H.D. (Hilda Doolitle)
De nuevo en El Cairo, ante esas claras
y desteñidas paredes. Mañana Alejandría
y luego Atenas, después será Francia
y más tarde Suiza. ¿Cuántas veces,
después de abandonar tu pueblecito cuáquero
de Pennsylvania, habrás realizado un trayecto
semejante? ¿Cuántas huidas rastreando
fragmentos de memorias? Fuiste a Viena
a buscar el fantasma de tu madre. Ahora,
¿qué fantasma persigues, tú misma convertida
en una vieja y lamentable sombra?
“La dura arena
se rompe y sus granos son claros como el vino”.
Cuando escribías estas líneas eras la imagen
exacta de tu sueño, la cabeza de orquídea,
el viento sobre los abetos. Luego, fue el derrumbe,
las desgracias se acumularon frente
a tus verdes ojos llenos de escarcha. Tus pies
nunca pisaron el sagrado suelo de Ítaca.
A los setenta años, en El Cairo, observas las pruebas
de lo que será tu último libro y piensas que tal vez
haya valido la pena: “De amante a amante, sin besos
sin caricias, pero siempre y para siempre así”.
De: El sonido de la casa
Alejandro Oliveros
(1948). Poeta venezolano.
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