya inclinado ante nadie en el Jardín de Luxemburgo, ni en
el Barrio Latino, donde todos se conocían. No le escuché pronunciar el nombre
de ningún amigo, conocido o pintor. Tampoco una broma. Nunca lo vi ebrio, ni
exhalaba olor a vino. Evidentemente se dio a la bebida más tarde, pero el
hachís ya figuraba en sus cuentos. No se le conocía por entonces ninguna
compañera de vida. Jamás contó historias sobre algún romance anterior (cosa
que, ¡ay!, hacen todos). Conmigo no hablaba de nada terrenal. Era cortés, pero
no como consecuencia de la educación del hogar, sino por la elevación de su
espíritu.
En ese tiempo él trabajaba una escultura en el patiecito
situado junto a su taller. En el callejón ciego y desolado se escuchaban los
golpes de su martillo. Las paredes del taller estaban llenas de retratos de
gran dimensión. A mí me parece ahora que eran tan altos como las paredes.
No he visto reproducciones de ellos, ¿Sobrevivirían?
Llamaba a su escultura «la chose». Creo que fue expuesta en
Independants en 1911. Me pidió que fuera a verla, pero en la exposición no se
acercó a mí, porque yo no estaba sola, sino con algunos amigos. En los tiempos
de mis grandes pérdidas desapareció hasta la fotografía que él me regaló junto
a su obra.
En esa época Modigliani deliraba por Egipto. Él me llevó al
Louvre a ver el salón egipcio. Aseguraba que el resto [tout le reste] no era
digno de atención. Dibujó mi cabeza con adornos de reinas y bailarinas
egipcias. Parecía cautivado por el arte egipcio antiguo. Evidentemente, Egipto
fue su última pasión. Ya muy pronto él se haría tan original, que no quisiera
recordar nada más al mirar sus lienzos. Ahora a esta etapa de Modigliani la
llaman Période nègre.
Amedeo Modigliani. Desnudo con gato. |
El decía de mis collares africanos: Les bijoux doivent etre
sauvages y me dibujaba con ellos
puestos. Me llevaba por las noches a ver el vieux París derriere Pantheón a la
luz de la luna. Conocía bien la ciudad, sin embargo, una vez nos extraviamos.
Él dijo: J`ai oublié qu`il y a une ile au milieu. Me estaba mostrando el París
auténtico.
En cuanto a la Venus de Milo, decía que las mujeres
perfectamente proporcionales, a las cuales vale la pena pintar, siempre parecen
torpes cuando están vestidas.
Cuando llovía (en París llueve con frecuencia), Modigliani
andaba con un paraguas negro, enorme y viejo. Algunas veces nos sentábamos bajo
este paraguas en algún banco del Jardín de Luxemburgo. Caía una tibia lluvia
estival. Al lado, el antiguo palacio italiano dormitaba, mientras nosotros
recitábamos Verlaine a dos voces. Recordábamos las mismas cosas y nos
divertíamos por ello.
En una monografía americana leí que probablemente Beatriz X,
la misma que lo llamara «perla y cerdo», había ejercido una gran influencia
sobre Modigliani. Puedo y considero imprescindible testimoniar que Modigliani
era igualmente culto mucho antes de conocer a Beatriz X, es decir, en el año
1910. Y dudosamente una dama que llame cerdo a un gran pintor, sea capaz de
ilustrar a alguien.
La gente mayor nos mostraba por cuál vereda del Jardín de
Luxemburgo paseaba Verlaine, con un séquito de admiradores desde «su café»,
donde él declamaba diariamente, para después almorzar en «su restaurante».
Pero en 1911,por esta vereda ya no andaba Verlaine, sino un
caballero alto con levita impecable, sombrero de copa y una banda de la «Legión
de Honor». La gente murmuraba: ¡Henri de Régnier!
A nosotros este nombre no nos sonaba en lo más mínimo. Sobre
Anatole France, Modigliani (como otros ilustrados parisinos, por cierto), no
quería escuchar nada. Le contentó que a mí tampoco me gustara. Verlaine existía
en el Jardín de Luxemburgo sólo como monumento, el cual había sido develado
aquel mismo año. Y sobre Hugo, Modigliani decía: Mais, Hugo—c`est declamatoire?
Amedeo Modiglianien su estudio, 1915. Fotografía, Paul Guilliaume. |
Una vez, seguramente por un mal entendido, pasé por
Modigliani, no lo encontré y decidí esperarlo durante algunos minutos. Yo tenía
en las manos un manojo de rosas rojas. Las puertas del taller estaban cerradas,
pero la ventana estaba abierta. Como yo no tenía nada que hacer, comencé a
tirar flores por la ventana, hacia adelante. No esperé a que Modigliani llegara
y me fui.
Cuando nos encontramos, él expresó el malentendido: cómo
había podido yo entrar a la habitación cerrada, si él tenía la llave. Le
expliqué cómo había sido. «No puede ser. Las flores estaban hermosamente
dispuestas».
Modigliani amaba deambular por París en las noches, y con
frecuencia, al sentir sus pasos en el soñoliento silencio de la calle, yo me
acercaba a la ventana, y a través de la celosía, vigilaba su sombra, dilatada
bajo mis ventanas.
Lo que era París en aquella época, ya a comienzos de los
años veinte se llamaba vieux París o París avant guerre. Los coches prosperaban
en gran cantidad. Los cocheros tenían sus tabernas, las cuales se llamaban Au
rendez-vous de cochers, y aún estaban vivos mis jóvenes contemporáneos, quienes
morirían pronto en Marne y Verdún .
Todos los pintores de izquierda, con excepción de
Modigliani, eran reconocidos. Picasso era tan famoso como hoy, pero entonces
hablaban de «Picasso y Braque». Ida Rubinstein interpretaba Shejerezade, se
estableció la refinada tradición de los Ballets russes de Diáguieliev
(Stravinski, Nizhinski, Pávlova, Karsavina, Bakst).
Ahora sabemos que el destino de Stravinski tampoco se quedó
clavado en los años diez, sino que su obra se convirtió en una de las
experiencias musicales más elevadas del espíritu del siglo XX. En aquella época
aún no podíamos saber esto. El 20 de junio de 1910 se estrenó El pájaro de
fuego. El 13 de junio de 1911, Fokin montó Petrushka con Diáguieliev.
Amedeo Modigliani. |
El trazado de los nuevos bulevares a través del cuerpo vivo
de París (descrito ya por Zola), no estaba terminado aún (Bulevar Raspail).
Vernier, amigo de Edison, me mostró en la Taverné de Pantheón dos mesas y dijo:
«Estos son vuestros socialdemócratas: aquí están los blocheviques y allá los
mencheviques». Las mujeres, con éxito relativo, trataban de llevar algunas
veces pantalones [jupes-culottes], otras, las piernas casi fajadas
[jupes-entravées]. La poesía estaba en completo abandono y la compraban sólo por
viñetas de pintores más o menos conocidos. En aquel entonces, comprendí que la
pintura parisina se había devorado la poesía francesa*.
René Gil predicaba la «poesía científica», y sus así
llamados discípulos, usaban el metro con gran desgano. La iglesia católica
había canonizado a Juana de Arco.
Et Jehanne, la bonne Lorraine,
Qu´Anglois brulerent a Rouen […]
Recordé estos versos de la balada inmortal, viendo las
estatuillas de la nueva santa. Eran de un gusto muy dudoso, y comenzaban a
venderlas en las tienditas de objetos religiosos.
Modigliani lamentaba mucho no entender mis versos y
sospechaba que en ellos se ocultaban algunos milagros, y estos eran sólo mis
primeros intentos (por ejemplo, los de Apolo del año 1911). De las pinturas de
Apolo (El Mundo del Arte), Modigliani se burló sinceramente.
Me asombraba que encontrara hermosa a una persona
notoriamente fea, y se salía con la suya. Yo pensaba entonces: «Él seguramente
ve todo de una manera muy distinta a la nuestra».
En todo caso, eso que en París llaman moda, adornando esa
palabra con exuberantes epítetos, no era tomado en cuenta por Modigliani para
nada.
Amedeo Modigliani. Nude (Anna Ajmátova) c. 1911 |
No me dibujaba al aire libre, sino en su casa. Me regaló
esos dibujos. Eran dieciséis. Me pidió que los enmarcara y los colgara en mi
habitación. En los primeros años de la revolución se perdieron en la casa de
Zárskoie Sieló. Se salvó sólo aquel en el cual, menos que en el resto, se
presiente su futuro neu.
Conversábamos sobre todo de poesía. Ambos conocíamos muchos
poemas franceses de Verlaine, Laforgué, Mallarmé, Baudelaire. Nunca me leyó a
Dante. Puede ser porque yo entonces, todavía no sabía italiano.
Una vez me dijo: J`ai oublié de vous diré que je suis juif.
Casa natal de Modigliani en Livorno. |
Pero me dijo enseguida que había nacido en Livorno y que
tenía veinticuatro años, aunque tenía veintiséis.
Decía que le interesaban los aviadores (ahora pilotos), pero
cuando conoció a uno de ellos, se desilusionó: ellos eran sencillamente
deportistas. (¿Qué esperaba él?).
En esa época los primeros livianos, como todos saben, eran
parecidos a un estante y volaban sobre mi oxidada y torcida contemporánea
(1889), la Torre Eiffel, la cual me parecía un candelabro enorme, olvidado por
un gigante en medio de la capital de los enanos. Pero esto es ya algo de
Gulliver.
…y alrededor se alborotaba el apenas triunfante cubismo,
ajeno a Modigliani. Marc Chagall ya había traído a París su mágico Vitebsk y,
por los bulevares de París paseaba, en calidad de joven desconocido, el astro
que aún no había ascendido, Charles Chaplin. «El gran mudo» (como entonces
llamaban al cine) aún callaba expresivamente.
«Pero lejos en el Norte…» en Rusia morían Lev Tolstói,
Vrúbel, Vera Komissarzhevskaia. Los simbolistas anunciaban su crisis y Alexandr
Blok vaticinaba:
Oh niños, si hubieran conocido
El frío y la oscuridad
De aquellos días venideros.
Los tres pilares sobre los cuales descansa el siglo XX,
Proust, Joyce y Kafka, no existían aún como mitos, aunque vivían como hombres.
En los años siguientes, cuando yo, segura de que una persona
así debía brillar, pregunté por Modigliani a los que venían de París, la
respuesta fue siempre la misma: no sabemos.
Sólo en una ocasión, N.S. Gumiliov lo llamó «borracho
espantoso» o algo por el estilo cuando por última vez fuimos juntos a ver a
nuestro hijo a Bezeck, en mayo de 1918, y yo recordé el nombre de Modigliani.
Dijo que en París ellos habían tenido un altercado, porque Gumiliov en una
reunión estaba hablando en ruso y Modigliani protestó. A ambos les quedaban más
o menos tres años de vida, y a ambos los esperaba una enorme fama póstuma.
Modigliani trataba a los viajeros con desprecio. Él
consideraba que el viaje era una sustitución del movimiento auténtico.
Constantemente llevaba en su bolsillo
Les chants de Maldoror. En aquel entonces, este libro era una rareza
bibliográfica. Él contaba cómo había ido a la iglesia, ya que le gustaban las
ceremonias pomposas, y cómo algún «caballero importante» (seguramente de una
embajada) había besado tres veces la cruz.
Por mucho tiempo pensé que nunca más escucharía nada sobre
él…Y he escuchado mucho.
A principios de la NEP (Nueva Economía Política), cuando yo
era miembro de la dirección de aquella Unión de Escritores, conversábamos con
frecuencia en la oficina de Alexandr Nikoláievich Tíjonov (Leningrado,
Mojovaia, 36. Editorial Literatura Universal).
En aquellos días se restableció la correspondencia con el
exterior y Tijonov recibía gran cantidad de libros y revistas extranjeros.
Alguien, durante una reunión, me dio un número de una revista francesa sobre
arte. Yo la abrí: la fotografía de Modigliani…una cruz…Una gran reseña
necrológica por la cual supe que él era un gran pintor del siglo XX (recuerdo
que allí lo comparaban con Boticelli) y que había monografías sobre él en
inglés y en italiano. Después de los años treinta, Eremburg, quien le había
dedicado un poema en su libro Poemas de vísperas y lo conoció en París después
que yo, me contó mucho acerca de él. Leí sobre Modigliani en el libro de Carco,
Desde Montmartre hasta el Barrio Latino, y en una novela trivial, donde el
autor lo une a Utrillo. Con seguridad puedo decir que este híbrido no se parece
al Modigliani de los años diez y once. Lo que hizo este autor pertenece a la
categoría de los procedimientos prohibidos.
Hace poco Modigliani se convirtió en el héroe de una
película francesa bastante vulgar, Montparnasse, 19.
¡Esto es sumamente amargo!
Bolshevo, 1959 – Moscú, 1964
Traducción del ruso: Belén Ojeda
De: Algo acerca de mí (Ediciones Bid & Co, 2009)
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