jueves, 30 de mayo de 2013

FRANCISCO PÉREZ PERDOMO


ESE ES MI NOMBRE


 
Pedro León Castro (1913 - 2003). Pintor venezolano. Armonía, 1947




Francisco me nombran,

ésa es mi gracia

y soy de estos lugares,

nací en esta tierra

llamada tierra de nubes

un día dieciséis de septiembre

de mil novecientos treinta, entre

los árboles, los bosques y un viento

que salía a menudo

de unas vasijas gigantes

y se ponía a dar carreras

por la cercana plaza.

Vine al mundo

escoltado por insectos luminosos,

ardillas y lagartos.

Pocos días después de mi nacimiento

unas lechuzas y unas serpientes

me secuestraron

y me ocultaron en un recodo de los campos.

En ese lapso no me vieron mis padres.

Cuando a poco tiempo

me liberaron mis secuestradoras,

crucé el páramo

acostado en las faldas de mi madre

que iba a caballo

en una yegua flaca y castaña.

Así llegué a una vecina aldea.

Diríase que me raptaron los pájaros

y en una nueva comarca me asentaron.

Crecieron mis pies

por montes y barrancos, enredados

entre una hierba rala

y andrajosa y una vegetación

espectral que gemía día y noche

trepando por las tapias.

De trecho en trecho una acequia

muy triste que cruzaba el solar

me amarraba las piernas,

me tumbaba sobre los matorrales

y luego como una sibila me arrullaba.

Mi cuerpo poco a poco se fue alargando

en las mesetas detrás de aquellos

papagayos que escribían en la esfera

celeste signos indescifrables

y en cuyas colas me colgaba.

Por mucho tiempo fueron los papagayos

mi cordón umbilical.

Un día, un día sus hilos me arrastraron

en carrera desenfrenada

por la meseta más grande.

Entonces me fui elevando, me fui alejando

de la tierra, y volviendo repetidas veces

los ojos hacia atrás,

la veía ahora no sin cierto sobresalto,

embrujado sobrevolaba las distancias.

Sin darme mucha cuenta me fui convirtiendo,

casi insensiblemente, en un punto remoto

apenas discernible en los espacios.

Así transcurrieron muchos años

de una existencia aventurera y ávida.

Con suma felicidad

y arropado con las capas del cielo

hubiera pasado allí toda la vida

descifrando aquella escritura

y haciéndole señales al mundo

con una lámpara blanca

a ratos muy agitada entre mis manos.

Correteaba por la luna.

El silbido de los astros

era la flauta mágica que me retenía

en tan altos lugares.

En mi familiaridad con las estrellas

los ruidos del suelo no laceraban mis oídos.

Hablaba en voz alta a las constelaciones.

Vivía en suspenso una hazaña fugitiva

que hubiera querido eternizar.

El viento giraba más abajo.

Al cabo de los años, desplomado

en el traspatio de la casa, encima

de unos cactus y unos pretiles rotos,

con las ropas astrosas

y las encías desdentadas, encontraron,

víctima de una imposible enfermedad,

a un hombre muy viejo

y arrugado que aferraba unos escombros

de papel contra su pecho

y los cuales podrían ser un papagayo.





De: Los ritos secretos

 



Francisco Pérez Perdomo
(Boconó, 1930-2013) Poeta venezolano.

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