Acaso nuestras circunstancias ocurren en tiempos que están impregnados de una atmósfera sonambulesca, quizá las cosas nos ocurren y sólo después pensamos que las hemos vivido. Quizá sea que la vida está allí, ocurriendo como la bolsa del pescador para meter los peces, alimentando la selva de recuerdos y el tiempo se burle de nosotros, de nuestros relojes de pulsera, de bolsillo y de pared. No somos Ulises y carecemos de una maga como Circe, que nos ofrezca al menos la posibilidad de elegir si aceptamos o no la inmortalidad. Ese tiempo viscoso que nos atrapa y ensordece, a la vez que nos angustia, estimula y envejece. Por eso es imprescindible no dejar la mirada de la juventud para hacerla una con la mirada de la madurez. Todo detalle, todo rasgo singular, todo perfume, toda respiración, todo temor, debe conservarse para atravesar el patio de la existencia y de la Poesía.
De: Los Hijos de Acteón
Gabriel Mantilla Chaparro
(Cali, 1954). Poeta y ensayista venezolano.
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