viernes, 16 de septiembre de 2011

NOVALIS



HIMNOS A LA NOCHE


Carl Wagner (1796-1867).  Pintor alemán. A Moonlit Night, 1820





I

Qué viviente
capaz de sentido
no ama entre todas
las mágicas apariciones
del espacio que en su derredor se ensancha,
la luz, suma de la alegría;
con sus rayos y ondulaciones,
y sus colores,
su dulce omnipresencia
en el día?
Como de la vida
el alma más profunda,
la respira el gigantesco mundo
de las infatigables constelaciones
que bogan en su azul océano,
la respira la resplandeciente piedra,
las tranquilas plantas,
y de los animales
la multiforme,
eternamente móvil fuerza.
La respiran multicolores
nubes y vientos,
y, sobre todos,
los soberanos huéspedes
de ojos llenos de destino,
de suspensa marcha
y de boca resonante.
Como un rey
de la naturaleza terrena
convoca a cada fuerza
a innumerables transformaciones,
y su presencia sola
revela la maravillosa soberanía
del terrenal imperio.
Pero hacia allá me vuelvo,
a la feliz, inexpresable,
Noche, toda misterio…
Allá queda tendido el mundo,
como inmerso en una honda fosa,
¡cuán desierto y solo
su lugar!
Profunda tristeza
tiembla en las cuerdas del pecho.
Lejanías del recuerdo,
deseos de la juventud,
sueños de la infancia,
cortas alegrías
de toda la larga vida,
y vanas esperanzas,
acuden con vestiduras grises
como nieblas de la tarde
a la caída
del sol.
Allá queda el mundo
con sus abigarrados goces.
En otros espacios
la luz alzó
sus aéreos pabellones.
¿ya no volvería jamás
a sus fieles hijos,
a sus jardines,
a su magnífica casa?
Pero qué es lo que mana
tan fresco y placentero,
tan lleno de presentimientos,
bajo el corazón
y disipa
la blanda brisa de la tristeza?
¿Tienes tú también
un corazón humano,
oscura noche?
¿Qué es lo que guardas
bajo tu manto,
que, invisiblemente poderoso,
llega hasta mi alma?
Te muestras sólo temible…
Precioso bálsamo
gotea de tu mano
del haz de adormideras
En dulce embriaguez
despliegas las pesadas alas del corazón.
Y nos regalas alegrías
oscuras e indecibles,
secretas, como tú misma eres,
alegrías que nos
dejan presentir un cielo.
Qué pobre y pueril
se me aparece la luz
con sus pintarrajeadas cosas;
qué gozosa y bendita
la ausencia del día.
¿Así pues, sólo por eso,
porque la noche
te quita tus servidumbres,
sembraste
en la lejanía del espacio
las luminosas esferas
para promulgar tu omnipotencia
y anunciar tu retorno
durante el tiempo de tu alejamiento?
Más celestiales que esos astros fúlgidos
en las lejanías,
nos parecen los ojos infinitos
que la Noche
abre en nosotros.
Miran más hondo
que el más lejano brillo
de esos ejércitos,
sin necesidad de luz,
miran a través de las profundidades
de un amante corazón,
llenando un más elevado espacio
de indecible felicidad.
¡Gloria a la reina del universo,
mundo sagrado
de la alta mensajera,
venturoso amor
de vuestra cuidadora!
Vienes, amada….
La noche está aquí…
Arrebatada está mi alma…
Allá lejos queda el día terrenal
y tú eres de nuevo mía.
Te contemplo en los profundos, oscuros ojos;
nada veo sino amor y bienaventuranza.
Descendemos al altar de la noche,
al suave lecho…
El velo cae,
y encendida de la cálida presión,
arde de la dulce ofrenda
el puro fuego.



De Himnos a la noche



Novalis
(Friedrich von Hardenberg)
Obenwiederstedt, 1772 - Weißenfels, 1801. Poeta alemán.


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