LA LOBA
Unos meses la sangre se vistió con tu
hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las
ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la
noche,
y yo mismo era un niño con mis años a
cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza
cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.
Y tú volabas libre, con tu peso ligero
sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eres culpable de haber nacido
hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el
vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta
profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.
Pero los meses vuelan como vuelan los
días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos
quedamos
solos, definitivos, completamente solos.
Quédate ahí muchacha. Párate ahí, en el
giro
del baile, como entonces, cuando te vi
venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro
vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.
Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con
éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para
siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del
mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.
Gonzalo Rojas
(1917-2011) Poeta chileno. Premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992,
Premio Nacional de Literatura de Chile 1992 y Premio Cervantes 2003.
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