EL REGRESO
Ya es hora de volver a
casa de la Dama blanca,
que me espera para contarnos
nuestros sueños o
nuestras vidas.
Llego y ella me recibe
como sofocada por el aire
caliente del mediodía.
Esos terrones rojos y
duros que nunca he podido
amar—me dice, sacudiéndose las palabras
antes de estrechar los
cuerpos tan dulcemente
como los labios—
y se va al traspatio de
la parra que sus manos
cuidaron en la
fidelidad.
Entonces, luminosa, la
veo preparar como para
una libación, el licor que purifica
y sacia la sed del viaje.
Ella lo sabe: «es el
sueño que soñó tu mujer
y ahora tú sueñas».
La ciudad de piedra y
el río, toda esa larga
generación de lutos o de júbilos
que es nuestra memoria,
reverbera.
Al atardecer, cuando
las aguas atormentadas por el último
destello, por el último
destello, se resignan a la noche,
celebraremos el amor.
Esa pureza en el
corazón—ambos reconocemos—
que es el amor, esa cascada en la que
dos seres
se bañan y entrelazan, que es el amor;
la atraviesan y aun el
vértigo del raudal más furioso
será el amor.
Nos damos la mano y
andamos por los malecones;
el halo de la luna
parece el hálito de la tierra
y ya sabemos que ese
paisaje ya no será nuestro,
que apenas le pertenecemos.
Llenos de noche, nos
hacemos noche.
Volvemos al licor que
va libando la tierra, esa otra sed
en la que ninguna boca se sacia.
Guillermo Sucre
(Tumeremo, estado Bolívar, 15 de mayo
de 1933). Poeta, traductor y crítico
literario venezolano.
Texto tomado de la
revista El Puente. Septiembre de
2003 / N° 0
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