VIDA LITERARIA
Henri Fantin Latour (1836 – 1904). Pintor francés. Rincón de mesa 1878
La vida literaria es en
cualquier parte muy difícil, muy áspera, cuando se es intelectualmente
responsable y se es de veras escritor. Si uno toma a la literatura como la
fácil posibilidad de escribir un libro o un poema y después ser llamado para
siempre “poeta” o “escritor”, entonces, la vida literaria no tiene más
dificultad que la que ofrece la vida misma en general. Pero si se toma a la
literatura como destino; si se es poeta desde los pies al cráneo y se afrenta
la vida con toda la sensibilidad posible hacia ella, entonces, la literatura es
densamente cruel, y sus satisfacciones no pasan de ser bravísimos destellos solos
en el alma, hacia adentro. Ser verdadero es duro, y trabajar deja solos. A la
verdadera, la única soledad que existe no se la busca. Apenas uno es cierto y
profundo, apenas uno arremete con su trabajo contra la mediocridad circundante,
la soledad viene, como llamada por un imán. La caterva de los
"acompañados" —los compadres— se perdonan ese tipo de soledad que
viene sola al ser que trabaja y escribe
y se esfuerza. ¿Cómo le van a perdonar los que viven de su pequeño nombre
parroquial, de su fama, a los que viven de escribir sin importarles que su
nombre se aviente, que trabajan? Es una afrenta a su mediocridad, un insulto
casi directo a su anonimato espiritual, a su desidia, a su falsedad humana.
Sin duda, la vida literaria es difícil, en
cualquier parte. En todas las regiones del planeta los escritores no pasarán
jamás de ser unos individuos más o menos inútiles. Es un milagro que haya uno o
dos países en los que el escritor sea considerado como un individuo que sirve
efectivamente a su sociedad. En Francia, por ejemplo, los poetas tienen una
concreta influencia social, y no digamos los filósofos: de estos han dependido
muchas cosas de la historia de ese país. Y no tan sólo de los políticos
profesionales. No ocurre así en Alemania, salvo rarísimas excepciones, como
Hesse, quien modeló a toda una generación. Tampoco en España, donde el escritor
es poco menos que un objeto colocado en una vitrina. Y conste que cuando digo
“servir” hablo de la influencia que puedan tener los escritores sobre la sociedad
en la que viven. Servir a su pueblo, en suma.
En Venezuela, los escritores servimos de
muy poca cosa. Me lastima profundamente tener que decirlo, pero la culpa de
esto no la tiene tanto el sistema en que vivimos, sino los mismos escritores.
Nuestra actitud es francamente contradictoria; exhibimos una estupenda calidad,
un estupendo talento, pero también unas estupendas ganas de comernos a nosotros
mismos.
Los escritores venezolanos—los poetas en
especial, que son casi todos—tenemos una franca vocación canibalesca. Digerimos
a nuestros compañeros con una facilidad digna de Pantagruel. En materia de
relaciones literarias, pertenecemos a aquellos horrendos caníbales que
describió Defoe. Si las venerables Naciones Unidas tuvieran en su agenda un
capítulo dedicado a la literatura—menos mal que no lo tienen—llegarían a la
conclusión de que por estas zonas terrestres los escritores se comen entre sí,
de una manera tan francamente carnívora que sería causa de escándalo entre todas
las naciones civilizadas. La noción de nación es más o menos nueva; pero aún
los Estados Feudales y las más antiguas monarquías nos condenarían por
primitivos. Nos comemos con no disimulada voracidad.
Por eso decía que la vida literaria es
difícil especialmente en los lugares en los que abundan los escritores que no
escriben. Guardo en mi corazón las excepciones,
pero éstas no hacen sino confirmarme la espantosa regla general.
Resultado de eso es que a esas excepciones les digan que “escriben demasiado”,
cuando en realidad hacen lo que deben hacer: escribir. ¿Quién le reprochará a
un carpintero que haga muebles? ¿Quién le reprochará al pintor que pinte? ¿Y
quién, en definitiva, tiene el menor derecho de reprocharle a un escritor que
escriba?
Göethe |
Baudelaire |
Los poetas deberían ocuparse más de la
vida política, la vida ciudadana (que eso significa la palabra “política”), lo
que ocurre en el país, la miseria que nos circunda y nos invade, el despojo
espiritual de todos aquellos que,
teniendo talento natural, no tienen oportunidad para desarrollarlo, sino que
viven colgando de las promesas que cada cinco años les hacen los candidatos a
la presidencia. Los poetas deberían opinar sobre estas cosas, porque no es
posible ni ético que vivan de ellas como parásitos intelectuales, sin hacer el
más mínimo esfuerzo, con su pluma, para cambiar y transformar las cosas. No se
quiere decir que los poetas deban ser activistas políticos, porque cada cual a
lo suyo; pero precisamente el más escastillado de los poetas participó en la
contienda con unos artículos fulminantes que él denominaba “Ensayos casi
políticos”. Goethe participó en la política de su pequeño reino de Weimar, y
logró darle un esplendor artístico pocas veces igualado en aquellas cortes
alemanas tan mediocres y feudales. Baudelaire se metió de lleno en las
barricadas parisinas de 1848.
Maiakovski |
García Lorca |
Maiakowski empuñaba “el camarada máuser”. García
Lorca arremetió poéticamente contra la Guardia civil, y por ello fue fusilado
en Viznar, cerca de “su Granada”. Es preciso participar, aunque no tengamos
ganas. En nuestros tiempos, un poeta que se limite a hacer versos es un pobre
poeta. Pues es preciso recordar a los poetas que la más alta tarea imaginable
no es la de ser un gran poeta, sino un hombre verdadero. Lo de gran poeta debe
no ser sino una añadidura a lo de ser hombre completo.
¿Qué significa la palabra “poeta”? Todo el
mundo sabe que viene del griego, de poiesis, que a su vez tiene el verbo
poiein, que significa, entre otras cosas, “producir”, “fabricar”, “hacer
nacer”, “engendrar”, tal como está testimoniado en innumerables textos, sobre
todo de Platón. Lo de hacer versos, que para nosotros hoy es la poesía, no era
para Platón, en La República, más que que “una partecilla de la poiesis”. Esta
lección debe ser hoy reaprendida. El poeta es un productor. Pero no sólo de
versos, sino también de otras cosas que contribuyen a la ciudadanía, a esa
Politeia que tanto preocupaba a Platón. Si Platón tenía reservas hacia los poetas
no era tanto porque no encajaban en su teoría de las ideas o formas (“los
copiadores de copias” o “imitadores de imitaciones), sino porque Platón se daba
cuenta de que los poetas no tenían una participación activa en los destinos del
Estado. ¿Debemos nosotros, después de tantos siglos, seguir soportando las
críticas de Platón? ¿No es hora de que los poetas, con su verso y su pluma,
participen en la vida pública?
Por Dios, no se trata de que los poetas
hagan política con sus versos. Eso vamos a dejárselo al falso socialismo, el
estúpido “compromiso de izquierda”. Se trata de que los poetas escriban en
prosa sus opiniones políticas, que digan lo que piensan, para que no sea verdad
aquello de que “el talento poético se aloja en cerebros casi imbéciles”.
El rescate de la poesía, en nuestro país,
tiene que venir aparejado con un rescate de la inteligencia. La síntesis tiene
que acompañarse del análisis. El entendimiento necesita de la sensibilidad,
como diría Kant. La intuición necesita de la conciencia. Y el poeta, que en
nuestras sociedades modernas es un hombre que vive en perpetua guerra contra
las grandes ciudades capitalistas, tiene que aprender racionalmente qué es eso
del capitalismo, y es más, tiene que denunciarlo. Tiene que estar en guerra,
porque la sociedad está en guerra contra él.
De: Teoría Poética
Ludovico Silva
(1937 – 1988). Poeta,
ensayista y filósofo venezolano.
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