domingo, 24 de marzo de 2013

ALEJANDRO OLIVEROS




H.D. (Hilda Doolitle)


 Man Ray (1890–1976). Gelatin silver print, c. 1925 (printed 1975).




     De nuevo en El Cairo, ante esas claras
     y desteñidas paredes. Mañana Alejandría
     y luego Atenas, después será Francia
     y más tarde Suiza. ¿Cuántas veces,
     después de abandonar tu pueblecito cuáquero
     de Pennsylvania, habrás realizado un trayecto
     semejante? ¿Cuántas huidas rastreando
     fragmentos de memorias? Fuiste a Viena
     a buscar el fantasma de tu madre. Ahora,
     ¿qué fantasma persigues, tú misma convertida
     en una vieja y  lamentable sombra? “La dura arena
     se rompe y sus granos son claros como el vino”.
     Cuando escribías estas líneas eras la imagen
     exacta de tu sueño, la cabeza de orquídea,
     el viento sobre los abetos. Luego, fue el derrumbe,
     las desgracias se acumularon frente
     a tus verdes ojos llenos de escarcha. Tus pies
     nunca pisaron el sagrado suelo de Ítaca.

     A los setenta años, en El Cairo, observas las pruebas
     de lo que será tu último libro y piensas que tal vez
     haya valido la pena: “De amante a amante, sin besos
     sin caricias, pero siempre y para siempre así”.

De: El sonido de la casa




Alejandro Oliveros
(1948). Poeta venezolano.


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