LA ALDEA DORMIDA
Es azul la mañana y
azul es todo el valle
donde duermes aldea la
tristeza temprana
de este amanecer bajo
pesado cielo.
Apenas breve prado se
extiende más allá
De tu último alero
curvado hacia el espacio,
y rectilíneos marcos
dibujan en el campo
un mosaico de verdes
que las aguas inundan
y dan vigor a estos
fecundos arrozales.
Una canción bucólica se
eleva por los aires
nacida de estos campos
que el hombre transfigura.
La muda aldea sueña al
pie de las laderas
donde la niebla erige
sus argénteos dominios,
y allí donde los montes
avizoran el valle
los matzuyamas alzan
sus broncíneas espadas.
Ni una voz se levanta
sobre la azul mañana,
sólo el silencio entona
su música impalpable,
y mientras miro
estático la aldea que demora
en este frágil valle de
corazón volcánico,
adivino la vida más
allá de esos techos
donde la fibra alterna
con las grises pizarras:
sobre el tatami noble
el verde té humeante
servido con el rito de
remotas edades,
la gracia picaresca de
unos oblicuos ojos
atisbando al extraño
que profana el paisaje.
Aldea japonesa de
grisáceos contornos
vi cómo amanecías en
nublada mañana
al pie de los pinares,
sobre ondulados prados,
frente a rubias
terrazas y verdes arrozales.
Siento cómo alargaron
sus profundas raíces
en mi memoria viva tus
techos de pizarra,
tus peces de papel
movidos por la brisa
que al varón del hogar
consagra el mes de mayo.
Remota aldea perdida
entre el prado y el monte
eres en ese mundo la
síntesis del canto.
De: La niña del Japón (1961)
Pascual Venegas Filardo
(Barquisimeto, 1911 – Caracas, 2003)
Poeta y ensayista venezolano.
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