miércoles, 23 de enero de 2013

LUDOVICO SILVA


VIDA LITERARIA
  

Henri Fantin Latour (1836 – 1904). Pintor francés. Rincón de mesa 1878



La vida literaria es en cualquier parte muy difícil, muy áspera, cuando se es intelectualmente responsable y se es de veras escritor. Si uno toma a la literatura como la fácil posibilidad de escribir un libro o un poema y después ser llamado para siempre “poeta” o “escritor”, entonces, la vida literaria no tiene más dificultad que la que ofrece la vida misma en general. Pero si se toma a la literatura como destino; si se es poeta desde los pies al cráneo y se afrenta la vida con toda la sensibilidad posible hacia ella, entonces, la literatura es densamente cruel, y sus satisfacciones no pasan de ser bravísimos destellos solos en el alma, hacia adentro. Ser verdadero es duro, y trabajar deja solos. A la verdadera, la única soledad que existe no se la busca. Apenas uno es cierto y profundo, apenas uno arremete con su trabajo contra la mediocridad circundante, la soledad viene, como llamada por un imán. La caterva de los "acompañados" —los compadres— se perdonan ese tipo de soledad que viene  sola al ser que trabaja y escribe y se esfuerza. ¿Cómo le van a perdonar los que viven de su pequeño nombre parroquial, de su fama, a los que viven de escribir sin importarles que su nombre se aviente, que trabajan? Es una afrenta a su mediocridad, un insulto casi directo a su anonimato espiritual, a su desidia, a su falsedad humana.

     Sin duda, la vida literaria es difícil, en cualquier parte. En todas las regiones del planeta los escritores no pasarán jamás de ser unos individuos más o menos inútiles. Es un milagro que haya uno o dos países en los que el escritor sea considerado como un individuo que sirve efectivamente a su sociedad. En Francia, por ejemplo, los poetas tienen una concreta influencia social, y no digamos los filósofos: de estos han dependido muchas cosas de la historia de ese país. Y no tan sólo de los políticos profesionales. No ocurre así en Alemania, salvo rarísimas excepciones, como Hesse, quien modeló a toda una generación. Tampoco en España, donde el escritor es poco menos que un objeto colocado en una vitrina. Y conste que cuando digo “servir” hablo de la influencia que puedan tener los escritores sobre la sociedad en la que viven. Servir a su pueblo, en suma.

     En Venezuela, los escritores servimos de muy poca cosa. Me lastima profundamente tener que decirlo, pero la culpa de esto no la tiene tanto el sistema en que vivimos, sino los mismos escritores. Nuestra actitud es francamente contradictoria; exhibimos una estupenda calidad, un estupendo talento, pero también unas estupendas ganas de comernos a nosotros mismos.

     Los escritores venezolanos—los poetas en especial, que son casi todos—tenemos una franca vocación canibalesca. Digerimos a nuestros compañeros con una facilidad digna de Pantagruel. En materia de relaciones literarias, pertenecemos a aquellos horrendos caníbales que describió Defoe. Si las venerables Naciones Unidas tuvieran en su agenda un capítulo dedicado a la literatura—menos mal que no lo tienen—llegarían a la conclusión de que por estas zonas terrestres los escritores se comen entre sí, de una manera tan francamente carnívora que sería causa de escándalo entre todas las naciones civilizadas. La noción de nación es más o menos nueva; pero aún los Estados Feudales y las más antiguas monarquías nos condenarían por primitivos. Nos comemos con no disimulada voracidad.

     Por eso decía que la vida literaria es difícil especialmente en los lugares en los que abundan los escritores que no escriben. Guardo en mi corazón las excepciones,  pero éstas no hacen sino confirmarme la espantosa regla general. Resultado de eso es que a esas excepciones les digan que “escriben demasiado”, cuando en realidad hacen lo que deben hacer: escribir. ¿Quién le reprochará a un carpintero que haga muebles? ¿Quién le reprochará al pintor que pinte? ¿Y quién, en definitiva, tiene el menor derecho de reprocharle a un escritor que escriba?

Göethe
Baudelaire
     Los poetas deberían ocuparse más de la vida política, la vida ciudadana (que eso significa la palabra “política”), lo que ocurre en el país, la miseria que nos circunda y nos invade, el despojo espiritual  de todos aquellos que, teniendo talento natural, no tienen oportunidad para desarrollarlo, sino que viven colgando de las promesas que cada cinco años les hacen los candidatos a la presidencia. Los poetas deberían opinar sobre estas cosas, porque no es posible ni ético que vivan de ellas como parásitos intelectuales, sin hacer el más mínimo esfuerzo, con su pluma, para cambiar y transformar las cosas. No se quiere decir que los poetas deban ser activistas políticos, porque cada cual a lo suyo; pero precisamente el más escastillado de los poetas participó en la contienda con unos artículos fulminantes que él denominaba “Ensayos casi políticos”. Goethe participó en la política de su pequeño reino de Weimar, y logró darle un esplendor artístico pocas veces igualado en aquellas cortes alemanas tan mediocres y feudales. Baudelaire se metió de lleno en las barricadas parisinas de 1848.
Maiakovski
García Lorca
Maiakowski empuñaba “el camarada máuser”. García Lorca arremetió poéticamente contra la Guardia civil, y por ello fue fusilado en Viznar, cerca de “su Granada”. Es preciso participar, aunque no tengamos ganas. En nuestros tiempos, un poeta que se limite a hacer versos es un pobre poeta. Pues es preciso recordar a los poetas que la más alta tarea imaginable no es la de ser un gran poeta, sino un hombre verdadero. Lo de gran poeta debe no ser sino una añadidura a lo de ser hombre completo.


     ¿Qué significa la palabra “poeta”? Todo el mundo sabe que viene del griego, de poiesis, que a su vez tiene el verbo poiein, que significa, entre otras cosas, “producir”, “fabricar”, “hacer nacer”, “engendrar”, tal como está testimoniado en innumerables textos, sobre todo de Platón. Lo de hacer versos, que para nosotros hoy es la poesía, no era para Platón, en La República, más que que “una partecilla de la poiesis”. Esta lección debe ser hoy reaprendida. El poeta es un productor. Pero no sólo de versos, sino también de otras cosas que contribuyen a la ciudadanía, a esa Politeia que tanto preocupaba a Platón. Si Platón tenía reservas hacia los poetas no era tanto porque no encajaban en su teoría de las ideas o formas (“los copiadores de copias” o “imitadores de imitaciones), sino porque Platón se daba cuenta de que los poetas no tenían una participación activa en los destinos del Estado. ¿Debemos nosotros, después de tantos siglos, seguir soportando las críticas de Platón? ¿No es hora de que los poetas, con su verso y su pluma, participen en la vida pública?

      Por Dios, no se trata de que los poetas hagan política con sus versos. Eso vamos a dejárselo al falso socialismo, el estúpido “compromiso de izquierda”. Se trata de que los poetas escriban en prosa sus opiniones políticas, que digan lo que piensan, para que no sea verdad aquello de que “el talento poético se aloja en cerebros casi imbéciles”.

     El rescate de la poesía, en nuestro país, tiene que venir aparejado con un rescate de la inteligencia. La síntesis tiene que acompañarse del análisis. El entendimiento necesita de la sensibilidad, como diría Kant. La intuición necesita de la conciencia. Y el poeta, que en nuestras sociedades modernas es un hombre que vive en perpetua guerra contra las grandes ciudades capitalistas, tiene que aprender racionalmente qué es eso del capitalismo, y es más, tiene que denunciarlo. Tiene que estar en guerra, porque la sociedad está en guerra contra él.


De: Teoría Poética


 
Ludovico Silva
(1937 – 1988). Poeta, ensayista y filósofo venezolano.

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