LA TRAVESÍA
Bernardo Medina. Fotógrafo salvadoreño.
Vendrá otra larga travesía.
Habrá que volver a imaginar espacios tan amplios
como la piel de la luz sobre las praderas.
Y andar en zancos por las ferias o en los andenes,
y cuidarse de las zancadillas y los salvoconductos.
Habrá que pasar la mano
sobre el lomo de los que yacen en las plazas
y despedir con esa misma mano
a los que se van quedando en los zanjones.
Habrá que volver a empañar los cristales
con el hálito de quien se despereza de un dulce invierno.
Vendrá otra larga travesía.
Tendremos que preparar las alforjas
Pensando que más nunca volveremos por el mismo camino.
Tendremos que afilar las herramientas, los colmillos y el corazón,
sin que se seque el pozo de agua clara.
Será como abrir los brazos ciegamente.
Será como ir por un oscuro barranco
y confiarse al fulgor del último cigarrillo.
Será como despertar de un largo sueño
con los ojos del horror, el nuevo día, la maravilla.
Vendrá otra larga travesía.
Inédito.
LA CANCIÓN DE LOS QUE PARTEN
Los que se van tarareando una canción
dejando que la luz ocupe su lugar en las esquinas,
en los rostros que llegan,
en las manos que tantean el espacio habitable.
Los que se van arrimando al horizonte
buscando un pájaro que aletea en la oscurana.
Los que en su marcha desprenden astillas, espinas,
cáscaras que señalan el sentido
de lo que no pudieron decir a tiempo
cuando era justo decirlo.
Los que se van no deben mirar la estela de su paso
sino el relumbre de la tierra prometida
que no es más que el destello de sus propios cuerpos
trasegando caminos en lo más cóncavo de la noche.
Escuchemos la canción
sobre los tejados de pueblos afantasmados,
en los goznes de puertas entreabiertas,
o en los áticos del viento.
Es la canción que anuncia a los que llegan
y hace más ligera la travesía de los que parten.
Inédito.
DIOS TENGA PIEDAD DE LOS ERRANTES
Dios mío, ten piedad del errante,
Pues en lo errante está el dolor.
Heberto Padilla
En la errancia está el dolor
del dromedario extraviado: un violoncello
colgado como una res
en el patio inundado por lluvias de junio.
Toda la espera, toda la alquimia insomne
en la diáspora de un hombre abandonado a su devenir,
con las hojas quebradizas de otoños acumulados,
de manos abiertas y ojos inundados en el andén.
Sólo en la errancia todo el dolor concentrado
a la manera de un menjurje
donde la yerbabuena machacada
destila el líquido aromático
de su comunión truncada con la tierra.
Y los lápices partidos, los cabellos caídos,
el mulo muerto al filo del abismo, la cajita de fósforos
humedeciéndose en la madrugada, el llanto
bajo las almohadas, todo el sucio descifrado
de la ropa zurcida, todo lo que sopla y se inflama
en los minutos que ensanchan la errancia.
Dios tenga piedad de los errantes,
y que el agua brutal de sus ánforas se torne en vino;
que una musiquilla ascienda hasta sus labios
haciendo mecer
los eucaliptos de la huida.
De: Inútil registro, 1999.
Todos los textos fueron tomados del libro
Fe de errantes de Edda Armas y Lihie Talmor.
(Caracas, 1972) Poeta, músico y médico psiquiatra venezolano.
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