Espacio y tiempo para la poesía y el arte, un blog de Elizabeth Conte Chassin-Trubert
miércoles, 30 de noviembre de 2011
martes, 29 de noviembre de 2011
lunes, 28 de noviembre de 2011
sábado, 26 de noviembre de 2011
PERCY BYSSHE SHELLEY
LA ALONDRA
¡Salve tú, que del
suelo
gallarda te desvías,
más que ave, hija del
cielo,
y desde lo alto envías
raudal de no estudiadas
y tiernas melodías!
Rival de nubes leves
vuelas a etéreas salas,
al hondo azul te
atreves,
y tu cántigo exhalas
en el inmenso espacio
sin aquietar las alas.
Radioso cortinaje
decora el sol poniente
y el dorado celaje
hiendes en giro
ardiente,
¡Oh, tú, encarnado
impulso de gozo insuficiente!
Más y más palidece
la púrpura, y tu vuelo
fugaz se desvanece
bajo el tendido velo;
oigo tu voz vibrante, y
en vano verte anhelo,
cual cada aguda flecha
de esa esfera argentada
cuyo foco es estrecha
en la luz dilatada
donde algo el alma
siente y el ojo no ve nada.
Cielos y tierra llena
tu alborozado canto,
como luna serena
rasga el aéreo manto,
y en luz el orbe
envuelve de misterioso encanto.
Nada hay que emule,
nada,
tus potencias ignotas:
no la nube irisada
vertió tan puras gotas
cual de tu pico arpado
caen límpidas notas.
Así, ardiendo en la
santa
lumbre del pensamiento,
el poeta himnos canta,
y a nuevo sentimiento
de asombro o de
esperanza inclina al orbe atento.
Así en feudal palacio
sola una noble dama,
mudo el sereno espacio,
halaga oculta llama
con música doliente que
en torno se derrama.
Luciérnaga de oro
así en la húmeda hierba
de luz vierte un
tesoro,
y del que audaz la
observa
entre la grama y flores
perdida se preserva.
Así la abierta rosa
que el follaje
guarnece,
su fragancia copiosa
al sutil viento ofrece,
que cargadas las alas,
desmaya y se adormece.
Son de lluvia en
verano,
que alegra la natura,
tallo que se irguió
ufano;
en la Tierra, en la
altura,
cuanto hay de gozoso y
bello, se humilla a tu dulzura.
Dime, espíritu o ave,
¿qué piensas de
continuo?
No hay cítara suave
que amor cantando, o
vino,
cual tú arrobarnos sepa
en éxtasis divino.
El canto de Himeneo,
el himno de victoria,
a par de tu gorjeo
magia son ilusoria,
libación breve y vana
de júbilo y de gloria.
¿Qué objetos ignorados
cantando vas? ¿Qué
flores,
fuentes, grutas,
collados,
los tuyos son? ¿Qué
amores
sólo de ti sabidos?
¿Qué ausencia de dolores?
Desecha tu alegría,
cobardes languideces,
negra melancolía;
nunca tú desfalleces;
amas, y no conoces de
amor vulgar las heces.
Velando o adormidos,
muy más que humanas
gentes,
de la Muerte y el
Olvido
hondos misterios
sientes,
y allá tus cantos
ruedan en ondas transparentes.
Hacia atrás y adelante,
tras algo que no
existe,
mira el hombre
anhelante.
¿Qué sonreír no es
triste?
¿A cuál endecha dulce
vago pesar no asiste?
Si fuéramos criaturas,
al dolor y al espanto
ajenas, almas duras
incapaces de
llanto,
¿cómo tu voz celeste
nos deleitara tanto?
Más que humana
elocuencia
que en ecos se dilata,
más que de toda ciencia
que en libros se
recata,
¡desdeñador del Mundo!,
tu arte al poeta es grata.
¡Oh, si parte siquiera
de ese inextinguible
río
de mis labios fluyera
cual mudo me extasío,
absorto el Universo
oyera el canto mío!
Traducción: Miguel Antonio Caro
Percy Bysshe Shelley
(1792 - 1822). Poeta, escritor y ensayista inglés.
viernes, 25 de noviembre de 2011
jueves, 24 de noviembre de 2011
ANÓNIMO
Pi-Shan, pintor chino – Niebla de Otoño
Mi amor
al sur del gran Mar.
¿Qué saludo enviarle?
Dos perlas y un peine de carey
atados con lazos de jade.
Me dicen que no es sincero.
Me dicen que tiró mis presentes,
que los destrozó y los quemó
y esparció las cenizas al viento.
Desde hoy hasta el fin de los tiempos,
no debo pensar en él.
¡Oh, nunca más pensar en él!
Los gallos cantan,
los perros ladran;
mi hermano y su esposa pronto lo sabrán.
Sopla el viento de otoño,
suspira la brisa mañanera;
dentro de unos instantes saldrá el sol por el Este;
entonces, yo también sabré.
Anónimo
(China)
lunes, 21 de noviembre de 2011
LUDOVICO SILVA
LA CASA DE PEPE Y SANTIAGO
René Magritte (1898 - 1967). Pintor belga. El imperio de la luz, 1954
En medio de esta
horrible cosa que es la vida en Caracas, tengo dos amigos que me ofrecen una oportunidad
de quietud, serenidad y perfección Espiritual.
Ellos son Pepe y Santiago. Pepe Sellán es un joven poeta español que ha dado
bastantes vueltas por el mundo y ha venido a dar con sus huesos
—que es casi lo único que tiene— a Venezuela, y aquí trabaja en el
negocio de libros. La mejor parte de este negocio me la llevo yo, porque Pepe
me regala todos los libros que no puede vender, de modo que se ha convertido en
mi aprovisionador particular y gratuito. Santiago Pallini es escultor y pintor,
es igualmente joven y viene de la Argentina. Se pasa el día entero esculpiendo
y pintando, y a veces da clases de su especialidad. Es su negocio (si puede
llamarse así a lo que realmente es ocio, lo contrario del negocio); y como de costumbre,
la mejor parte del negocio me toca a mí, porque
recibo clases gratuitas de arte escultórico, in vivo e in vitro, y de
vez en cuando soy obsequiado con alguna pieza. A cambio, yo les escribo palabras
a Pepe y Santiago, que ellos reciben con una alegría tal que me compensa de
todos los dolores de ser poeta en esta ciudad y en este país.
Santiago y Pepe
viven en una casita situada en el área del Country Club; debe de ser la
casa más modesta de esa región hipebórea.
La pagan entre los dos y la mantienen como una especie de isla apartada de todo
bullicio. En torno de la casa sólo hay verdor. En el terreno adyacente, Pepe y
Santiago han sembrado chayotas, rabanillos, auyamas y otras cosas que ellos
consumen cuando les da hambre, que es muy pocas veces. Sus necesidades físicas
son muy pocas. No consumen alcohol sino muy de vez en cuando. Su desayuno es
una taza de café, bebido en unos pocillos que ellos mismos hacen.
En esa casa sin
ruidos, el único sonido que se oye es el de la música: Mozart, Orff, Gluck,
Beethoven...
Lo único que yo oí fue el
Requiem de Mozart, ese que escribió antes de morir y que dejó inconcluso:
Una casa encendida
por dentro
con golpes de
cincel
en el torso del
tiempo,
y un poeta que
alumbra una morada
donde brillan
callados los recuerdos,
donde el ángel de
Mozart
vuela como un
espectro
y cuatro soledades
se conjuran
para decir
cantando el Réquiem nuestro
y el dolor de la
vida no se siente
sino como un rumor
que va por dentro.
Casa, casa
encendida
entre límites
verdes y serenos,
no me dejes morir
entre la vida,
no me dejes vivir
como los muertos;
que tus ladrillos
dancen en la tarde
como piedras
cantadas por Orfeo,
que tus muros se
muevan en la noche
como un pueblo de
sueños
y que los cuatro
conjurados vivan
toda la eternidad
en un momento.
Cosas así puede
uno ingenuamente escribir cuando pasa una tarde donde Pepe y Santiago. Allí no
se dice una sola palabra de política. Las únicas palabras que se oyen, o bien
son los martillazos de Santiago sobre el rebelde mármol, o de otro modo son el
rumor casi inaudible de la conversación de Pepe, hecha de la más delicada poesía
del mundo.
En medio de esa
tranquilidad, caigo yo con todo el peso de mi vida, mis angustias, mis vicios
innumerables, mis costumbres antiguas de ciudadano habituado a las grandes
urbes podridas. Llevo mis nepentes, y Pepe y Santiago sonríen: a ellos les
gusta porque me consideran igual a ellos, aunque mis costumbres sean distintas.
Tienen razón. Los poetas forman una familia indestructible. Las diferencias
tienen su razón de existir gracias a la semejanza. Yo les digo mis poemas,
ellos me dicen los suyos y así nos alimentamos de cosas distintas a las que se
venden en los mercados.
(Texto tomado del libro “Filosofía
de la Ociosidad”)
Ludovico Silva
(Caracas, 1937 – 1988). Poeta,
escritor, filósofo, y ensayista venezolano.
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