ARTE POÉTICA I
En Lagos en Agosto el sol cae a pico y hay sitios donde
hasta el suelo está blanqueado. El sol es pesado y la luz leve. Camino por la
acera junto al muro pero no quepo en la sombra. La sombra es una cinta
estrecha. Sumerjo la mano en la sombra como si la sumergiese en agua.
La tienda del alfarero queda en una pequeña calle del otro
lado de la plaza. Queda después de la taberna fresca y del taller oscuro del
herrero.
Entro en la tienda del alfarero. La mujer que vende es
pequeña y vieja, vestida de negro. Está frente a mí rodeada de ánforas. A
derecha e izquierda el suelo y los estantes están cubiertos de vasijas
alineadas, apiladas y amontonadas: platos, cántaros, cuencos, ánforas. Hay dos
clases de barro: barro color de rosa pálido y barro rojo oscuro. Barro que
desde tiempos inmemorables los hombres aprenden a modelar en una medida humana.
Formas que a través de los siglos vienen de mano en mano. La tienda donde estoy
es como una tienda de Creta. Miro las ánforas de barro pálido posadas frente a
mí en el suelo. Tal vez el arte de este tiempo en que vivo me haya enseñado a mirarlas
mejor. Tal vez el arte de este tiempo haya sido un arte de ascesis que sirvió
para limpiar la mirada.
La belleza
del ánfora de barro pálido es tan evidente, tan cierta, que no puede ser
descripta. Pero yo sé que la palabra belleza no es nada, sé que la belleza no
existe en mí pero es apenas el rostro, la forma, la señal de una verdad de la
cual ella no puede ser separada. No hablo de una belleza estética pero sí de
una belleza poética.
Miro el
ánfora: cuando la llene de agua ella me dará de beber. Pero ya ahora me da de
beber. Paz y alegría, deslumbramiento de estar en el mundo, relación.
Miro el
ánfora en la pequeña tienda del alfarero. Aquí flota una dulce penumbra. Allá
afuera está el sol. El ánfora establece una alianza entre yo y el sol.
Miro el
ánfora igual a todas las otras ánforas, el ánfora innumerablemente repetida
pero que ninguna repetición puede envilecer porque en ella existe un principio
incorruptible.
Sin embargo,
allá fuera en la calle, bajo el peso del mismo sol, otras cosas me son
ofrecidas. Cosas diferentes. No tienen nada de común ni conmigo ni con el sol.
Vienen de un mundo donde la alianza está quebrada. Mundo que no está
relacionado ni con el sol ni con la luna, ni con Isis ni con Démeter, ni con
los astros ni con lo eterno. Mundo que puede ser un hábitat pero no es un
reino.
El reino
ahora es sólo aquel que cada uno por sí mismo encuentra y conquista, la alianza
que cada uno teje.
Este es el
reino que buscamos en las playas de mar verde, en el azul suspendido de la
noche, en la pureza de la cal, en una pequeña piedra pulida, en el perfume del
orégano. Semejante al cuerpo de Orfeo despedazado por las furias este reino está
dividido. Nosotros buscamos reunirlo, buscamos su unidad, vamos de cosa en
cosa.
Es por eso
que yo llevo el ánfora de barro pálido y ella es preciosa para mí. La pongo
sobre el muro frente al mar. Ella es allí la nueva imagen de mi alianza con las
cosas. Alianza amenazada. Reino que con pasión encuentro, reúno, edifico. Reino
vulnerable. Compañero mortal de la eternidad.
De: Antología Poética
Selección, traducción y prólogo de
Rodolfo Alonso
Sophia de Mello Breyner Andresen
(1919-2004).Poeta portuguesa.
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