lunes, 20 de febrero de 2012

GABRIEL MANTILLA CHAPARRO




MÉRIDA: LA REUNIÓN DE LOS CICLOPES



Edvard Munch (1863-1944). Pintor noruego. El Grito, 1893




Mérida, 6 y 7 de enero de 2010, quemada por todos lados. No es aquella ciudad a la cual entré allá por 1974, una madrugada, devorado entonces por la niebla que cubría la fachadas de la calle 1, eran como la 4.30 AM y recuerdo que escuchaba la canción “Cuando un hombre ama a una mujer”. Era el viaje de estreno de un vehículo Ford LTD de un gran Brujo amigo y protector (ya fallecido) para quien trabajaba como enfermero asistente de su anciana madre. Me enamoré inmediatamente de esta Mujer llamada Mérida. Amor a la primera niebla, y del olor del café que se fundía al frío, al silencio, a la soledad y a la espesura de la neblina. ¡Toda limpia! Parecía un sueño, estar pisando, acompañado de dos personas especiales, una tierra que sólo veía en la televisión cuando Renny Ottolina la promocionaba. Entonces supe que si volvía a Valencia era para buscar mis cosas, abandonar mis estudios allá y radicarme aquí. Costara lo que costara. Pasé una Navidad hermosa entre esta ciudad, Mesa Bolívar, Zea, Tovar, la Grita, estuve en fincas, bañándome en ríos helados y transparentes, en nada parecidos al extinto “manso Guaire” de los poetas. Mi mente, mi Espíritu y mis ojos se dieron un banquete en el cual devoraron todo lo hermoso que encontraban a su paso. Sellé allí mi promesa de venirme a Mérida en la mínima oportunidad. Concluido mi año escolar en el Liceo “Martín J. Sanabria”, embalé mis escasas pertenencias y me vine. Llegué a una residencia de un hermano mío y me permitió compartir con él su habitación. A partir de allí fueron pocos y breves los paréntesis de mi vida en esta ciudad, algunos viajes, unas necesarias ausencias, unos tres años en Caracas, otro tanto en Bucaramanga o Bogotá, y de nuevo volver. Aquí conocí, por azar, un domingo de Mayo, frente al Hotel Oviedo donde me hospedaba, a la Mujer que llenó de sentido mi vida en esta ciudad de estudio, inspiración y aventura. Me dio los hijos y los nietos que hoy disfruto por la gracia de Dios, la Medicina y la Poesía. Aquí me he realizado, en la Ilustre Universidad de los Andes, conociendo personas hermosas, emprendedoras y ávidas de conocimiento, aquí he escrito y publicado la mayoría de mis libros. ….Ahora, veo el Humo en las calles: enormes montañas que parecen dinosaurios calcinados, insolados. El agónico vestigio de nieve sobre el emblemático Pico Bolívar. Dentro de las calles el Aquelarre de la inconsciencia, la reunión y la indiferencia de los Cíclopes; pareciera que nadie sabe que la ciudad padece los efectos de una conducta innoble aunada a la peor sequía, dicen, de los últimos cincuenta años. Siento vivir una película de terror de Stephen King. Mientras, Todo es hormona, orgasmo, ego, ruido, pleito y borrachera, gente ebria que se descorre el tapaboca para sorber el trago que le impide ver la tragedia de mi ciudad. No muy lejos yacen 2 estudiantes asesinados por algunos de los que allí celebran camuflados entre la multitud de ciegos, en una mala versión y puesta en escena de Fuenteovejuna. Felicidad sin conciencia. ¿Acaso es eso lo que llaman “Felicidad”?. En Filosofía, siendo justos, correría el riesgo de llamarse “Asco substancial”. Pero bueno, me refugio en mi astilla de paraíso, no muy lejos del lánguido río, al pie de la única montaña que no arde y que aún nos deja ver algún verde tamiz, mientras mi esposa construye una jaula sin puerta a una pareja de pájaros que desde hace un mes se refugian en un pasillo de la casa; casa humana, donde contra toda esperanza nacen en mi jardín una Rosa y un gigantesco lirio que se abre como una mano ávida de humanidad. Feliz, aislado, solitario, satisfecho de no parecerme a nadie, leyendo los diarios de Novalis y Benjamin Constant. Clamo y sufro por la sed de mi ciudad y la del mundo, mientras mis ojos se van cerrando al caer la noche pero conservan aún el resplandor del fuego que devora las montañas y que he tenido ocasión de ver con los binoculares hasta que casi quema mi nariz. 
Oswaldo Guayasamin (1919 – 1999). Pintor ecuatoriano. Quito de la nube negra, 1987 



Siento en mi Alma cómo crepitan los árboles cuyo gemido escucho. En el día he estado tocando mi flauta con el más fuerte aliento para apagar el ruidoso fragor del fuego en mis oídos.. ¡Esto es Mérida hoy, una ciudad triste y fúnebre, cundida de asesinos, pero nadie más lo sabe! Un parque temático donde la Violencia y el crimen tienen vitrina y stand y emprendedores Jefes que la mercadean, para que no pierda su lugar como “Destino turístico”. ¡Aquí es donde dicen que la Universidad tiene una ciudad por dentro!.¡Bienvenidos a Mérida. Pesque su trucha y queme su monte. Sea feliz que lo demás, no importa!.. AMEN.



Mag.Sc. GABRIEL MANTILLA CHAPARRO
Profesor Titular de Literatura Hispanoamericana
Escuela de Letras. Universidad de Los Andes


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