UN
VESTIDO DE LANA ROSA
Con tu vestido de punto y lana
rosa
antes de que nada hubiera
manchado nada
llegaste al altar,
Bloomsday.
Lluvia. Así es que aquel
paraguas recién comprado
era el único de mis
enseres
con menos de tres años.
Mi corbata—con ese
clásico, especial y tenue negro de la RAF_
era un gastado símbolo de
corbata.
Mi chaqueta de pana, tres
veces teñida de negro, consumida,
apenas lograba sostenerse.
¡Era un útil yerno de
posguerra!
No llegaba a
Príncipe-Rana. Quizás al Porquero
robando los sueños de
alcurnia de esa hija
desde el fondo de la
atalaya iluminada de su futuro.
Ninguna ceremonia podía
alistarme
fuera de ese uniforme.
Llevaba mi vestuario entero.
Excepto las pocas prendas
duplicadas y mínimas.
Mi boda, como la
Naturaleza, buscaba esconderse.
Sin embargo, si debíamos
casarnos
mejor hacerlo en la Abadía
de Westminster. ¿Por qué no?
El Decano nos dijo que por
qué no. Así supe
que tenía parroquia.
San Jorge de los
Deshollinadores.
Así que finalmente nos
enfundamos en el matrimonio.
Tu madre, valiente incluso
en la apuesta
con el departamento de
Asuntos Exteriores USA,
representó a las damas de
honor y a los invitados,
incluso_magnánimamente_
también
a mi familia
que no sabía nada de todo
eso.
Sólo había invitado a los
antepasados.
Ni siquiera había confiado
tu secuestro
a un amigo íntimo. Como
padrino_el escudero
que sujeta los anillos durante
el acto_
solicitamos al sacristán. El
colmo del ultraje:
estaba metiendo niños en
un autobús
para llevarlos al zoo,
¡bajo aquel aguacero!
Los animales encerrados
debieron tener paciencia
mientras nos casábamos.
Estabas transfigurada.
Tan esbelta y nueva y desnuda,
asertiva esencia de lilas
húmedas.
Temblabas, sollozabas de
alegría, eras la profundidad del océano
colmada de Dios.
Dijiste que habías visto
abrirse el cielo
y mostrar riquezas,
prestas a caer sobre nosotros.
Levitando a tu lado,
permanecí sometido
a un raro tiempo verbal:
el futuro hechizado.
En aquel altar de
entresemana con ecos sombríos,
te veo
luchando para contener las
llamas
en tu vestido de punto y
lana rosa
y en las pupilas de tus
ojos, fantásticas joyas talladas
emitiendo lacrimosas
llamas, como verdaderas joyas
sacudidas en un cubo de
dados y luego arrojadas hacia mí.
De: Cartas de cumpleaños
Ted Hughes
(1930-1998).
Poeta inglés.
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