domingo, 24 de febrero de 2013

MARÍA LOURDES HERNÁNDEZ DE MARTÍN



     


Clarence Hudson White (1871 – 1925). Fotógrafo estadounidense.




     Habré de contaros de los temblores
     que estremecen mi piel.
     Pobre árbol que es mi cuerpo
     atorado de sol, de vientos,  huracanes.
     Otoño enceguecido, nido abandonado
     soy.
     Apenas si, florecida sombra
     que se acuesta sobre la tierra húmeda.
     Hojas cayendo,  gajo de  convulsas palabras,
     la tristeza herida se destiñe y cae.

     Brote fogoso,
     la nostalgia sube por mi cuerpo
     y  oprime mis senos.
     Ánfora de  viejos recuerdos
     cuelga de mí como frustradas raíces.
     Posada de mis sueños se desfleca en colores.


     Es entonces cuando habré de deciros
     de las profundidades, no de las mías,
     nunca he llegado a ellas.
     Aspiro recorrer el vértice de mi angustia
     en mi apogeo de alma montañosa ,
     caminar  por el sendero, serena alfombra,
     por donde corre el río que  seduce mi cuerpo.
     Árbol que soy, cuando cae la lluvia,
     crujo de alegría,  reposo es sereno
     sobre las hojas húmedas.


     Habré de cabalgar
     entre la turbulencia del dolor
     y  la alegría imprecisa.
     Libre de amuletos,
     forjaré mi verbo.

      Inquieta estancia,
      siento en mí,
      la ausencia del sol.
     A veces, como un ojo volcánico
     me estremece su euforia
      invoco su inmensidad,
     pero no cabe en mí.
     Me asfixia la lejana sombra,
     diadema que  me  cubre los ojos.
     Beber el agua de la infancia
     no tiene nada de sencillo.
     Mi sonrisa será el aleteo
     de mi alma  en fuga,
     crucial intento, nada más.


     Cuando ya sea la tarde
     y el mundo  de mis sueños repose,
     mi angustia quedará   dormida
     en las campanas de la vida.
     En el instante exacto despertará el sonido,
     cuando  alguien  descubra un posible planeta
     les hablaré  nuevamente del asombro.


     He llenado de versos  el estanque
     donde deja la fuente sus secretos.
     He colmado de sonidos  leves y profundos
     los violines del alma.
     Sé cómo suena la colmena,
     cuando la miel exhibe dulces hilos,
     mientras este pequeño globo, ateneo de la vida,
     atardece mi  voz.



María Lourdes Hernández de Martín
(1947). Poeta venezolana.



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