domingo, 15 de abril de 2012

GABRIEL MANTILLA CHAPARRO



VIVIR A PULSO


Friedemann Nierhaus. Fotógrafo alemán.


“Nada se ve bien sino con el corazón,
lo esencial es invisible a los ojos”
Antoine de Saint-Exupéry


De pequeño tuve un miedo latente, imposible deshacerme de él, era una de mis más caras posesiones, un lazo con el cual no quería y que era imposible romper. Se escondía detrás de mi alegría y la tornaba comedida, la despojaba de esa inocencia, de esa ingenuidad que signa la alegría de un niño. Yo, como un capitán, lo observaba todo, escuchaba las palabras de los mayores con delectación, y trataba de buscar múltiples respuestas a ese cúmulo de emociones y vivencias que invadían mis ojos y mis oídos, que pulsaban en mi Alma. En poesía “l’oreil parle”, dice Valéry.

Era preciso cerciorarme bien de todo para poder apartar mi miedo y emocionarme a plenitud, sin pensar que en cualquier instante podría asaltarme algo dañino, sorpresivo, y que lamentablemente, quizá me fuese imposible dominar. Mis hermanos, en cambio me parecían unos niños dotados para la vida: seguros de sí mismos, alegres, capaces de introducirse en un grupo de jugadores de metras y hacerse notar por su puntería y su capacidad para negociarlas durante la contienda.

Los veía felices jugando a rondas de trompo. Al ejecutar la terrible sentencia contra el perdedor abrían sus ojos, torcían su lengua bajo los dientes apretados, se concentraban y descargaban certeros y fatales golpes contra el estilizado trompo del infeliz jugador. En un momento, un bello trompo, a veces traído de otro país, moría bajo los crueles hachazos y se convertía en un montoncito de añicos de madera colorida. Mis hermanos no eran malos, tampoco los otros compañeros de juego: eran esas las reglas y se cumplían. También —lo sé bien— ellos estuvieron siempre dispuestos a perder con el mismo honor. Algunas veces, mientras el trompo moría, el jugador derrotado observaba dejando correr sus lágrimas y ese llanto le era respetado con solemnidad.

Sin embargo, algún hermano mío ha perdido en un juego donde no convenía dar tregua ni oportunidad al adversario. Ese es un dolor ante el cual no se tiene defensa. Va y viene en cualquier momento, nos conmueve y nos hace pronunciar algunas palabras que sólo él escucha, es un susurro, un secreto, una comunicación sutil de la que no quedan más testigos que la nostalgia y el corazón.

Ese dolor pudiera haber aumentado mi miedo inicial, sólo que ahora dispongo de más armas para enfrentarlo: tengo una profesión digna, una mujer y unos hijos alegres, inteligentes, hermosos y responsables, de mirada firme y de salud luchada teniendo de arma la fe en la medicina y a Dios por delante. Hemos ganado la paz en esta guerra, y mi miedo no se ha extinguido, pero tampoco ha seguido creciendo. Además, muchas otras personas esenciales conforman el entorno familiar; ejerzo como profesor de literatura y filosofía en una institución de naturaleza honorable, y puedo comunicarme diariamente con un público ávido e interesante, acerca de las cosas que me conmueven, me alegran o preocupan intelectual y existencialmente. A cambio, trabajo con devoción y con vehemencia. Podría mi canto ser lo real solamente.

Felizmente mis hermanos han alcanzado su isla de salvación, aunque creo que requieren un poco de sosiego para sus vidas tan vividas de prisa. Poco o muy poco valor tendrían el reconocimiento, la fama y la opulencia económica si no hay formas disponibles para que nuestra alma respire. No debemos permitir que la alegría se apolille. No hay mejor sabio maestro que el corazón en calma aunque en vigilia. Pero sobre ellos mantengo alerta mi poesía, les envío señales de palabras hasta lograr que les sobrevenga la paz que yo he logrado encontrar. Quizá no sea a mi manera, cada uno hallará la suya.

II
Esa es la verdadera utilidad de la poesía. Gracias a ella se me puede acusar de FELIZ. Ese debe ser el verdadero oficio de la poesía y del poeta: lanzar su palabra a la mitad del día y de la noche, cuando el transeúnte, el niño solo, la mujer viuda, el mendigo, el hermano y el amigo la necesitan. Pero NO, he visto que ya no se hace poesía para la gente, que las palabras se esconden en eso que “otros” llaman también “poesía”, abusando de los inocultables logros del surrealismo. Hoy cualquiera es “poeta”, pero hacia nadie se dirige su “poesía”, palabras juntas y sin escenario, sin nada que contar, palabras incluso sordas en algunos casos. Es algo seco, como el monte que ha perecido con el inclemente verano de los días.

III
Volviendo a la zona sagrada de mi niñez, recuerdo que me gustaba aventurar con mis hermanos y algunos amigos por los bosques que rodeaban la aldea. Tomaba mi cantimplora, el cuchillo, la bolsa de caza y una honda para matar pájaros. Pero más parecía andar “disfrazado”, pues mi espíritu no encajaba con esas armas. Desde lo más profundo las rechazaba. Y nunca maté pájaro alguno. Una vez, instigado por mis acompañantes, estuve a punto de hacerlo, pero erré el tiro a propósito, con disimulo. En la noche me distancié del lugar donde acampábamos, me fui cerca de un arroyo, me puse a mirar la luna y el cielo estrellado y lloré silenciosamente por largo rato, de miedo al pensar en el irreparable daño que habría podido causar el haber asesinado a ese bello pájaro que confiado cantaba un ritmo hermoso sobre la rama frágil. A partir de allí corrió una FAMA —que si bien en un principio sentí que me dañaba, luego se constituyó en mi salvación—: yo era, para todos en la aldea, el peor cazador.

Preferí eso a hacer cosas que no contribuían a brindarme la paz, el regocijo y la fuerza interior que como ávido minero procuraba. Sabía que había en mí una fuerza interior capaz de encontrar la llave de esa casa que ante mi llamaban “LA VIDA”. Ellos —es claro— tenían sus reglas... y las cumplían. Yo en cambio, carecía de ellas y tampoco tenía necesidad, ni obligación de obedecerlas. El poeta Andrés Eloy Blanco, en su “paráfrasis al poeta” (dirigida a su amigo Jacinto Fombona Pachano) ofrece su linterna para alumbrar el camino e impedir el extravío, y nos dice: “Sé sincero cuando veas que tienes claro el sendero / pero si vas entre sombras aprende a disimular”. He optado por el primer verso. Más me ha convenido la aventura decisiva de exponer lo que creo mi verdad a través de lo que escribo y de lo que en ocasiones publico, ya que ser “sincero” es una “rara exquisitez” en la antropofagia social. Esto, por supuesto, me atrae el enojo de quienes han decidido hacer invivible la comarca. De quienes sentencian: “antes morir que vivir aquí”. Porque se creen dueños del oxígeno que respiran los justos. Son aquellos que, como dice La Biblia, no concilian el sueño si antes, durante el día, no han dañado a alguno. Pero eso no acrecienta mi miedo, no me concierne, puesto que la verdad me genera una profunda alegría. Me siento libre espiritualmente, ningún anillo malsano me comprime la vida y la curiosidad de mis interrogaciones se halla colmada hasta donde voy andando. La sonrisa de lo maligno no me inquieta, he disciplinado mi corazón y mi cuerpo, me resisto a la complicidad y abomino lo que corrompe aquello donde debería imperar el honor: la Universidad, el Poder, la Justicia, la Medicina y la Poesía. Ha sido ardua y larga esta travesía para llegar a mí mismo, pero ha valido la pena. Ahora conozco el valor de una idea distinta a la mía y por la misma razón el valor de una idea afín. Tengo amigos de los cuales discrepo, conservo mi verdad pero no dudo que la de ellos viene sincera. Y lamento que el mundo intelectual derive cada vez más hacia un vecindario de “engañados y engañadores”.

Si el destino señalado es el goce de mi libertad, entonces he hallado ese sino. En mi adolescencia estuve bastante separado de mí, fue como una convalecencia, una confusión peligrosa, una pérdida radical de lo que desde muy temprano había cultivado, ¡y de qué manera he recuperado ese tesoro! No detesto mi adolescencia pero no volvería a vivirla de esa manera si se pudiese. Al final de ella encontré esta mujer que conoce mejor que yo la ciencia del vivir. He estado a punto de perderla, pero Dios, la medicina y la poesía me la han devuelto. Sin ella sería “un punto en una raya”, como dice Andrés Eloy. Nos hemos adueñado de nosotros mismos, hemos sabido poner nuestras virtudes y nuestros defectos sobre la mesa, como una ofrenda, para jugar al amor, para jugar sin rodeos, sin turbaciones, para encontrar lo elevado de nuestros cuerpos, de nuestras almas. A nuestra casa se acerca el artista, el carpintero, el cantor, el amigo y el hermano bohemio, el poeta de siempre, el estudiante humilde, el compañero de nuestros hijos, la maestra inolvidable, el vecino, el que trae el correo, la anciana dulce, los sobrinos nos visitan, llega la prensa y el rumor de lo que ocurre afuera. La tensa gota que se aferra a la hoja temblorosa de este hermoso y lastimado país. Desde aquí auscultamos el mundo, el núcleo, la esencia, la cosa en sí, filosóficamente hablando. el viento llega por el balcón, danza un poco y se aleja luego.

Tiene razón Walt Whitman, cuando se lee su obra se lee el hombre que fue. He allí la gran distancia con Borges que vivió una existencia puramente intelectual y de su infancia recordaba tan sólo un tigre de papel que una vez dibujó.

IV
Ser el peor cazador me acercó más a mi madre. Pasaba días enteros junto a ella. Era mi Dios, el pleamar de mis días, la persona omnicomprensiva, el ave preferida. Siempre fina, delicada y sencilla, aunque firme en su decisión y en el abatimiento. Me sentaba cerca de ella, en la cocina, y me iba dando a probar de lo que preparaba. Hablaba para mí, sin detenerse. Yo sólo la oía. Hablaba como pensando en voz alta. De repente se dirigía a mí y me pedía una opinión, un comentario. Ello ha sido fundamental para alimentar en mí esa inclinación permanente a “opinar” sobre lo que creo importante, bien a nivel literario, político o docente. Esas han sido a fin de cuentas mis tres grandes pasiones. Ninguna es superior a la otra.

V

Lawrence Manning. Fotógrafo estadounidense. Dog sitting at typewriter

Siempre que veo hacia el fondo de mi infancia recibo destellos maravillosos como paisajes lejanos pero transparentes que me llegan de ese viaje en el tiempo. Recuerdos felices, caricias oportunas, libros nuevos ansiosamente descubiertos y leídos, una maravillosa máquina de escribir llamada Remington, que escribía en alemán, francés y español, bellas y grandes cajas de colores, el viejo baúl verde que guardaba mis cosas, los actos de la escuela, el extenso poema aprendido de memoria para recitarlo ante los padres y la maestra preocupada detrás de la cortina. Claves de mi infancia. Claves buenas. Son parte de mi memoria feliz. Es difícil que algo haga sombra sobre esos luminosos destellos. Restos ilustres que me hacen hablar en favor de la deleitación de la vida. Ha sido mi “estación vital” a pesar de en aquellos días lejanos no tenía ni más mínima idea de que la vida sería esto que disfruté, disfruto, que padezco y que acepto. Allí se sembró en nosotros la semilla de la equidad, de la justicia y la aversión por la negligencia, la mediocridad y la hipocresía. Para subir no hemos procurado los peldaños artificiosos, contradictorios y comprometedores de los titiriteros del PODER.

En mi primer libro publicado, Hernando Track: el superior de las lámparas (ensayo) hago una reflexión sobre el poder, tal como se le concibe hoy día. Somos acicatedores de lo falso —digo—, hemos constreñido la voluntad a unos caprichos que se complacen en dañar el bien ajeno. Nuestras ideas cada vez se difuminan por no hallar territorio propicio para fecundar. En este sentido, nos ahoga la inmoralidad, dilapidamos el poder de nuestra subjetividad al inclinar la balanza hacia lo que nos pierde, hacia lo que nos secuestra de toda posibilidad justa de trascendencia.

Antes de atrevernos a enfrentar la mirada de otro ser humano nos interrogamos sobre su condición social y su origen. En verdad deberíamos acceder al reconocimiento de que todo es un accidente: que nadie escoge sus padres, ni el país en que habrá de nacer, ni a sus hermanos ni el color de su piel. Somos despóticos, y matamos por el simple orgullo de que alguien ha decidido no aceptar nuestra prepotencia, nuestra sinrazón, nuestra desvergüenza. Por orgullo e intolerancia, por no haber aprendido a dar el valor justo a las palabras, estamos en disposición de exterminar pueblos enteros, de eliminar niños puros y amantísimos como nuestros propios hijos, somos capaces de asesinar ancianos y mujeres embarazadas, millones de seres inocentes que, bien lejos de las decisiones de sus políticos, también llegaron a tener curiosidad de nosotros, soñaron alguna vez visitar nuestras naciones en paz y con alegría, y se atrevieron a querernos en silencio, pensando en la posibilidad maravillosa de ser, algún día, nuestros anfitriones... o nuestros huéspedes.

Queremos cada día más poder, pero nadie está seguro de reclamar el poder de la verdad. Mucha parte de nosotros es ignominiosa y gotea inautenticidad; y no cabe duda de que el Creador tendría todas las razones posibles para habernos olvidado definitivamente.

VI
Lamento que muchos hombres y mujeres hayan sepultado radicalmente esos destellos infantiles, como si en esa carrera pretendiesen alcanzar los restos que quedaren de la nerviosa rapiña de los saqueadores de la armonía y del país. Se han vuelto “adultos” apresuradamente en pos de los peores intereses, como seres salidos de una caverna, que temen que de un momento a otro desaparezcan el mar azul y la tierra que avizoran. Con su oído tapiado de halagos e intrigas corren, impacientes, para obtener su sitial de poder y pasan de largo, o por encima de los honestos, de los que fraguan el escudo del mérito para presentarse limpios en el sitio y en el momento de la lid. Pero así como atropellan el derecho del otro, los corruptos habrán de extinguirse, a esa misma velocidad, y si levantan sus inmensas casas sobre la humillación de los honrados, tarde o temprano caerán, pues esos son cimientos peores que el barro que la lluvia más simple diluye. De estos engañadores he visto muchos, pasan a mi lado todos los días, se saben detectados y buscan fortalecerse hundiéndose más en el agavillamiento y la iniquidad. Gente así ha sido el flagelo que enferma a este país generoso, hospitalario y de múltiple riqueza material y humana. Es preciso otorgar dignidad al que lucha y sentenciar a los traidores en proporción a los males que causan. Ellos tienen sus reglas ominosas, y las cumplen a riesgo de plagar de hambre, impotencia y miseria a quien no tiene —como nosotros— armas suficientes para defenderse. Contra ellos enfilará la justicia de los que aman el suelo en que nacieron y ni un solo cargo les será descontado. Es hora de que la rama de la justicia venza la hiedra que enseñorea altanera a su lado. Si el corrupto jura su inocencia se deberá jurar su culpabilidad y así no habrá salida para él. Un país de leyes es un país merecedor de todo el respeto. Las leyes son parte de la grandeza de los Estados Unidos.

VII
A veces veo jóvenes en cuyos ojos asoma una extraña perversidad, y parecieran ansiosos de traspasar sus años infantiles. Son los que han vivido cerca de los “adultos” de que he hablado. Para ellos siempre será la niñez un período fastidioso de la vida, y se agotan pensando en lo que serán cuando sean grandes. Rainer Maria Rilke, el gran poeta checoslovaco, en sus Cartas a un joven poeta que le confiesa sus tribulaciones y su obsesión por la poesía y el temor al juicio crítico, le aconseja “ser como el árbol que no apura sus frutos”, que viva cada momento a plenitud, con intensidad, como una ofrenda que de la vida se recibe. Es esto hoy algo muy difícil de aceptar. El mundo corona lo material, lo hedónico, lo desenfrenado, lo aparente, lo superficial y lo que se alcanza con maña. Ante esa escala de “valores” he visto sucumbir a muchas personas que presumía honorables. No me atrevo a afirmar que mentían. Viendo con profundidad en la conducta de tales entes se colige, como decía Nietzsche, que lo que los padres silencian los hijos lo hablan. Nada más cierto. Di qué hijo tienes y sabrán qué padre eres.

VIII
Fue el asma mi mayor angustia, el instante que deseaba evitar, pues era un acto horrible que comprometía la tranquilidad del hogar, era como sumergirse en un oscuro aposento, una ambivalencia entre mi gusto por la vida y la efímera pero dolorosa aparición de algo que me dañaba intensamente, que desarticulaba mi psiquis, que desesperaba no sólo a mí sino a quienes me rodeaban. Sentía un vértigo interminable, una caída sin fin y, en esa misma medida, me faltaba el aire. Oía lejos las voces, los gritos de mis padres y hermanos. En esta forma morí muchas veces. Uno de mis primeros poemas en alguna parte decía: “Venía la muerte / tendía su negro mantel / se sentaba a la mesa / para empezar a comerse mis sueños”.

Recuerdo que una tía un día me llevó a una iglesia muy bella, enclavada en un monte donde se adoraba la imagen tamaño natural de Jesucristo en una de sus últimas caídas camino al sacrificio. Tan pronto pisó el umbral sagrado, oraba y lloraba e iba desplazándose por la larga nave de rodillas hasta que llegada al altar éstas le sangraban. Lo hizo por mí, para solicitar mi curación. Tendría yo diez años. Al llegar a los catorce me curé definitivamente. Por esto y por muchas otras razones es la tía que más he amado en mi vida —y que incluyo en mi libro de poemas Último bosque. Esa historia es “la mujer del sobretodo rojo”.

IX
No es mi intención establecer que la escritura deba ser puramente biográfica. Estaría muerto como profesor de literatura si no estuviese en capacidad de valorar suficientemente lo que es producto de la imaginación, el fluir anímico, el universo de los sueños, y el calidoscopio estético de la creación artística. Pienso que este es un gran taller donde se trabaja, se hereda y se reinvierte lo que otros han alcanzado en lo fundamental de su obra, y se refunde en lo propio, más allá de una simple influencia, más allá de un discurso indigesto de “originalidad”. Borges y Cortázar sabían muy bien esto. Advertía también Pablo Neruda: “El poeta cuando sea realista va muerto. Pero el poeta que sea sólo realista va muerto también. El poeta que sólo sea irracional será entendido sólo por su persona y por su amada, y esto es bastante triste. El poeta que sólo sea un racionalista, será entendido hasta por los asnos, y esto es también bastante triste”. Sin comentarios.

Se trata de indagar en qué podemos ser semejantes unos a otros y cuál es el sentido de nuestra diferencia. Propiciar algo útil de todo esto. Hasta dónde llega lo lícito, lo honorable, lo prudente. Cómo descubrir el poema que hay en el alma y compartir una buena lectura de él con aquellos que merezcan escucharlo. Cuál es la intención de eso que llaman “progresar” y que cada uno se esfuerza en entender a su manera. Qué vale un pensamiento en medio de una sociedad que aspira a una inconsciencia feliz. Se trata de aprender a jerarquizar los pasos que hemos dado, que damos y que debemos dar; de dificultarle las cosas a quienes hacen daño, de evitar que algo nos sorprenda, nos venza, nos disminuya sin que lo sepamos, sin haberlo presentido. Debemos aparejar el sentimiento ético y el sentimiento estético para contribuir a hacer más respetable la posteridad de la humanidad. Poner todo de nuestra parte para que así sea y esperar con fe, que el azar, el destino y aporten lo que les corresponde.

Es posible que las preguntas las formule para mí solo pero quiero compartir las respuestas que he hallado. Quizá las signe lo superfluo pero son sinceras, necesarias y suficientes para mí hasta donde voy. En ese caso, no carecen de “legitimidad”, no son fruto de una vida atormentada, sino de un calmo modo de razonar, de enfrentar causas y consecuencias, de medir con el termómetro las inquietudes espirituales.

X
Una noche, viendo una película en casa, el personaje, una mujer casada, con dos preciosos hijos, moribunda y en lento morir, angustiada y fervorosa clamaba: “Dios mío, si la vida es como yo no soy y como nunca seré, dame al menos la fuerza para ser lo que soy”. Esa frase conmovedora nos hizo razonar la impotencia, la soledad dolorosa de la dama enferma, la desgracia de no poder disfrutar sus hijos, a los que amaba con todo su ser. Demolíamos la frase hasta que fuimos encontrando en ella una especie de mantra de fuerza, una escala para entender más la vida. La muerte, como una sombra, lo devoraba todo, consumía la alegría de aquella mujer. Le faltaba un paso para hallar la respuesta: quizá la esperaba la posibilidad del canto, una luz ascensional, un nacimiento. Quizá debía ser la anfitriona de una fiesta de vida agrandada y placentera, en la que recibiría a aquellos que amó y que la amaron. Nada es sin motivo alguno.

XI
No, la vida no es un error, ni “una enfermedad del espíritu”, como creía Novalis. Es, más bien, un permanente fluir de la conciencia, un “ir haciendo el hombre” a imagen y semejanza del azar, del esfuerzo, del sueño, de la imaginación; una procura de superar los atemorizantes escollos de la injusticia, la desgracia y la debilidad; una lucha permanente contra las harpías; un deseo de existir a pesar del mundo. Es cierto, la vida del hombre es una permanente guerra contra la adversidad y la tiniebla que tiende a confundirlo, a vencerlo. El hombre es el punto luminoso que otea en el afelio y el perihelio de la Creación.

No especulo una visión beatífica de la existencia, sé muy bien que lo demoníaco y lo sublime son parte del enigma, y que saber moverse entre ambos extremos sin que se rompa la orla de nuestra capa de honor es la única manera de evitar la derrota y el derrumbe. Sólo así liberaremos LA IMAGEN original de la que somos su semejanza: el árbol creacional de Idumea, la respuesta a la duda hiperbólica que aparece en el comienzo de toda poesía, según Lezama Lima.

XII

Xavi Fuentes. Fotógrafo español. Crawling, 2009

Puede una suma de vivencias aparentemente triviales enriquecer la hacienda de la poesía, evocar tanta felicidad, y mantener entrañablemente alerta nuestro espíritu. La imagen penetra sigilosamente en las cosas grandes y pequeñas del ser, atisba el henchimiento y la mengua, y halla la interpretación metafórica del universo íntimo. Entonces, ciertas acciones del pasado lejano se conjugan y adquieren un ascendimiento, una corporeidad desconocida, y alejan al hombre de la flaqueza, lo sustraen del patíbulo. Las harpías quedan encerradas para siempre cuando la imagen es liberada. El hombre rescata aquella lozanía original y se vuelve Uno; a partir de allí le serán exquisitos los frutos de la tierra y ya no será el huésped huérfano de un universo hostil e incomprensible. No será más una especie de Harry Haller, “la bestia descarriada en un mundo que le es extraño”. Y hallará su hogar, su ambiente y su alimento. Ya no será un anacoreta en medio de un mundo de cuyos fines ninguno comparte.

XIII
No trato de erigirme en el hombre que escribe signos en la caverna para “conjurar la realidad” o para catalizar su porción de azar adverso. Tampoco me posesiono del ser rimbaudiano que resalta su diferencia con los demás y menos considerarlos el infierno en términos existencialistas. Busco exponer mi propio código, el camino más viable que he hallado para llegar, como dije antes, a mí mismo; manteniendo la lucidez en el territorio de la absurdidad, buscando mi doppelgänger (mi otredad), mi imagen en ese río metafísico que la vida es. Y que ese camino, por más expedito que haya sido, no se equivale a cobardía alguna. No ha sido fácil, carece de la fama, de la complicidad, del testigo meloso... está bien, despejado de gente... pero es el que me hace feliz.

Mucha gente suda, nerviosa, cuando le mencionan la palabra “destino”, les suena a desgracia. A mí me traduce azar y lucha. He visto morir hombres como morían los reyes en el período Dypilon, se hunden en la línea del horizonte y el pueblo los llora y los celebra. Desaparecen al ponerse el sol, se integran al círculo cósmico... Pero también sé de hombres que sólo son simples cadáveres y sus pueblos los toman en hombros y salen huyendo al camposanto para evitar la mortecina. Son aquellos que nunca alcanzaron esa mística integración a sus semejantes y a la naturaleza; los que nunca otearon la Playa de la Poesía, por ende, jamás hallaron la Imagen, la respuesta a la duda... si es que hay una única respuesta.

XIV
Muchos se fatigan, se endurecen, se hostilizan y pisan el jardín porque no soportan la belleza, yendo en pos de un espejismo. Y, parafraseando a Vallejo, “mueren de tiempo y no de vida”. Persiguen el vacío, botan la fruta y digieren la cáscara, le ladran a los perros, consideran superstición a la esperanza e intuyen que la libertad es un compromiso demasiado exigente. Entonces prefieren retornar a la caverna, interiorizan su pesimismo de tal manera que si no nos alejamos de ellos a la velocidad del rayo bien pronto puede cundir una epidemia de hombres muertos antes de tiempo. Sin embargo, cabe distinguir entre los atribulados a aquellos que supieron morir gallardamente. Poetas como Arthur Rimbaud, Gerard de Nerval, Antonin Artaud, Carlos Oquendo de Amat, Ludovico Silva, por ejemplo.

Esto no legitima la autodestrucción, pues aunque el mundo ensordezca cada día más el poeta debe conservar su flauta y su guitarra para deleitarse a sí mismo. La poesía en sus inicios fue salmo, liturgia, sacerdocio, comunión con la naturaleza, vocación. Y a pesar de este pasado maravilloso del poema presenciamos dramáticos esfuerzos de “poetas domésticos” en consagrarse. Tejen su red de complicidades para exprimir las ubres del poder cultural, mugen en su amargo delirio por ser la mascarada de la poesía nacional y el hacha que derriba el verdadero poema. Sin embargo, estos larvarios no podrían multiplicarse si no se arremolinan en torno a un poeta de indudable valía, cuya ancianidad o el exceso de halago no le permiten tirar el guante en otra calle, en otro lugar donde los POETAS (los que hacen real poesía) le esperan. Bueno, también hay viejos que se pierden en el camino, que se distraen viendo el barro correr. Y cuando están muriendo, o cuando mueren, y aún queda un poco de su aliento encerrado en la alcoba, saltan a los periódicos y revistas a hacer bulla con los últimos poemas que oyeron de labios del “Maestro” o con los primeros poemas que se le escriben “in memoriam”. Y publican entonces cualquier incoherencia, cualquier verso maltrecho, cerrando así el capítulo de su existencia con “algo” que si tiene un mérito es el de haber sido dicho por un muerto de cuyo oxígeno dependían cuando estaba entre ellos. Estos atletas del Mundo Literario pagan y cobran su amistad, su contacto, su intermediación, su veredicto en concursos... Indudablemente que de señores así no vive la Poesía. Y asazmente se equivocan si pretenden convertir la literatura en una máquina de fabricar cobardes, pues los verdaderos creadores sabrán estar presentes en “el tribunal del tiempo”, el juez lezamiano. Esos mercaderes son como la Medusa cuyos ojos petrificaban al mirar, lo detienen todo, lo enmudecen, asordan el canto, lo sodomizan todo. Esta es su escala de valor. Nunca serán siquiera el eco de un poeta y sus dedos jamás escribirán Poesía. Serán el pálido semblante de la ciudad y su vergüenza. Su desenfreno ofende.

Limpieza y honestidad con la palabra, tanta como sea posible, es el primer mandamiento de la Poesía. Sin eso no se podrá penetrar en la Imagen, ni ascender sus peldaños o atisbar en sus subterráneos. No está Virgilio esperándonos para llevarnos asidos del brazo, sólo nuestra ansia creadora, el ensueño y la clarividencia poéticos, el encanto por el misterio y el resplandor nos darán la llave para entrar en la casa que deseamos habitar. En esta elevación o inmersión no cabe lo perverso, sino que el Ser pretende lo Supremo, o el sonido casi místico que tiene la voz de lo auténtico. No cabe, en suma, ningún estado de ignominia. El agua corre transparente, la conciencia se eleva y se capta con hondura aquello que nos conmueve, que deseamos, que recorrimos y que no queremos olvidar. No hay espacio para burdas redes, es el lugar del grito pleno o de la gracia plena. En esas playas remotas íntimas de la Poesía no hay quebranto sino delicia, abstracción, vínculo con la simiente original, aunque el tono sea de rebeldía, de queja, y nuestras raíces se hundan en la realidad.

***

Pensamos, como Octavio Paz, que la poesía es una forma de acceder al conocimiento, de adquirir poder, de encontrar la salvación o ir directamente al abandono; una operación con capacidad suficiente para "cambiar al mundo", una actitud "revolucionaria por naturaleza", un "ejercicio espiritual", un "método de liberación interior". A nuestro juicio, es un efluvio misterioso, un proceso de revelación de todos nuestros conflictos, pasiones y reconciliaciones íntimas; es una forma de lograr el exacto compás entre el sueño y el alma, es una manera intensa de deshojar la margarita de la vida y a la vez de revelar el monstruo que yace solapadamente en nuestro ser.


La poesía es un caballo alado que a veces repliega su vuelo y sin embargo, no deja nunca de amenazar con el despegue hacia el infinito. Es el beso conciliatorio con el universo y su agresor a la vez, el amoroso y el nihilista, la señal honda de la paz o un canto ardido de rebeldía, el velo que cubre nuestra timidez o el mundo que rompemos ante el umbral del amanecer. La poesía espía en los sucesos que ha guardado la mente en los pliegues del alma humana a través de todos los tiempos; es la rejilla del confesionario donde el creador oye todo aquello que identifica nuestras voces, sentimientos y lo que va más allá del pensamiento y la intuición. Ella contiene o precipita nuestros acontecimientos como en la Magdalena de Proust, o los soliloquios de Ulises. La poesía es tan penetrante en la vida del hombre no ordinario, como eran las predicciones de Calcas ante los griegos que asediaron a Troya. Es eso: una vocación, una religión, donde se busca la vida futura tratando de vencer las más terribles dudas del corazón.

Es el acto gallardo mediante el cual el guerrero, va despojándose, camino a casa, de las pesadas armas que nunca serán más grandes que su coraje. Ella es un reclamo, pero también un perdón, nunca una forma de venganza, más no por ello deja de conmover los cimientos de la injusticia.

Ningún poeta ha cantado al crimen, o doblegado su cerviz cuando se le amenaza con el tormento de Galileo... los poetas han preferido el aceite hirviendo en vez de silenciar la verdad de sus pasiones, han preferido la maldición a la castración. Hablamos, claro está, de los verdaderos forjadores de poesía, no de aquellos que presumen de su condición de tales, pues no hay poesía mala ni poeta malo, sólo hay buena poesía y buen poeta.

Y no se valen aproximaciones, pues la valorización decimal no tiene cabida cuando enjuiciamos esta forma gloriosa de la expresión humana.

Un creador es temible según la exactitud y la potencia de su acto poético, pero se le tendrá por su juicio más que por su brazo potente. Su condición de ser efímero y mortal le induce a la gran misión de perseguir la realidad, y contar los pasos que separan al hombre del auge a la caída, para confirmar su rectitud, su testimonio, su soledad, y levantar el espíritu para que emprenda vuelo de generación en generación... aunque los siglos pasen sin que sus lectores hayan nacido. Algunos pretenden hacer pan de la ceniza... contra esos farsantes declaramos contienda.... es hora de que los agresores de la poesía se vayan a sus aposentos y no envenenen lo que han labrado los hombres que conocen la evolución callada de la hierba así como la evolución de sus vidas. No más iniquidad, no más falsa en nombre de algo que llamamos POESÍA... Nuestro Mar, Desierto, Cielo o Abismo.

  

Del libro VIVIR A PULSO (2005).




Gabriel Mantilla Chaparro
Poeta, ensayista y profesor universitario venezolano, nacido en Cali, Colombia, 1954. Profesor de la Escuela de Letras, Departamento de Literatura Hispanoamericana, Universidad de los Andes. Magister en Literatura Latinoamericana en Pontificia Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá.


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