EN TU INMENSA PUPILA
Edward Burne Jones (1833 - 1898). Pintor Inglés. Noche, 1870 |
Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como
una falsa ciega,
o como alguien que no sabe
jamás quién es la náufraga y quién la endechadora.
Me has escogido a tientas
para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de
sumergirme hasta donde se acaba el mundo
y perder la cabeza en cada
nube y a cada paso el suelo debajo de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu
hijastra preferida,
esa que se adelanta sin
vacilaciones hacia la trampa urdida por tu mano,
la que muerde el veneno en
la manzana o copia tu belleza del espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil
de la casa cuando tú pasabas
para que no me fuera cada
vez tras tu flauta encantada de ladrona de niños,
y fue a expensas del día
que confundí en tu bolsa la blancura y la nieve,
los lobos y las sombras.
Ahora es tarde para volver
atrás y corregir las horas de acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con
tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de
los que se hospedan en radiantes tinieblas,
de los que ven mejor con
los ojos cerrados y se acuestan del lado
del abismo
y
alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par
en par las puertas del evidente mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo
invisible. Tú no concedes pruebas.
Tú aconteces, secreta,
innumerable, sin formular,
como una contemplación
vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el
temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso
y cada subida un salto en
el vacío contra gradas y ausencias.
Tú me vigilas desde todas
partes,
descorriendo telones,
horadando los muros, atisbando entre fardos de penumbra;
me encuentras y me miras
con la mirada del cazador y del testigo,
mientras descubro en medio
de tus altas malezas el esplendor de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro
del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde
siguiendo las variaciones de la tentación inalcanzable,
probándote los rostros
extremos del horror, de la extrema belleza,
la imposible distancia de
los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan
hasta donde te alcanza la oscuridad que tengo,
hasta donde comienzas a
rodar muerte abajo con carruajes, con piedras y con perros.
Pero yo no te pido
lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección
de luz,
como no le reclamo al agua
por la llama ni a la vigilia por el sueño.
O habría de confiar menos
en ti que en las duras, recelosas estrellas?
¡Hemos visto tantos
misterios insolubles con sus blancos reflejos, aún a pleno sol!
Basta con que me lleves de
la mano como a través de un bosque,
noche alfombrada, noche
sigilosa, que aprenda yo lo que quieres decir,
lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta
el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa.
Olga
Orozco
(1920
– 1999). Poeta argentina.
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