EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
Corneille (1922). Pintor belga. Edén, Edén, 1999.
¿Acaso es nada más que una zona de
abismos y volcanes en
plena ebullición,
predestinada a ciegas para las ceremonias de la
especie en esta
inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un
atajo, una emboscada
oscura donde el demonio aspira la inocencia
y sella a sangre y fuego
su condena en la estirpe del alma?¿ O tan
sólo quizás una región
marcada como un cruce de encuentro
y desencuentro entre dos
cuerpos sumisos como soles?
No. Ni vivero de la
Perpetuación, ni fragua del pecado original,
ni trampa del instinto,
por más que un solo viento exasperado
propague a la vez el
humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera
un lugar, aunque se
precipite el firmamento y haya un cielo que
huye, innumerable, como
todo instantáneo paraíso.
A solas, sólo un número insensato, un pliegue
en las membranas
de la ausencia, un
relámpago sepultado en un jardín.
Pero basta el deseo, el sobresalto
del amor, la sirena del
viaje, y entonces es más
bien un nudo tenso en torno al haz de
todos los sentidos y sus
múltiples ramas ramificadas hasta el
árbol de la primera
tentación, hasta el jardín de las delicias y
sus secretas ciencias de
extravío que se expanden de pronto
de la cabeza hasta los
pies igual que una sonrisa, lo mismo
que una red de ansiosos
filamentos arrancados al rayo, la
corriente erizada
reptando en busca del exterminio 0 la salida,
escurriéndose adentro,
arrastrada por esos sortilegios que son
como tentáculos de mar y
arrebatan con vértigo indecible
hasta el fondo del tacto,
hasta el centro sin fin que se desfonda
cayendo hacia lo alto,
mientras pasa y traspasa esa orgánica
noche interrogante de
crestas y de hocicos y bocinas, con
jadeo de bestia fugitiva,
con su flanco azuzado por el látigo
del horizonte inalcanzable,
con sus ojos abiertos al misterio
de la doble tiniebla,
derribando con cada sacudida la nebulosa
maquinaria del planeta,
poniendo en suspensión corolas como
labios, esferas como
frutos palpitantes, burbujas donde late la
espuma de otro mundo,
constelaciones extraídas vivas de su
prado natal, un éxodo de
galaxias semejantes a plumas girando
locamente en el gran
aluvión, en ese torbellino atronador que
ya se precipita por el
embudo de la muerte con todo el universo
en expansión, con todo el
universo en contracción para el parto
del cielo, y hace
estallar de pronto la redoma y dispersa en la
sangre la creación.
El sexo, sí,
más bien una medida:
la mitad del deseo, que es
apenas la mitad del amor.
Olga Orozco
(1920 – 1999). Poeta
argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario