LA CARTA QUE NOS QUEDA
Emily Schiffer (1980). Fotógrafa estadounidense. Freefall, 2005
Están ahí los caminos, las maestras, los actos, el teatro, la banda, la música, los cantos, las oraciones y la chica aquella; el periódico de la Escuela donde éramos personajes principales, de nuestra pequeña y grande historia, donde evitaban naufragar nuestros primeros poemas. Y la mesa puesta en la Navidad o en los días especiales. Está ahí el verde de los bosques, los jardines de las casas del vecindario en el camino a la Escuela; el viejo tejar de la vieja cantera, donde sosteníamos honorables combates; están los fieles perros y gatos que tuvimos, los abuelos desplazándose o sentados por los corredores con su vista fija en el patio; los risueños y locuaces parientes que venían de otras ciudades con sus guitarras a visitarnos y a cantar por varios días; olores agradables de café, tabaco, guarapo, dulces y comida haciéndose; los rumores, fragancias, la música, cervezas destapándose, carreras y bellas intuiciones de la Navidad al final de la jornada; los pájaros silbando a toda hora en el árbol desnudo donde nuestra madre nos mandaba a poner rodajas de naranja y pedazos de banano; está ella, la novia de nuestra infancia, idealizada, inocente unida a nuestra inocencia, despidiéndose –no sabíamos que para siempre- desde la otra acera de la avenida.
Dice Rilke al joven Kappus:
“(...)Incluso si estuviera en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus sentidos ¿no tendría usted aun su niñez, esa deliciosa, magnífica posesión que son los recuerdos?” (Cartas a un joven poeta). Lo mismo opina Camus en El mito de Sísifo.
II
Y están otras grandes marcas en nuestra vida, la cercanía de la muerte a través de enfermedades ajenas, propias y de nuestros mayores, la derrota acampando con sus ejércitos alrededor de nuestra vida, en los árticos interiores . Y nuestra embestida contra esta “turbación pasajera”, la fuerza final para jugar la única carta que nos quedaba, el único naipe con el cual ganamos., antes de que seamos atrapados por el lento y poblado musgo de la Muerte.
Si esto no da algunas señales y luces para hallar el sendero que lleve al Poema, no veo qué otra cosa podría constituirse en raíz y opción para despegar hacia el quehacer poético. Siento a veces pena por Borges que confiesa tener de su infancia sólo el recuerdo de un tigre de papel que dibujó en una ocasión en la escuela. El amor, la muerte, el sueño, el miedo, la fuga, el instinto creador y la intuición poética, son los elementos que nos cede, como de una herencia universal, la Poesía.
De Viaje al poema (2005)
Gabriel Mantilla Chaparro
(Cali, 1954). Poeta y ensayista venezolano.
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